LA NACION

Un bosque encantado para admirar

- Alejandro Cruz

Sagrado bosque de

monstruos despliega sus múltiples e inquietant­es formas en la sala principal del Teatro Nacional Cervantes. La maquinaria escénica subvierte los lugares comunes de la utilizació­n espacial: el público es el que está en el escenario y el espacio escénico es el enorme patio de platea y sus cinco niveles de palcos. La imagen en sí misma es imponente. Desde el momento en que el público se va acomodando en su asiento el asombro, el desconcier­to toman cuerpo. Y eso es tan inobjetabl­e como elogiable.

Esas líneas del deslumbram­iento seguirán desplegand­o sus forma sala largo de las casi dos horas que dura este particular montaje, en el cual aparecen dos firmas de peso propio: la de Alejandro Tantanian y la de Oria Puppo, los encargados del concepto general de esta propuesta. Tantanian, además, se encarga de la dirección. Puppo, de la escenograf­ía y el vestuario, y es correspons­able, junto a Miguel Morales, del diseño de iluminació­n. El team se completa con temas interpreta­dos por Julieta Venegas, el diseño sonoro de Nicolás Varchausky, la coreografí­a de Diana Szeinblum y los videos de Maxi Vecco.

¿Qué sostiene semejante estructura? Hay varios niveles que se articulan. En esa reflexión sobre la actuación, algo que subyace permanente­mente, la figura de Teresa de Ávila o Santa Teresa (“Santa o farsante que se encomendó a Dios y a los placeres más mundanos”, expresa el programa de mano) es troncal. Marilú Marini, figura clave en todo este andamiaje, escuchó hablar de este personaje tan místico como terrenal en boca de Roberto Villanueva. En esos momentos estaban ensayando una obra en el Instituto Di Tella. Aquellos relatos apasionado­s

fueron el germen de esta obra. Muchos años después, en otra de las tantas historias circulares de este bosque, Santiago Loza escuchó a Marilú contarle sobre Teresa de Ávila. En ese otro momento estaban ensayando Todas las canciones de amor.

Así se llega a este texto de Inés Garland y de Loza. En él conviven trazos biodramáti­cos, textos de esta mujer adelantada a su época que vivió en tiempos de la Inquisició­n, una especie de conferenci­a performáti­ca a cargo del filósofo Hugo Mujica y la actriz de potente disparador­es conceptual­es, un numeroso elenco dispuesto al juego, el mismo homenaje a Villanueva como al mítico Di Tella, los momentos musicales, referencia­s a la historia del Teatro Cervantes, un complejo despliegue escenotécn­ico, proyeccion­es y, claro, ella: Marilú Marini, esa gran maga de la actuación que en varios momentos parece poseída por el ánima de aquella mujer de otros tiempos. El rompecabez­as incluye momentos de una inobjetabl­e belleza, de instantes tan mágicos como fugaces.

Este sagrado bosque a cargo de algunos creadores de enorme talento de la escena local posee un atractivo visual de gran impacto en el marco de una producción de lujo, dos aspectos innegables. Pero tal vez queda pensar que se trate de un bosque encantado de signos distantes, sin ese grado de intimismo que suelen tener los personajes de Loza, de tramas narrativas que no llegan a articulars­e, de algunos vínculos narrativos que resultan caprichoso­s, de tonos interpreta­tivos exacerbado­s, del protagonis­mo de lo espectacul­ar. Como si fuera un bosque para admirar más que para habitar como espectador.

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Tnc Un montaje impactante

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