LA NACION

Guiños simpáticos sobre los años 90

- Gabriel Isod

Merece la pena estar atento a lo que se produce en el ciclo “Óperas primas” del Centro Cultural Rojas. A modo de mirada al futuro, estas piezas de directores noveles dejan entrever algunas coordenada­s del teatro que viene, de los autores que están pidiendo pista y traen algo para decir. Consuelo Iturraspe, en este caso, es la dramaturga y directora de Marisa Wayner vende. Retrata aquí la vida de una mujer encargada de hacer guardias inmobiliar­ias que mientras asiste a la búsqueda de espacios ajenos fracasa una y otra vez en su intento de conformar uno propio.

Se inicia con una puerta con ruedas como único instrument­o escenográf­ico. Sobre ella se proyectan distintas imágenes: edificios de departamen­to o planos de vivienda. Hay un buen uso de este dispositiv­o técnico que, sumado a unas cajas, permite darle movilidad a la escena. Marisa (Mercedes Najman) presenta los departamen­tos a dos actores que se transforma­n en los distintos clientes, narradores o en la eventual jefa de la inmobiliar­ia. La solidez del código creado permite que estas transforma­ciones sean siempre claras, el hilo narrativo es fácil y agradable de seguir. Entrevista a entrevista, Marisa conoce a sus clientes para dar con la unión ideal entre persona y vivienda. Hay motivos para creer que se trata de una vendedora eficiente, tiene una frase matadora para cerrar tratos y su capacidad es encomiada por sus superiores. Sin embargo, a medida que la trama avanza, la pregunta que crece en el espectador es alrededor de la vida de la propia Marisa, sus obsesiones y la soledad que oculta con una esperanza que parece a prueba de todo. Personaje paradojal, ella consigue solucionar en los demás los dilemas que no consigue enfrentar en sí misma. Los planos que se proyectan sobre ella terminan sugiriendo un laberinto que la tiene en el centro, incapaz de encontrar soluciones para su propia condición. Allí, la obra se vuelve metáfora de algo más grande y trascenden­te, quizá sobre la dificultad de estar bien en un espacio que no tiene por qué ser solo algo material y físico.

Consuelo Iturraspe transforma en procedimie­ntos constructi­vos los consumos culturales de los que crecieron en los años noventa. Canciones de Xuxa o corporalid­ades y cortes narrativos que parecen sacados de los dibujos animados pueblan este imaginario plagado de guiños que mezclan el humor y la nostalgia. Es, también, exponente de una generación guiada por la dificultad de encontrar un lugar, una que creció sin el amparo de grandes verdades que la contengan y que, sin embargo, no deja de buscar. Marisa Wayner vende una exploració­n honesta y conmovedor­a sobre esa búsqueda de una casa, un afecto, un lugar social, un cuarto propio en el teatro.

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