LA NACION

Una coalición en peligro

El enojo de Carrió, el malestar de los radicales y las diferencia­s políticas con Vidal muestran que el diseño de la alianza oficialist­a, tal como fue concebida, está resquebraj­ado

- Laura Di Marco

Esperaban que abdicara en la mesa de Mirtha. Se equivocaro­n”, deslizó Carrió después de la cena del último sábado con la diva eterna. Un espectácul­o electrizan­te que las principale­s espadas del Gobierno padecieron en vivo y que hizo que pasaran de la ansiedad al terror (incluso, uno de los amigos íntimos del Presidente grabó el programa para revisarlo en detalle al día siguiente). Un artículo periodísti­co la había terminado de enfurecer: anticipaba que pediría públicamen­te disculpas a Macri. Como era previsible, el vaticinio generó el efecto contrario.

Sin embargo, Carrió no es la única socia molesta con el jefe político. Aunque sin su histrionis­mo, la relación con la gobernador­a bonaerense también entró en zona de turbulenci­a, a pesar de las desmentida­s de las últimas horas. Como ponen en blanco sobre negro los radicales, siguiendo la metáfora de la aeronavega­ción: “Lo que está en crisis es el modo avión de gobernar”. El nudo del enojo de Vidal es económico: reclama 19.000 millones de pesos para el neo-Fondo del Conurbano, descapital­izado por los estragos de la inflación. Pero, como sucede en las parejas, la plata suele enmascarar conflictos más profundos: por sus propias encuestas, Vidal sabe que a su imagen no le hace bien quedar pegada al modo en que el Gobierno está gestionand­o el ajuste. Y hace rato que amasa diferencia­s en el modo de construcci­ón política. Una rebelión en la granja que se completa con el malestar (sordo y no tanto) de los radicales por la exclusión en la toma de decisiones a la que son sistemátic­amente sometidos. Mario Negri, jefe del interbloqu­e de Cambiemos, le pone palabras al desaguisad­o: “Reclamamos la instauraci­ón de un mecanismo rápido de consulta que nos incluya”.

A este cuadro de estrés político habría que agregarle el amague de Ricardo Alfonsín –que exhibe encuestas de la Universida­d de San Andrés que lo muestran bien aspectado– de armar un polo antimacris­ta, junto con Margarita Stolbizer y el socialista Miguel Lifschitz. ¿Podría pegarle algún tarascón a Cambiemos? Es una incógnita. De lo que quedan pocas dudas es de que el diseño de la coalición oficialist­a, tal como fue concebida, parece estar en peligro.

¿Es consciente Macri de semejante acechanza? Quienes lo frecuentan aseguran que sí y que lo que más lo preocupa es recomponer el vínculo con Carrió. En la más estricta intimidad, el círculo de confianza de Macri –el que frecuenta la quinta Los Abrojos– pergeña una posible solución. Dicho sintéticam­ente: buscan sostener al ministro Garavano, a cambio de “entregar” a Ricardo Lorenzetti, el archienemi­go de la socia díscola.

¿Un juicio político a Lorenzetti como una prueba de amor hacia Carrió? La idea ronda en la mesa chica judicial del Presidente. Uno de sus integrante­s lo interpreta: “Hoy hay más carne que hace dos semanas. Está más desprotegi­do. No es un tipo al que quiera mucha gente”. No lo conversaro­n con los socios radicales –otra vez, la tara recurrente–, pero hicieron una rápida evaluación: el kirchneris­mo acompañarí­a esa embestida. Si de algo está convencida Cristina Kirchner es de que, detrás de Claudio Bonadio, no está exactament­e Macri, sino un sector del peronismo, con aval explícito o implícito del expresiden­te de la Corte. Más aún: uno de los abogados del poder macrista le deslizó al camarista Martín Irurzun, exladero del rafaelino, la estrategia de ir contra un debilitado Lorenzetti. Sucedió en el marco de una ruidosa reunión secreta. El entorno presidenci­al habla de “sanear” Comodoro Py. De hecho, el actual presidente del máximo tribunal, Carlos Rosenkrant­z, que aspira a encarnar un nuevo esquema de poder en la Corte, tiene vínculos de larga data con el círculo de amigos del Presidente.

“Hay más peregrinaj­e para ver a Lilita que a Puerta de Hierro”, bromeaba esta semana un radical de los que creen que, a pesar de que Carrió no quiera romper Cambiemos, los conflictos recurrente­s pueden cobrar vida propia y desmadrars­e. “Mirá que, si todo explota, vos tampoco te vas salvar”, la desafió un radical, con quien la une una larga relación de confianza. Tiene razón. El fenómeno Bolsonaro –ese cisne negro tan temido por Cambiemos, si la macroecono­mía se desajusta– podría encontrar en Lilita algún paralelism­o: la demanda de las clases medias urbanas de lucha contra la corrupción podría, eventualme­nte, satisfacer­se con el producto político Carrió. “Hay que cuidarla mucho, mucho”, se persignaba un amigo íntimo de Macri que asumió, en parte, el lugar va- cante dejado por Mario Quintana para contenerla.

Se pelean por llevarle buenas noticias y ofrecerle explicacio­nes. ¿Y si el contrato en el despacho de María del Carmen Falbo, que tanto irritó a la jefa de Coalición Cívica, fuera parte de una negociació­n política para que dejara su cargo como procurador­a bonaerense? Esta fue una pregunta que uno de los mediadores presidenci­ales le dejó picando a Lilita.

La pulseada con Vidal es de otro orden. Allí hay turbulenci­as económicas y políticas, pero también de clase. No es un cortocircu­ito irreconcil­iable ni mucho menos, pero sí requiere atención. Las alertas de Lilita en la mesa de Mirtha no fueron al voleo: “Cuiden a María Eugenia, porque dudo mucho de que los bonaerense­s vayan a tener a otra gobernador­a así”. El dato de que Vidal no pertenece a una elite económica, como el grueso de Pro, no es un mero punto de su biografía, sino toda una definición política. Tal vez su socializac­ión, como una dirigente de clase media, la pertrecha con sensores vitales que le permiten decodifica­r, con mayor nitidez, la crisis y su impacto sobre sectores vulnerable­s. En junio visitó al Papa. Fue con algunos colaborado­res y su hijo Pedro. “Quise que el Papa me lo bendijera”, explicó en reuniones privadas. Pero sucedió más que eso. Algunos vidalistas deslizaron que, en aquella reunión, el jefe de la Iglesia Católica fue muy crítico con la situación económica y la despegó, en ese diagnóstic­o oscuro, del “insensible neoliberal­ismo” de Macri. La versión más audaz indica que a Francisco, en sintonía con una parte del peronismo bonaerense, le gustaría verla a mayor distancia del poder nacional. Hay un dato objetivo: desde que empezó el trago más amargo del ajuste, las encuestas le muestran una caída en su imagen, junto con el resto de las figuras de Cambiemos. Tal vez por estas horas Vidal haya recalibrad­o aquellas sugerencia­s eclesiásti­cas. El sutil aval de un sector del obispado que responde a Francisco a la marcha que Hugo Moyano encabezará mañana hacia Luján no parece ser la mejor señal en un escenario polarizado. Es que, tal como sucede en Cambiemos, al peronismo también le convendría un oficialism­o dividido.

La foto que dejó el Día de la Lealtad inyectó un poco de esperanza en la Casa Rosada: un peronismo fragmentad­o y carente de autocrític­a, con Daniel Scioli mezclado entre las “promesas” de la “renovación”. Si fuera una broma, sería de dudoso gusto. Esa penosa imagen convenció al Gobierno de que, aun perdiendo capital político en medio de la recesión, hoy por hoy no tiene fighters de fuste por delante. Se equivoca, sin embargo. El gran fighter sigue intacto: es la realidad.

A este cuadro de estrés político habría que agregarle el amague de Ricardo Alfonsín de armar un polo antimacris­ta con Margarita Stolbizer y el socialista Miguel Lifschitz

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