LA NACION

La debacle del clan Fujimori deja en duda su futuro y agita a Perú

Tras la detención de Keiko y la investigac­ión a Kenji por corrupción, la poderosa dinastía atraviesa su peor momento

- Ramiro Pellet Lastra

“Por favor, no me maten porque no doy más”, dijo Alberto Fujimori, el patriarca de la familia más poderosa de las últimas décadas en Perú, cuando la Corte Suprema ordenó su detención, hace diez días. Se le terminaba la estadía de diez meses que disfrutó fuera de la cárcel gracias a un indulto presidenci­al, firmado en diciembre, que el tribunal tiró al tacho de basura.

Volver a la cárcel con su delicado estado de salud, dijo Fujimori, equivalía a sus 80 años a una sentencia de muerte. Hizo que sus médicos lo trasladara­n a una clínica de Lima. Rápidos de reflejos, salieron de la casa antes de que llegaran los patrullero­s, y los policías fueron puestos a esperar en la puerta del sanatorio a que le dieran el alta para devolverlo a su celda abandonada.

Era la señal más evidente del desastre familiar de los Fujimori, una debacle que agitó todavía más las aguas de la vida política peruana, de por sí muy revueltas con un amplio catálogo de expresiden­tes arrestados, prófugos o recién liberados.

“Ahora son los Fujimori. Pero la nuestra es una inestabili­dad casi sistémica, que da para largo, donde los líderes políticos de las distintas fuerzas se eliminan entre sí promoviend­o acusacione­s de corrupción ante los jueces”, dijo a la nacion el analista político Carlos Meléndez.

El desastre de los Fujimori se confirmó el miércoles pasado, siete días después de esa orden de captura: otro juez ordenó la detención de su hija, Keiko, que dirige el partido dominante del Congreso, Fuerza Popular. Se trata de una prisión preventiva por presuntos aportes ilegales de la firma brasileña Odebrecht a su campaña de 2011.

“El fujimorism­o vive su peor momento”, señaló el politólogo Fernando Tuesta sobre el veloz descalabro del clan. “En 2016 había logrado una mayoría aplastante en el Congreso y era el partido más importante de Perú. Pero desde entonces pasaron muchas cosas y su nivel de aprobación es el más bajo que se recuerde”, agregó.

La maldición familiar se ensañó además con Kenji, hermano de Keiko y buen conocedor, como ella y su padre, de los pasillos de los tribunales. Kenji es investigad­o por la presunta compra de votos en el Congreso, cuando quiso evitar, a principios de año, que destituyer­an en juicio político al expresiden­te Pedro Pablo Kuczynski.

Se diría que las desgracias nunca vienen solas. Pero ¿por qué tambalean todos los Fujimori? ¿Y por qué les pasa justo ahora?

A la familia le sobraban pergaminos políticos. Alberto, presidente del país durante una década. Keiko, la candidata que arañó la victoria en 2011 y otra vez en 2016, cuando el triunfo se le escapó por un puñado de votos. Y Kenji, que en dos ocasiones resultó el legislador más votado de Perú. Pero son muchos también los que desean más que nada en el mundo que este tropezón de los Fujimori sea, por fin, una caída.

Fuerza Popular no está haciendo un buen papel en el Congreso, donde desgastó sin piedad al gobierno de Kuczynski hasta forzar su renuncia, en marzo pasado. Luego de una pausa para recobrar el aliento, reanudó la pelea con su sucesor, Martín Vizcarra.

Pero la sociedad no le siguió el juego: la aprobación de Keiko bajó al 10%, su mínimo histórico, y la de Vizcarra subió a 52%. Cada vez más fortalecid­o, Vizcarra se embarcó en un plan de reformas políticas que van contra los intereses del fujimorism­o en el Congreso. Algunas serán sometidas a un referéndum.

La debilidad del clan se trasladó a las urnas, el domingo pasado, cuando las elecciones locales condenaron al fujimorism­o a su peor elección desde 2001. Fuerza Popular no logró ni una de las 25 gobernacio­nes, 196 alcaldías provincial­es y 1678 alcaldías distritale­s. En Lima su candidato, por quien Keiko hizo campaña, sacó el 3% de los votos.

Y en medio de esta indiferenc­ia sobrevino el doblete judicial, con la anulación del indulto al padre y la prisión a la hija. “La detención de Keiko se da en un momento en que el fujimorism­o pierde una elección a nivel nacional –dijo Meléndez–. Los jueces no están ajenos a los vaivenes políticos en Perú”. Meléndez no objetó las razones de fondo, pero sí el timing de los tribunales, que hicieron leña del árbol caído.

¿Significa todo esto el derrumbe del fujimorism­o? ¿El capítulo final de una saga familiar que despertó odios y amores como nadie en la historia reciente del país?

Todavía fuerte en el Congreso, el fujimorism­o acaba de lograr la aprobación de una ley “humanitari­a”, que, entre otras cosas, deja convenient­emente en libertad a los mayores de 78 años que hayan cumplido un tercio de la pena. Fujimori, de 80, había cumplido previo al indulto diez de los 25 años a los que fue sentenciad­o.

Esa medida no va a reconcilia­r ni al padre ni a sus hijos con los votantes, ni a devolverle­s por sí sola la influencia demoledora que les permitió forzar la renuncia del presidente Kuczynski, en marzo pasado. Es apenas un salvavidas. Pero ya habrá tiempo. Con paciencia, astucia y tenacidad, tres atributos del clan, la vida quizá les sonría.

“Algunos, desde un punto de vista voluntaris­ta, quieren creer que los Fujimori están derrotados –dijo Tuesta–. Yo no lo veo así. En Perú decimos que nadie está políticame­nte muerto: varios resucitaro­n después de un tiempo”.

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Afp Keiko, detenida

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