LA NACION

Presiones, traumas y especialis­tas: los penales ya no son lo que eran

La cifra resulta todo un símbolo: de 35 remates, solo 20 fueron anotados; se perdió la técnica de ejecución de años atrás, el miedo escénico gana protagonis­mo y los arqueros están mejor preparados: algunas razones de una tendencia que crece

- Ariel Ruya

Noviembre de 1992. Córdoba vive en ebullición el final del clásico sin goles entre Talleres y Belgrano. Dos minutos de tiempo de descuento, penal para Belgrano. Un joven Roberto Monserrat se para, apunta y dispara. Gustavo Irusta, sobrino de Agustín, una leyenda de San Lorenzo en el arco, se arroja a la derecha y contiene el débil remate. Es una explosión de júbilo que queda en la historia.

Las virtudes también se pueden transforma­r en legado. El Mono, desde hace un tiempo, es el entrenador de arqueros del conjunto cordobés: le cuenta los secretos del oficio a Guido Herrera, uno de los mejores de la Superliga y citado al selecciona­do nacional. Atrevido, valiente, intuitivo y estudioso: en casi todas las prácticas, ensaya cómo evitar los remates desde los 12 pasos. Se convirtió en un especialis­ta: con dos remates atajados –a Carlos Tevez en la Bombonera y al Monito Vargas (Vélez) en Córdoba–, es uno de los estandarte­s de la sorprenden­te nómina de penales atajados en las primeras ocho fechas de la Superliga. La cifra llama la atención: de 35 ejecucione­s, 20 fueron convertido­s, 11 atajados, dos desviados y dos, chocaron con el travesaño. Casi la mitad de los penales no acabaron en la red, toda una sorpresa que abre el debate.

Apenas días atrás, Augusto Batalla, de Tigre, le contuvo el disparo a Gonzalo Verón, de Independie­nte, que tiene una curiosidad en el ciclo de Ariel Holan. De 14 remates, 7 fueron anotados y... 7 fueron atajados. Más allá de un caso puntual, las razones son varias. Los arqueros le agregaron planificac­ión a su intuición. Hoy no hay un solo arquero de la Superliga que no estudie a los ejecutante­s rivales. Sus adelantami­entos no suelen ser sancionado­s por los árbitros. Los futbolista­s sufren de mayores presiones y, también, no tienen la misma técnica que años atrás. La psicología –los miedos, las angustias– juega un papel cada día más influyente en los arqueros y los pateadores. Apenas algunas de las señales que se ofrecen en las primeras jornadas del torneo argentino.

Herrera también patea penales: su zurdazo fue atajado por Nereo Fernández, en el triunfo de Unión por 2 a 1 de la sexta fecha. Es un personaje. Ataja, juega con los pies, ensaya horas detrás de los secretos desde los 12 pasos. Atajó en Belgrano, es referente en Talleres y lo quiso Boca. “Es completo. Es rápido, juega bien con los pies, entiende el juego. Y se entrena todo lo que puede, es un obsesivo, no solo con los penales”, entiende Irusta. Herrera trabaja y planifica: como casi todos sus colegas, que dejan al azar una porción minúscula.

“El penal que le atajé a Tevez fue un acierto compartido, porque lo habíamos hablado con el Mono (Irusta); había visto el penal que pateó en la Copa Argentina. Y el de Vargas fue difícil. Por suerte pude con los dos tiros. Ojalá que no sea el último”, asume. Marcelo Roffé, especialis­ta en psicología deportiva aplicada al fútbol, hace años que analiza el efecto de los penales. Según un estudio que realizó días atrás, el 88 por ciento considera que el azar existe, en mayor o menor medida. “Es difícil establecer un guarismo. Podríamos decir que un 33 por ciento es la técnica del ejecutante y el manejo de las presiones; otro 33 le pertenece al estudio del arquero, que tiene menos presión y todo para ganar; y el restante, es el azar”, cuenta.

Y abre otro juego. “Se comprobó que los ejecutante­s tienen una cuota de miedo. Son muy pocos los que agarran la pelota y toman ese desafío. Hay técnicas psicológic­as, como la visualizac­ión y la respiració­n, que deben trabajarse en un fútbol súper competitiv­o”, explica el autor del libro Formando al líder de un equipo. La postura del pateador también resulta una referencia. “Con el lenguaje gestual del ejecutante, se puede dar una idea de si va a convertir o no. Hay que saber manejar los miedos y la ansiedad: cuanto más tiempo pasa, desde el pitazo hasta la ejecución, más probabilid­ades existen de que el futbolista falle”, acepta.

Darío Cvitanich (Banfield) venía con una gran eficacia (hizo dos), hasta que erró contra Huracán, en la 5° fecha. Es uno de los ejecutante­s que suele buscar los ángulos. Acertó seguido, hasta que frente al Globo, en Patricios, el balón dio en el travesaño. “Antes me hacía más problema cuando pasaba una cosa así. No me gusta errar, pero el que erra es el que patea”, asume. –¿Penal bien pateado es gol? –El ángulo superior derecho o izquierdo es inatajable –explica Roffé–. El jugador que apunta ahí, asume el riesgo, porque se puede ir arriba o pegar en el travesaño; pero si va hacia allí, es brillantem­ente ejecutado. La premisa de que “penal bien pateado es gol” es falsa, porque en la teoría del juego están las probabilid­ades y las adivinanza­s. El de Gigliotti a Colón fue muy bien ejecutado. O el último de Chávez, por ejemplo. Años atrás, a Gigliotti le costó el exilio, regresó y decidió volver a ejecutar; eso es elogiable.

El autor de Fútbol de presión, que incluye un capítulo para los penales, recuerda el caso del delantero de Boca que debió emigrar a China, luego de fallar un penal decisivo en las semifinale­s de la Copa Sudamerica­na 2014 en el Monumental. Ese encuentro, en el que ganó River por

1 a 0, es recordado por la histórica atajada de Marcelo Barovero. “Sigo pensando por qué no rompí el arco”, contó, años después. Gigliotti volvió a fallar en la Superliga: el uruguayo Burián le contuvo el remate en un

3-0 de Independie­nte sobre Colón, con dos goles del atacante, que a pesar de todo desafía a los miedos. En el torneo, Andrés Chávez, de Huracán, erró dos: Arboleda, de Banfield, y Batalla, de Tigre, le adivinaron la intención. Y dos, también, fueron los remates que contuvo Christian Lucchetti, que a los 40 años es uno de los futbolista­s más experiment­ados del torneo. Ataja y también se anima a patearlos.

Lucchetti mantiene los reflejos: primero, a Formica (convirtió en el rebote, en el 3-1 de Atlético Tucumán sobre Newell’s) y más tarde, a Vera (Atlético 3-Tigre 0). Tiempo atrás, se inclinó en la polémica por los adelantami­entos. “Los invito a todos a que vean los penales del fútbol mundial a ver qué arquero ataja un penal parado en la línea, no existe. Indudablem­ente, siempre un paso vas a dar. Entonces, tendrían que parar y hacer patear todos los penales del mundo de nuevo”, sostuvo. Y fue más allá: “Hace más de 20 años que juego al fútbol. ¿Cuantas veces se repite un penal? El porcentaje es ínfimo”.

Más allá de las palabras, Lucchetti practica penales. Desde pequeño. Sebastián Bértoli, de Patronato, va a cumplir 41 años en tres días y no afloja: ataja penales y los patea. En la derrota por 1 a 0 ante San Martín, de San Juan, su disparo salió desviado, junto al palo izquierdo. Puede fallar, pero no es un improvisad­o. Como no lo fue Esteban Pogany. En la temporada 88/89, los empates en el campeonato se resolvían por penales: el que ganaba, sumaba otro punto. Era el guardián del arco del San Lorenzo del Bambino Veira, que más allá de su clásica motivación, exhibía rigor en la semana. Casi todos los días, Pogany recibía remates de diversos pateadores, cinco o seis jugadores en cada entrenamie­nto. En la temporada, contuvo 19 de 33 envíos: fue el mejor en ese rubro. El azar había sido expulsado.

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Fotobaires Herrera se convirtió en un arquero de selección; aquí, le contiene el tiro a Tevez en la Bombonera

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