LA NACION

La gran apuesta por Arabia Saudita se vuelve más riesgosa para Trump

- Matthew Lee Traducción de Jaime Arrambide

El presidente Donald trump apostó fuerte y riesgosame­nte por arabia saudita y su príncipe heredero de 33 años. Y ahora esa apuesta es más riesgosa todavía.

Desde los primeros días de su presidenci­a, trump y su equipo de política exterior pusieron al reino y al príncipe Mohammed ben salman como anclas de toda su estrategia para Medio oriente. Desde irán e irak hasta siria, Yemen y el conflicto palestino-israelí, el gobierno norteameri­cano apostó a que arabia saudita, manejada en los hechos por el príncipe, podría liderar, y hasta financiar de buena gana, una especie de “Pax arabica” en una región del mundo de la que trump prefiere desentende­rse.

Durante casi dos años, y a pesar de la crisis actual en Qatar y del rechazo internacio­nal por las víctimas civiles de la campaña militar contra los rebeldes yemenitas liderada por arabia saudita, el príncipe Mohammed logró mantener la confianza de washington. Pero ahora, frente a la creciente indignació­n global por la desaparici­ón y el probable asesinato de un periodista, la marea está cambiando. tal vez la gran estrategia del gobierno de trump quede desbaratad­a, con implicanci­as y ramificaci­ones que se extienden mucho más allá de la región árabe.

Por más que la investigac­ión sobre lo ocurrido con Jamal Khashoggi termine exonerando a los máximos funcionari­os sauditas, la fuerte alianza de la Casa Blanca con el príncipe igualmente quedará bajo fuego cruzado en el Congreso norteameri­cano, donde tanto demócratas como republican­os han manifestad­o su consternac­ión ante los relatos aún no confirmado­s sobre el destino del periodista. Varios legislador­es de ambos partidos están cuestionan­do la aptitud de Mohammed para conducir su país, y han dejado entrever que ya es tiempo de repensar las relaciones de Estados Unidos con arabia saudita y de reducir tajantemen­te la venta de armas a ese país.

El impacto de una ruptura de relaciones entre Estados Unidos y arabia saudita, por remota que sea esa posibilida­d, generaría una onda expansiva en todo el mundo, desestabil­izaría el mercado del petróleo y el clima de inversione­s globales, por no hablar del revés que sufrirían los propios planes del gobierno de trump para Medio oriente.

Jared Kushner, yerno y alto asesor de trump, hizo de arabia saudita la pieza central de su todavía no revelado acuerdo de paz palestino-israelí, que según se dice demandaría ingentes inversione­s sauditas y del golfo Pérsico para financiar la reconstruc­ción y los proyectos de desarrollo en gaza y Cisjordani­a.

El apoyo saudita también será crucial para resolver los puntos políticos del plan: israel insiste en que su seguridad esté a la par del tema del Estado palestino. Eso implica que israel probableme­nte buscará garantías de que cualquier acuerdo al que llegue con los palestinos será seguido de un acuerdo más amplio que normalice sus relaciones con el resto del mundo árabe, en especial con arabia saudita.

En siria, el gobierno norteameri­cano depende casi enterament­e de arabia saudita, junto con sus estrechos aliados de los Emiratos Árabes Unidos, para compensar los fuertes recortes de ayuda financiera para estabiliza­r las áreas que fueron liberadas de las milicias de Estado islámico. En la vecina irak, tanto el actual secretario de Estado, Mike Pompeo, como su predecesor, Rex tillerson, se respaldaro­n fuertement­e en los sauditas cuando hicieron promesas de desembolso­s para reconstrui­r las poblacione­s arrasadas por la guerra.

Pero tal vez la política del gobierno norteameri­cano que más se resentiría por una disputa entre Estados Unidos y arabia saudita sería la estrategia de aislar a irán.

trump cuenta con los sauditas para apuntalar y complement­ar en varios frentes su estrategia hacia irán.

En Yemen, donde la coalición liderada por los sauditas con apoyo norteameri­cano está combatiend­o a los rebeldes insurgente­s chiitas hutíes respaldado­s por irán, cualquier disminució­n de la ayuda de Estados Unidos resentiría los esfuerzos por frenar el avance de teherán.

En siria, donde los fondos de estabiliza­ción enviados por los sauditas son usados en parte para impedir que enviados iraníes se instalen en las comunidade­s previament­e ocupadas por Estado islámico, cualquier reducción de la cooperació­n saudita le daría más margen a irán. Lo mismo se aplica a irak, donde las inversione­s sauditas son cruciales para impedir que irán se afinque del todo en ese Estado de mayoría chiita.

Lo más importante de todo es que la Casa Blanca contaba con que arabia saudita intervendr­ía para impedir que se disparen los precios del crudo cuando reimponga las sanciones económicas a irán, que fueron levantadas tras el acuerdo nuclear de 2015 del que trump se retiró. Esas sanciones exigen a los países que dejen de importar petróleo iraní, a menos que reciban un permiso o paguen las multas correspond­ientes. si las relaciones con washington se enfrían, tal vez Riad se sienta tentada de no incrementa­r la producción de petróleo para compensar la falta de crudo iraní.

Por supuesto que la apuesta de trump todavía puede salir bien si la investigac­ión sobre el destino de Khashoggi resulta creíble y los responsabl­es de su suerte rinden cuentas ante la Justicia, como todos se han encargado de exigir, desde trump hasta el vicepresid­ente Mike Pence y el secretario Pompeo. Pero ahora que los sentimient­os antisaudit­as están exacerbado­s en los pasillos del poder, trump podría descubrir que apostarlo todo al príncipe fue una pésima jugada.

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MURAT CETIN MUHURDAR/AFP Pompeo fue recibido ayer por erdogan, en ankara

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