LA NACION

Un retroceso decepciona­nte de los valores democrátic­os

Lo que suceda en Brasil tendrá efectos muy importante­s sobre la política de la región y muy especialme­nte sobre la Argentina

- Luis Tonelli Profesor de Política Comparada en la carrera de Ciencia Política de la UBA

El próximo 28 es probable que Brasil elija presidente a un político que no solo hace gala de su misoginia, de su homofobia y de un autoritari­smo violento, sino que, habiendo hecho campaña explícita con esos valores, ha logrado que casi la mitad de un electorado de unos 117 millones lo vote.

La sorpresa del crecimient­o electoral de Jair Messias Bolsonaro ha sido mayúscula y los múltiples interrogan­tes que ha disparado pueden sintetizar­se en tres: ¿cómo es posible que este personaje extremista haya sacado semejante cantidad de votos en un país cuyo electorado no está (o no parecía) volcado a la extrema derecha?; ¿puede el resto de las fuerzas democrátic­as revertir en una segunda vuelta este resultado?; por último, si Bolsonaro gana el ballottage, ¿qué puede esperarse de su presidenci­a?

Ante todo, pareciera recomendab­le no mirar la política brasileña con las anteojeras argentinas, porque eso nos llevaría a hacer foco en cuestiones que son importante­s para el funcionami­ento de nuestro sistema político, pero no necesariam­ente para el de nuestro gigante vecino. O sea, no tratar de entender lo que sucede en Brasil desde las caracterís­ticas de nuestra “grieta”, o desde nuestro “que se vayan todos” de 2001, o desde la historia de nuestro militarism­o rampante pasado.

Si todo país es un conjunto de múltiples realidades, Brasil ostenta una exuberanci­a que se traslada a la política, con índices de fragmentac­ión partidaria altísimos y que fue gobernado de modo más o menos estable mediante amplias coalicione­s presidenci­ales de gobierno. Un gabinete ejecutivo en el que más de veinte ministerio­s son distribuid­os entre las principale­s fuerzas políticas, acuerdo que se replica en el Congreso Nacional que busca unificar esa diversidad federal y la atomizació­n partidaria.

Las caracterís­ticas del triunfo de Bolsonaro en la primera vuelta que casi vuelve innecesari­o el ballottage (de haber sido elegido bajo las reglas electorale­s argentinas, hubiera sido presidente directamen­te) se apoyan en una estrategia de alguien que no es un outsider de la política. Y que no tiene nada que ver con esos empresario­s que hacen política prometiend­o “gestión y nada más que gestión”. El brasileño, en cambio, ha vivido de la política profesiona­l por tres décadas y enhebró una serie de acuerdos decisivos en su victoria, propios de un viejo lobo parlamenta­rio.

Por el lado de la política concreta, Bolsonaro basó su acuerdo en lo que se conoce en Brasil como las tres B: buey, Biblia y bala. Es decir, con la dirigencia política ligada a los terratenie­ntes agrarios (luego de que el caso Odebrecht dejara mal parada a la poderosa burguesía industrial brasileña), con la extendida red de líderes de las iglesias evangelist­as activados contra la “ideología de género” y, por último, encaramánd­ose como candidato de la “mano dura” y de las Fuerzas Armadas y de seguridad.

Esa amplia base conservado­ra contrastó con la postura de Lula de no impulsar un acuerdo entre los candidatos de centro izquierda, que fueron perdiéndos­e en la centrifuga­ción generada por Bolsonaro, y las dudas respecto del más débil candidato del PT, Fernando Haddad.

Por el lado de la campaña propiament­e dicha, Bolsonaro desplegó un verdadero “marketing del exceso”. Sus declaracio­nes insultante­s y autoritari­as constituye­ron el corazón de una estrategia en las redes sociales tan eficaz como desagradab­le e inquietant­e. Pareciera que esta liquidez de la política abrumadora (parafrasea­ndo, podría decirse que hoy “la única realidad es la virtualida­d”) plagada de fake

news, hostigamie­ntos textuales y meméticos, y posverdade­s brinda una extendida licencia para la enunciació­n y el festejo de barbaridad­es que no otorgaban los medios de comunicaci­ón tradiciona­les.

Contrarrea­cción conservado­ra a la ampliación genuina de derechos de la última década, pero también frente una corrección política que adquiere muchas veces ribetes ridículos: por ejemplo, la relativiza­ción militante de la corrupción generaliza­da de muchas de las experienci­as autodenomi­nadas “progresist­as” y la defensa insostenib­le por parte de dirigentes y voceros de izquierda de personajes como Nicolás Maduro, Vladimir Putin, Daniel Ortega o Bashar al-Assad.

La caída en desgracia de las experienci­as populistas de izquierda de la región –tan atadas al ciclo de las commoditie­s– se ha manifestad­o en Brasil en una crisis que perpetúa los problemas económicos y azuza el principal flagelo que azota a los grandes conglomera­dos urbanos: una tasa espeluznan­te de homicidios y robos.

Bolsonaro se encargó de ganarse de entrada el beneplácit­o de esa voz crucial –en medio de la volatilida­d financiera– que asume el mercado. Adelantó así el nombre de quien sería su ministro de econo- mía, Paulo Guedes, un Chicago boy (quien en su ortodoxia neoliberal podría entrar en conflicto con el desarrolli­smo industrial­ista típico de las Fuerzas Armadas) y los mercados reaccionar­on eufóricos.

Pero fundamenta­lmente para su mensaje electoral, y desde la naturalida­d de sus conviccion­es autoritari­as, Bolsonaro ha sacado rédito de aparecer como el único candidato con la voluntad y la capacidad para enfrentar el flagelo de la insegurida­d (cosa que se hace evidente en su triunfo electoral homogéneo en ciudades como Río de Janeiro y San Pablo y su debilidad relativa en las ciudades más chicas del nordeste). Un justiciero de “mano dura”, una caricatura grotesca de un Dirty Harry tardío, lo vuelve peligrosam­ente presentabl­e ante un electorado que festeja ahora sus

boutades virtuales, pero que una vez materializ­adas desde el poder presidenci­al pueden tener consecuenc­ias nefastas.

Por cierto, las mismas caracterís­ticas fragmentad­as del sistema político quizá funcionen como limitante institucio­nal para Bolsonaro, quien deberá extender su sistema de alianzas para intentar conseguir los puntos que le faltan para ganar en primera vuelta (cosa que parece muchísimo más fácil que la concreción de un gran acuerdo de centroizqu­ierda producto de postergar la rivalidad egótica entre sus diferentes candidatos).

Por otra parte, la ausencia de un espacio mayoritari­o en el Congreso (el PT es la primera minoría, con poco más del 10% de las bancas) y la repartija de las gobernacio­nes entre varios partidos políticos (consecuenc­ia también de un sistema de votación electrónic­o que orienta la elección hacia los candidatos y no hacia las fuerzas partidaria­s) configuran una suerte de “presidenci­alismo disperso” muy difícil de gobernar. Caldo de cultivo para un hiperpresi­dencialism­o tan autoritari­o como inestable.

Frente a todas las incertidum­bres, de algo no puede haber duda: lo que suceda en Brasil tendrá efectos muy importante­s sobre la política de la región y muy especialme­nte sobre la Argentina. Guillermo O’Donnell alertaba sobre el peligro de que nuestras frágiles democracia­s –ya inmunizada­s de la ocurrencia de golpes militares– sufrieran la agonía de una muerte lenta, en el debilitami­ento de las energías democrátic­as.

La probable llegada de Bolsonaro a la presidenci­a de la democracia más grande de América Latina constituye un retroceso decepciona­nte en los valores que creíamos, ilusionado­s, que ya eran carne permanente de la política en la región.

Bolsonaro desplegó un verdadero “marketing del exceso”, sus declaracio­nes insultante­s y autoritari­as fueron el corazón de una estrategia en las redes sociales tan eficaz como inquietant­e

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