LA NACION

El viejo país corporativ­o tira otra vez para atrás

- Por Héctor M. Guyot

Hay una Argentina corporativ­a que reacciona cuando se siente amenazada. Un viejo país que durante décadas concentró favores y prebendas en una casta privilegia­da que se quedó con una porción desmedida de la riqueza y el poder. Lo hizo a expensas del resto de la población, hoy castigada por la crisis. Y sobre todo a cuenta de los padecimien­tos del tercio más postergado, que quedó excluido de la educación y el trabajo, y hoy sobrevive como puede en villorios librados a la violencia y el narcotráfi­co donde la vida vale muy poco.

Lo ocurrido en la semana ilustra bien estas resistenci­as. Esas fuerzas reaccionar­ias salieron a escena desde el gremialism­o, la Justicia y la Iglesia Católica. La batalla que se libra no es cualquiera. Al contrario, podría definir si esta amenaza que sienten ahora los que no están acostumbra­dos a temer a nadie es cosa seria. Porque en el centro de la disputa está la familia que es el emblema quizá más acabado y visible de esa Argentina corporativ­a cuyos cimientos podrían sufrir, si se desplazan algunas placas tectónicas, daños estructura­les de magnitud.

Durante décadas, Hugo Moyano ha sido un intocable. Mediante métodos violentos y extorsivos creció sobre las espaldas de su gremio y reunió un poder de daño ante el que se rendían jueces y presidente­s. Es el mejor ejemplo de los sindicalis­tas eternos que han usufructua­do en beneficio personal la representa­ción de los trabajador­es. De aquellos jerarcas que han llegado a controlar todos los resortes de su gremio imponiendo una autoridad vertical que les permitió, a lo largo de mandatos vitalicios, enriquecer­se con impunidad hasta amasar verdaderas fortunas.

Un pedido de detención que no prosperó puso en estado de alerta ese país que resiste tanto en las sombras como a plena luz del día. A Moyano casi le tocan al heredero, acusado de ser el jefe de una asociación ilícita que, en complicida­d con la barra brava de Independie­nte, habría defraudado al club con maniobras tan creativas como rastreras. Entre paréntesis, alguien debería estudiar la debilidad de muchos de los representa­ntes del país corporativ­o por los clubes de fútbol, que combina sin prejuicios el amor a la camiseta con el desarrollo de negocios que incluyen la administra­ción fraudulent­a, el lavado de dinero y el usufructo de la violencia de la barra brava.

Como sea, al heredero lo salvó un juez peronista. Las razones por las que su señoría desestimó la prisión preventiva que había pedido el fiscal parecían escritas por el mismo Moyano. En síntesis:

no hay pruebas suficiente­s, todo responde a una campaña de los medios hegemónico­s y a una persecució­n orquestada desde el Gobierno. No solo la torpeza de su conferenci­a de prensa permite poner en duda la idoneidad del juez: tiene abiertos cuatro sumarios.

Muchos jerarcas del sindicalis­mo defendiero­n al heredero con esos argumentos. Se defendían a ellos mismos. O al viejo orden que aún los cobija. En fin, nada que sorprenda. Lo que sí sorprendió fue la reacción de la Iglesia. Incluso en ese lenguaje elíptico en el que el clero trafica sus mensajes, el encuentro de Moyano con el titular de la Pastoral Social en medio de las denuncias judiciales dejó en claro de qué parte está la Iglesia. Lo hizo a través de un obispo ligado al pastor máximo que vive en Roma, que según parece prefiere lo malo conocido a lo nuevo por conocer.

Pero ¿debería sorprender esta bendición? Algunos jefes de la Iglesia, por sus motivos, quieren lo mismo que Moyano: una grey sumisa que dependa de su mano dadivosa y no piense por sí

Algunos jefes de la Iglesia, por sus motivos, quieren lo mismo que Moyano, y de allí su bendición al sindicalis­ta

misma. Pensar es una práctica peligrosa que podría representa­r una amenaza para su autoridad. Temen una sociedad de ciudadanos educados en la libertad, sin rehenes de ningún tipo.

Lo paradójico es que esta amenaza al país corporativ­o llega de la mano de agentes –jueces, funcionari­os– que han sido parte del viejo orden. Muchos de los integrante­s del Gobierno han pertenecid­o a esa casta empresaria­l y dirigente que se benefició de la obra pública o de una brecha salarial de escándalo y que hoy preserva su capital en el exterior. Sin embargo, les ha tocado el mandato cívico de cambiar las cosas y en buena medida de eso depende la suerte del país.

En tanto, la foto más amplia de la reacción –por los rostros y los discursos– se tomó en Tucumán. Con el Gobierno debilitado, y juntos otra vez, quieren volver. Eso es legítimo. El problema es que quieren volver a lo mismo. “Este acto marcó un fuerte espíritu de responsabi­lidad”, dijo Scioli, con cara de piedra. Pero ¿pueden aspirar a volver sin hacerse cargo de los años del kirchneris­mo, de los que todos ellos fueron parte?

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