Una apuesta al esfuerzo y a los sueños
En las zonas rurales, trabajar la tierra es cada vez más difícil y se agudiza el quiebre de las economías familiares; a los pequeños productores no les cierran los números y terminan alquilando o vendiendo sus parcelas; los jornaleros tienen poca cosecha
Bruno Marin Bustos (en el centro) nació en Nikizanga, una zona aislada de San Juan en la que no hay escuela. Por eso, todos los domingos hace 30 kilómetros a caballo para instalarse en la semana con su mamá y su hermano en Bermejo, un pueblo cercano en el que cursa su segundo grado. Cuando sea grande quiere ser policía, le encanta jugar al fútbol y su sueño es poder tener un celular. Como en el resto de la región de Cuyo, la tercera con mayor pobreza infantil de la Argentina, a su familia cada vez se le hace más difícil vivir de la tierra. El aumento de los precios de los insumos y los fletes hace que los pequeños productores estén en crisis y en riesgo de desaparecer.
BERMEJO, San Juan.– “Cuando sea grande quiero ser policía o gendarme”, dice buena parte de los chicos de las zonas rurales de San Juan. Sus padres están desempleados, trabajan como jornaleros esporádicos en las cosechas o son pequeños productores. Pero ellos quieren encontrar otra forma de escaparle a una pobreza que está cada vez más arraigada en estos lugares en donde las economías familiares están en crisis.
Este es el caso de José Sandovare. Tiene 15 años, vive en el asentamiento Las Talas, en el departamento de Caucete, y sueña con ser policía. En este momento, ninguno de sus padres tiene trabajo. “A mi marido no lo llaman para trabajar en la cosecha y entonces está en casa. Ahora solo nos mantenemos con la asignación”, dice Rosa, su mamá.
Según el Índice de Vulnerabilidad realizado en exclusiva por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA para el proyecto Hambre de Futuro, Cuyo es la tercera región con mayor pobreza infantil del país (detrás del NOA y NEA). En estas provincias, el 25,1% de los niños de hasta 17 años tienen déficit de consulta a un médico, el
20,3% de calidad de la vivienda y el
5,1% de saneamiento. la nacion viajó hasta San Juan para conocer cómo viven los chicos en los departamentos de Caucete y Bermejo. No pasan hambre, pero sí ven que cada vez hay menos comida en la mesa. Viven en ranchos de palos y techos de paja, y su única oportunidad de futuro es migrar a una ciudad.
“Que hay pobres no lo podemos negar. Los pequeños productores son los que más sufren en este momento. Nosotros tratamos de ayudar a los que más podemos”, dice Andrés Díaz Cano, ministro de Producción de San Juan.
Como describió en ediciones anteriores Hambre de Futuro, en la Patagonia, lo más acuciante para las familias es el aislamiento y soportar el frío; en el noroeste, lo más crítico es vivir sin luz ni acceso al agua. En Cuyo, a los problemas habitacionales y de servicios hay que sumarle otra de las peores plagas: la falta de trabajo. A los pequeños productores no les cierran los números y a los jornaleros cada vez los convocan menos.
Deterioro de la producción
San Juan, históricamente, se destacó por su producción de vinos y aceites de oliva. También en otras zonas se hace ganadería o se especializan en los cultivos de cebolla, tomate o membrillo. Las familias, incluso las más vulnerables, siempre hicieron su aporte a la economía desde su pequeña producción o trabajando en las cosechas.
Augusto Mallea tiene 80 años, vive en Gran China y trabajó toda su vida en la cosecha de cebolla, tomate y ajo. Él, como tantos otros, puede dar testimonio del deterioro de la producción local. “Antes la cebolla y el tomate valían. Hoy la gente produce y no hay nadie que se los compre. Los secaderos y las plantas procesadoras fueron cerrando”, dice Mallea.
Con la agricultura en su mínima expresión de subsistencia, las familias no tienen fuentes de trabajo alternativas. Además dependen de las inclemencias del clima. “La cebolla de Jáchal era la mejor de la Argentina. El productor chico ha perdido toda su riqueza en plantar cebolla porque no la puede vender. El año pasado cayó una helada y se perdió todo. Los pequeños productores fueron fundiendo su capital y ya no pueden ni arrancar con la producción”, dice José Carlos Cepeda, también vecino de Gran China.
Al quedarse sin fondos ni estrategias, los pequeños productores lotean y venden sus parcelas porque necesitan un ingreso para poder vivir. “Las economías locales se están rompiendo. Lo que está pasando es la absorción de esa tierra por productores que tienen más espalda y más posibilidades de comercialización”, explica Silvana Villavicencio, que hasta hace dos meses trabajaba como técnica de la Secretaría de Agricultura Familiar en la zona de Caucete y fue despedida junto con 447 compañeros (ver aparte).
Para apoyar a los sectores más vulnerables, Díaz Cano, ministro de Producción, explica que está en marcha el programa Frutas y Verduras, a través del cual los ayudan con los fletes y la comercialización. Y que también tienen un subsidio de riego para los pequeños productores de menos de 5 hectáreas. Más pedidos de ayuda
Las familias están preocupadas porque no llegan a fin de mes, reclaman que falta el trabajo y que las viviendas se caen a pedazos. En los últimos meses, el gobierno provincial recibió más pedidos de alimentos, frazadas y hasta camas.
“También hemos detectado necesidades habitacionales y hay demandas para abrir comedores, copas de leche y merenderos”, dice Marcelo Bartolomé, director de Niñez, Adolescencia y Familia de San Juan.
Los hombres son peones de finca y las mujeres se quedan en la casa con los chicos. “Viven con un solo sueldo, que es el de un obrero. Hay cada vez menos trabajo porque disminuyó mucho la cosecha en los últimos años”, señala Cecilia Pont, integrante de la entidad Sí, Acompaño, que trabaja en la zona de Caucete.
Franco Gil, de la comunidad Huarpe Pinkanta también coincide con que la situación de la población se está deteriorando. “No hay comunidades en situación de pobreza extrema porque hay alguna presencia del Estado. Sí falta mucha asistencia de salud y resolver la problemática del trabajo en general”, afirma.
Los especialistas señalan que en las últimas décadas, la matriz productiva agrícola perdió terreno y se fue concentrando en pocas manos, el tren dejó de pasar y creció abruptamente la actividad minera, lo que llevó a un cóctel explosivo que perjudicó a las economías locales.
En las zonas más aisladas, como Marayes o La Planta, en las que las minas fueron cerrando, los pueblos están en riesgo de desaparecer. “Estos son lugares desérticos porque casi no llueve. Y es muy difícil que puedan producir”, explica Díaz Cano.
La consecuencia directa es que la subsistencia de los pequeños productores está en riesgo y que los jóvenes tengan que migrar en busca de un futuro mejor. Por eso se explica que la mayoría quiera ser policía o gendarme. “Para serlo solo les piden el secundario y además empiezan a cobrar desde que comienzan a estudiar. Es lo mismo que antes pasaba con la docencia”, explica Jorge Lozano, director de la Escuela República de Bolivia, en La Planta.