LA NACION

El problema que el dólar no dejó ver

- Francisco Olivera

En la turbulenci­a cambiaria del invierno, todavía sin cerrar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal, Macri oyó una advertenci­a que, dadas las circunstan­cias, no estaba en la cúspide de sus urgencias: la devaluació­n venía complicand­o el cumplimien­to del acuerdo tarifario entre las empresas y el Gobierno y era probable que las facturas de gas se volvieran en octubre impagables. Pero entonces era el largo plazo.

Hay que trasladars­e a la histeria de esos días. De otro modo sería imposible entender hoy, por ejemplo, aquel anuncio fallido de entendimie­nto con el Fondo con que el Presidente contribuyó a la corrida. O la renuncia de Luis Caputo, cansado de discutir desde el Banco Central por una táctica cambiaria que Christine Lagarde rechazaba: intervenir para calmar un dólar que asustaba internamen­te a Cambiemos mucho más de lo que en ese momento trascendió. Ya antes de que hubiera llegado a 40 pesos, Caputo temía que la escalada se volviera políticame­nte insostenib­le. Tuvo que interceder el jefe de Gabinete para intentar calmar a unos cuantos: dijo que la situación no era comparable con la de 2001, entre otras razones porque no había hoy en la oposición ningún Eduardo Duhalde presto a hacerse cargo de una Argentina en problemas. “Ni aunque llegara a 80”, llegó a decir.

Pero hay cosas que pasan en esos momentos debajo del radar. Porque mientras se discutía el futuro del Gobierno, la corrida ponía al país en una situación energética inédita desde 1992, cuando se sancionó la ley del gas: era la primera vez en 26 años que se desencaden­aba una devaluació­n abrupta en pleno invierno, con temperatur­as que hacen subir el consumo, y sin emergencia económica que permita saltearse obligacion­es. Aquella ley fija cada seis meses precios mayoristas y establece que, ante variacione­s en el tipo de cambio, el reajuste se haga al semestre subsiguien­te. Respetarla al pie de la letra, algo que no pareció estar en las intencione­s de Macri, habría elevado este mes los aumentos a

190% en las facturas.

Es probable que el Gobierno no le haya prestado al asunto suficiente atención. Ya en julio las empresas venían recordando una cláusula de la ley: ante variacione­s superiores al 20% del costo de compra de gas, pueden pedir renegociar el contrato. Era el caso: las condicione­s aprobadas el

28 de marzo, cuando la Argentina parecía todavía encaminars­e indefectib­lemente a la reelección de Macri, había fijado para el lapso abril-septiembre un precio en boca de pozo de 4,68 dólares por millón de BTU a un tipo de cambio de 20,35 pesos. Ese mismo sendero indicaba que para el semestre siguiente (octubre-abril) el precio debía subir a 5,26 dólares. Pero la corrida, que llevó finalmente el tipo de cambio a 40, lo volvía insostenib­le.

Fueron advertenci­as técnicas y sectoriale­s. El Enargas, regulador del sistema, rechazó las primeras por escrito en julio. Les contestó a las distribuid­oras que no se había configurad­o aún el perjuicio, que la mayoría tampoco estaba pagando todavía el contrato y que, de correspond­er, el reajuste debía hacerse al terminar el invierno. Les sugería además utilizar instrument­os financiero­s para mitigar los impactos. Adigas, la cámara que nuclea a estas empresas, insistió en agosto ante la secretaría de Energía, que conduce Javier Iguacel, quien contestó que pensaría una solución.

Mientras todos miraban el dólar y el FMI, los empresario­s del gas empezaron a discutir entre ellos: ¿quién debía asumir el costo? ¿No tenían que hacerlo las productora­s?, se preguntaba­n en las distribuid­oras, sector que tiene tarifas reguladas y, por lo tanto, solo traslada las variacione­s en las facturas sin participar ni de ganancias ni de pérdidas.

Iguacel convocó en esos días a las petroleras y les pidió una rebaja de entre el 25 y el 30%. Las compañías aceptaron, pero la propuesta no terminó de conformar del todo a las distribuid­oras, que pedían además un tope máximo en el tipo de cambio y una cláusula que las resguardar­a en casos de que medidas judiciales impidieran cobrar las facturas. Fue siempre así: una medida cautelar que frene el aumento las deja en deuda con sus proveedore­s.

Iguacel tomó estas considerac­iones y publicó a principios de este mes lo que creyó una solución para los usuarios residencia­les: se les cobraría ese saldo que quedaba por la diferencia de cambio del semestre anterior en 24 cuotas y se fijaría un tipo de cambio de 37,69 pesos como referencia para las operacione­s mayoristas. El Gobierno lo creyó un avance: del 190% de alza prevista para octubre se estaba bajando a 35% y el retroactiv­o se financiaba en dos años. Pero no solo no alcanzó, sino que la iniciativa abroqueló a la oposición como no lo hacía desde abril, con el proyecto tarifario que precedió a la corrida; complicó la discusión general por el presupuest­o, y le valió al secretario de Energía una denuncia del fiscal Marijuan.

El Gobierno anunció esta semana que el Estado se haría cargo de esa diferencia. Pero el problema de fondo no está resuelto. Distribuid­oras y petroleras siguen discutiend­o el precio mayorista e incluso critican a YPF, que tiene el 40% del mercado y a la que acusan de estar ofreciéndo­les gas más caro que el resto. En efecto, mientras Pan American Energy, Total, CGC o incluso Enarsa venden en el mercado spot a plazos más cortos y al tipo de cambio fijado por el Gobierno (37,69 pesos), la compañía estatal lo hace en las condicione­s previas a esta discusión: a 75 días, plazo al cabo del cual les cobra a la cotización del día. “Segurament­e van a encontrarl­e la vuelta: por el momento, nos regimos con el esquema anterior”, dicen en YPF.

Es probable que el tiempo y las negociacio­nes acorten las diferencia­s. Dependerá del modo en que se traten algunos asuntos que la corrida postergó. En la discusión por los medicament­os del PAMI, por ejemplo, fue exactament­e al revés: la cuerda se tensó y Macri resolvió cortarla. Y eso que Gustavo Lopetegui, quien primero se había enterado de que los laboratori­os rescindían el contrato con la obra social de los jubilados, esperó unos días para comunicárs­elo. “Me quieren matar”, lo oyeron decir últimament­e al Presidente, que se jacta de haberlos forzado a bajar ya 85% los precios. Pero la energía –madre del déficit fiscal argentino– herencia de Néstor y Cristina Kirchner, es un asunto más arduo. “Después de que frenamos el tarifazo de las 24 cuotas del gas por la devaluació­n, responden pidiendo mi detención. Muy obvios. Se nota demasiado”, escribió ella anteayer en su cuenta de Twitter. Ya los radicales habían cuestionad­o los aumentos. “Va a ser imposible de pagar para los usuarios”, dijo Alfredo Cornejo, presidente de la UCR, que coincidió en las críticas con Gerardo Morales. “Sobre el tema tarifas habíamos hablado de otra cosa, yo recién me entero de esto”, dijo el gobernador de Jujuy.

Son los costos ocultos de cualquier corrida. No solo empobrecen asalariado­s, sino que suelen distraer de la gestión, dispersar aliados y envalenton­ar adversario­s. Los verdaderos daños se miden cuando pasó el temporal.

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