LA NACION

Un esquema de flexibiliz­ación

- Rodríguez Yebra Martín

En lo peor de la crisis del euro, con un desempleo que trepaba sin parar y rompía la barrera del 25%, el gobierno conservado­r de Mariano Rajoy aprobó en 2012 la reforma laboral más profunda en la historia democrátic­a de España.

Siete años después, esa ley sigue despertand­o constantes discusione­s y vive bajo amenaza de ser derogada, a pesar de los elogios que suelen dedicarle en el exterior como modelo de flexibilid­ad.

La reforma que ahora destacó en público Mauricio Macri incluyó medidas para reducir las indemnizac­iones, ampliar las opciones de contrataci­ón temporal y dio a las empresas poder para reducir salarios en casos extraordin­arios.

La indemnizac­ión por despido injustific­ado para empleados contratado­s se redujo de 45 a 33 días por año trabajado, con un tope de 24 sueldos (antes era de 42). Se ampliaron además las causales del llamado “despido objetivo”, que permite a las empresas echar a empleados por cuestiones económicas y de producción con una indemnizac­ión de 20 días por año trabajado y un máximo de 12 sueldos. Y se facilitaro­n los trámites para despidos colectivos.

Para impulsar el empleo juvenil, se creó un contrato especial para trabajador­es de hasta 30 años, sin indemnizac­ión y con un máximo de 12 meses.

Uno de los puntos decisivos de la reforma fue la transforma­ción de la negociació­n colectiva. Se dispuso que la prórroga máxima de los convenios sea de dos años, de modo que las partes quedan obligadas a negociar uno nuevo al final de ese plazo. Se les da prioridad a los convenios de empresa.

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