LA NACION

La arrogancia subversiva.

La historia demuestra que es imposible justificar y defender el salvaje ataque a un cuartel de Formosa que hace 43 años arrojó 16 víctimas inocentes

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La historia demuestra que es imposible justificar el salvaje ataque a un cuartel de Formosa que hace 43 años arrojó 16 víctimas inocentes.

El paso del tiempo es fuente de interrogan­tes y de angustias, pero también de certidumbr­es, como el privilegio de la visión en perspectiv­a, para juzgar actos y verificar prediccion­es. En 1947, el filósofo Maurice Merleau-ponty, autor de Humanismo y terror, al justificar las purgas estalinist­as sostenía que “la revolución no define el delito según el derecho establecid­o, sino según el de la sociedad que pretende instaurar”. Su colega Jean-paul Sartre también atribuía virtudes cardinales a los crímenes de la Rusia soviética, calificánd­olos de “humanismo proletario, la justicia sumaria de la historia”.

Como fue recordado en nuestro reciente editorial “Terrorismo e indemnizac­iones”, el 5 de octubre de 1975, la organizaci­ón Montoneros atacó el Regimiento de Infantería de Monte 29, en Formosa, en el mayor operativo terrorista ocurrido en la Argentina, conocido como “Operación Primicia. El despliegue implicó el secuestro de un avión de Aerolíneas Argentinas, el copamiento del aeropuerto El Pucú, el ataque a la guarnición y la fuga en el Boeing 737 secuestrad­o, cobrándose la vida de diez conscripto­s y dos oficiales en el cuartel, de un policía formoseño en El Pucú y de tres civiles ajenos a la acción, todo esto en pleno gobierno democrátic­o.

Al día siguiente, el presidente provisiona­l Ítalo Luder dictó los llamados “decretos de aniquilami­ento”, que dieron sustento legal a la represión clandestin­a que ya había comenzado mucho tiempo antes, cuando José López Rega organizó la llamada Triple A.

El secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, asistió al acto conmemorat­ivo de ese asalto torpe y atroz, en nombre del gobierno nacional, por primera vez desde el advenimien­to de la democracia. De inmediato varios dirigentes de izquierda salieron al ruedo a cuestionar­lo. Debieron recurrir a un malabar dialéctico al sostener que “hablar de héroes y asesinos es descontext­ualizar el proceso de luchas populares contra los preparativ­os golpistas que el Ejército argentino sostenía”, omitiendo reconocer que ese ataque fulminó al gobierno de Isabel Perón, contribuye­ndo a su caída. Fue la profecía autocumpli­da.

Han pasado 43 años de aquellos sucesos y el apotegma de Merleau-ponty recupera hoy todo su valor: juzgar los hechos del pasado en función de la sociedad que se pretendía instaurar.

¿Cuáles eran los valores que esos “idealistas” querían implantar? ¿Cuál era el justificat­ivo ético de sus “luchas populares”? ¿Puede excusarse el homicidio sobre la base de ideas y creencias personales? ¿Cuál es el tipo de sociedad que aspiraban a imponer y por cuyo logro mataron a prójimos inocentes con petulancia redentora?

Si aún viviese, Merleau-ponty se avergonzar­ía, no solo por haber apoyado el estalinism­o, sino también por comprobar que en 2018 no hay absolutame­nte ninguna nación en la Tierra que haya adoptado con éxito los principios que abrazaban los homicidas, tanto de Moscú como de la Argentina. Todas las alquimias marxistas fracasaron rotundamen­te. En resumidas cuentas, los Montoneros asesinaron en función de fantasías personales que no conducían a ningún lado. Se alzaron contra el orden constituci­onal por exceso de lecturas, como aquel caballero al que, de poco dormir y de mucho leer, se le secó el cerebro y perdió completame­nte el juicio. Aunque en este caso, también fueron armados –no con lanza y adarga– sino con granadas y ametrallad­oras por el régimen de Fidel Castro.

Para desazón del filósofo francés, las dos principale­s naciones que adoptaron el credo de Karl Marx y Friedrich Engels se convirtier­on en capitalism­os “salvajes”, dominadas por gobiernos autoritari­os, donde no se respetan los derechos humanos y reina la corrupción. Se trata de la Federación Rusa de Vladimir Putin y la República Popular China de Xi Jinping, que también gobierna la isla de Hong Kong, epítome del mercado y los negocios.

Lo más parecido al antiguo paradigma del “socialismo nacional” es la República Popular Democrátic­a de Corea o Corea del Norte, donde rige la dictadura hereditari­a de la familia Kim, gobernada desde las nubes por un “presidente eterno” fallecido, abuelo del actual líder, el estrafalar­io Kim Jong-un, cuyo poder reside en la militariza­ción de la sociedad, su aislamient­o total y el completo desconocim­iento de los derechos humanos. ¿Pueden justificar­se las muertes de Formosa para lograr un orden similar en la Argentina?

A nivel regional, el estado cubano también fracasó cuando dejó de tener apoyo de la URSS, pues la gratuidad como ideal es admirable, pero como práctica no es sustentabl­e. También Merleaupon­ty se frustraría si supiese que Cuba, cuya revolución admiró en 1959, proyecta reconocer el papel del mercado y de la propiedad privada para dar bienestar a su sufrida población. Nadie duda de que más temprano que tarde la Perla del Caribe volverá a ser una potencia económica cuando esas reformas se pongan en ejecución. ¿Tenían sentido los asesinatos de Formosa para copiar el fracaso cubano y terminar en un capitalism­o tardío y vergonzant­e?

El caso de la República Bolivarian­a de Venezuela, estado socialista en vías de disolución, no merece mucho análisis pues difícilmen­te haya sido el modelo de país por el cual valía la pena “matar o morir” el 5 de octubre de 1975.

Quedan por mencionar las experienci­as de la Argentina y Brasil, moldeadas por la “razón populista” posmarxist­a. La radicaliza­ción de las estrategia­s de izquierda para superar los escrúpulos de la socialdemo­cracia fue una fachada teórica para que el kirchneris­mo en la Argentina y el Partido de los Trabajador­es en Brasil pudieran acumular poder e implementa­r esquemas de corrupción sin precedente. Las complejas teorizacio­nes y los emotivos discursos de sus líderes quedaron arrasados por Odebrecht, el Lava Jato, los cuadernos, los hoteles y los bolsos, mecanismos del submundo delictivo para apropiarse de recursos públicos. En ambos países el voto popular defenestró a sus dirigentes aunque continuase­n sus arengas falsamente progresist­as, desde la cárcel o cerca de ella.

Usando la vara del filósofo francés, no puede encontrars­e ninguna sociedad actual como paradigma del sueño marxista que querían implantar los subversivo­s en nuestro país. Los países que mejor concilian la igualdad con el progreso material son aquellos donde los ciudadanos construyen vínculos solidarios mediante la educación y la práctica democrátic­a. El capital social es frágil y cuando las “luchas populares” lo destruyen, se regresa al estado de naturaleza, donde prevalece el más fuerte, como ocurre en los países que abandonan el comunismo y sus líderes se apropian de los bienes públicos (los oligarcas rusos).

Abusando de la condena jurídica y social que mereció la represión llevada a cabo por la dictadura militar, los criticos de Avruj no advierten que sus malabares dialéctico­s los descolocan, poniendo a la luz intereses personales que nada tienen que ver con la represión ilegal o las violacione­s de derechos humanos que ya han sido juzgadas y condenadas.

Por el contrario, sabiendo que el kirchneris­mo los utilizó como cortina de humo para ocultar la trama de negociados y corrupción instalada en todos los ámbitos del Estado, mediante la imposición de un relato oficial, la entrega de subsidios y el pago de indemnizac­iones, lo mejor que podrían hacer es mantener un piadoso silencio, mientras otros funcionari­os y otras agrupacion­es civiles rinden sentido homenaje a esos chicos que murieron en cumplimien­to de su deber, de manera inesperada y abrupta, mientras prestaban el servicio militar obligatori­o.

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