Bella, bella, bella
Soy bella es una escultura del célebre Rodin. Inmóvil, así como la vemos –o la evocamos, porque no está aquí en el escenario, claro–, alude a su vez a los primeros versos de un poema de Baudelaire, La beauté: “Soy hermosa, oh mortales, como un sueño de piedra”. Y el deseo, el afán, la incontinencia por salir del yeso y volverse movimiento, sin perder un ápice de belleza plástica, se llama I’am beautiful.
Puede sonar contradictorio, pero no: la obra que la compañía siciliana Zappalà trajo al Festival de Danza Contemporánea es rigurosa y libre, formal y visceral; despabila articulaciones y emociones, y sacude al ciclo Italia XXI en una única función en el Teatro Coliseo.
De ropa interior blanca a una segunda piel ver-
de alienígena; de un arranque percusivo, tribal, primero, al borde de un estado de rock tras el pasaje de secuencias electrónicas; la pieza pone en tránsito a un elenco que se expresa hasta con la lengua en una coreografía siempre colectiva que sabe dar lugar a soliloquios.
A los nueve intérpretes y los cinco músicos, ocultos aun a la vista tras un magnífico cortinado de flecos impoluto, y al señor Zappalá les vale una exclamación final: You’re (so) beautiful!
Quieto como una escultura, sin parpadear, el público puede haberse perdido sin traducción ni programa de mano en un texto pronunciado en francés. Ojalá alguien más haya logrado recuperar la última frase: “El acto de mirar es una forma de plegaria”.