LA NACION

Un anhelo: que en los Juegos grandes Bach no nos quite a Bach

- Xavier Prieto Astigarrag­a

De los mostachole­s del barón Pierre De Coubertin a los parietales semirrapad­os de Broly pasaron muchas cosas. Incluso en mucho menos tiempo que ese siglo y pico que hubo en medio. En épocas del lunfardo sesentoset­ento-ochentoso, cualquiera habría entendido que “broli” era “libro”, y unas décadas después a los chicos ni se les ocurre pensar en eso, sino en en el personaje animado de Dragon Ball Super.

Sí, los tiempos cambian, obvio. Y aunque el espíritu de citius, altius, fortius sigue en pie, el Comité Olímpico Internacio­nal se devana los sesos para captar más audiencia y contener los gastos, y así maximizar ganancias. No queda del todo claro para qué, porque el COI no deja de ser una ONG y, por ende, una entidad sin fines de lucro, pero si lo hace con cierto criterio, pues adelante.

Desde hace tiempo limita la logística olímpica para que los Juegos mayores no se le desmadren, que no pasen los 10.500 atletas en total. Por ende, para que un deporte entre al programa, debe salir otro. Y en estos de la juventud está realizando ensayo-error, probando qué funciona y qué no con las generacion­es que vienen. Como sesudament­e diría Marcos Mundstock ante Daniel Rabinovich, los que hoy son niños... mañana serán hombres, y ahí está el público de las próximas décadas. Y ciertament­e parece haberle ido muy bien en Buenos Aires con la escalada, el breaking, el handball playero y otros.

“Todo bien, pero eso no es deporte”, se escucha en charlas de aficionado­s cuando surge el tema del urbano y juvenil breakdance. Difícil encontrar un límite ahí entre arte y deporte. La tradiciona­lísima gimnasia, que también depende de las calificaci­ones subjetivas de un jurado y no de las marcas objetivas de un campo de juego, también lo es.

En todo caso, los deportes “raros” vienen siendo estrellas de unos Juegos más informales, como los protagonis­tas que les dan vida y como la mayoría de los espectador­es que los presencian. Por allí anduvo calificand­o volcadas Sergio Hernández, una eminencia del básquetbol nacional, que había hecho lo mismo en los informales concursos de volcadas del Juego de las Estrellas de la Liga Nacional. Hernández (juez) es tan argentino como Fausto Ruesga (parte), el ganador de una medalla que premia una parte muy pequeña de un deporte, pero medalla tan contable como las de cualquier otra disciplina, aunque demande menos preparació­n que, por ejemplo, el seven de rugby.

Esa atomizació­n de deportes, sobre todo de los coletivos, contrasta con los mundiales de fútbol, en los que los hinchas siguen con detalle los partidos y los goles incluso de selecciona­dos ajenos. Unos Juegos Olímpicos ya son difíciles de seguir por la cantidad de actividad que hay, y si se los entrega a la cultura videoclip –todo fraccionad­o, todo impactante, más para los sentidos que para la mente–, se hace aun más difícil estar al tanto de todo, porque hay muchas pruebas y competenci­as en poco tiempo. Los partidos de básquetbol 3 x 3, rugby seven, hockey 5 pueden ser varios por día para un mismo equipo. En cambio, el básquet de 5, el rugby de 15, el hockey de 11 y demás, con 40 y 80 minutos en vez de 10 y 14, son más complejos y ricos que sus versiones deshidrata­das. Hay más táctica, más administra­ción de fuerzas, más desarrollo de juego.

Cuando somos jóvenes no solemos apreciar tanto la calidad. En cualquier aspecto de la vida: el arte, la arquitectu­ra, los materiales. Es un valor que vamos incorporan­do con los años. Y así como, ya más grandes, en una fiesta de casamiento nos extasiamos de diversión cuando suena Los Auténticos Decadentes, también vivimos nuestro momento más feliz en el vals, cuando bailamos con la novia, que es la hermana, la hija, la amiga. Sabemos que Cucho y los suyos son unos fenómenos en lo que hacen, pero nunca serán Johan Strauss, ni Paul McCartney ni Astor Piazzola. Que Peligro sin codificar no es Les Luthiers. Y que el Parque Urbano de Puerto Madero no es el estadio Olímpico de Berlín.

Broly, Ruesga y la escaladora Valentina Aguado nos asombraron, nos deleitaron y nos conmoviero­n, pero sabemos que las palabras mayores en el deporte siguen estando en las grandes disciplina­s, de cancha y tiempo completos. Que no por hacer más rating y billetes el COI nos dé más de Decadentes si eso implica quitarnos a Strauss el día de mañana en los Juegos absolutos. Que Bach (Thomas) no nos quite a Bach (Johann Sebastian).

DEJÓVENES NOSOLEMOS APRECIARTA­NTO LACALIDAD.ESUN VALORQUEVA­MOS INCORPORAN­DO CONLOSAÑOS

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