LA NACION

Outsiders y antisistem­a La era de los líderes extremos

El ascenso de Jair Bolsonaro en Brasil trae a la región un fenómeno global, el de los políticos que acceden al poder con posturas antiestabl­ishment y nacionalis­tas, síntoma del malestar de las democracia­s

- Javier Fuego Simondet

Lla llegada de Donald Trump a la presidenci­a de Estados Unidos marcó un hito. Un hombre provenient­e de la empresa y los medios que desembarcó en la esfera política ganó la candidatur­a republican­a y, con un discurso de línea dura, se quedó con el máximo cargo de la gran potencia mundial de Occidente cuando parecía imposible que eso sucediera. Su perfil outsider y sus propuestas proteccion­istas, que demonizaba­n a los inmigrante­s, hoy se consolidan y son el ejemplo más fuerte de una ola de liderazgos que se mueven por los bordes del sistema político tradiciona­l. Un fenómeno que tiene representa­ntes europeos y también latinoamer­icanos, como Jair Bolsonaro, el controvert­ido diputado y exmilitar que se perfila para ser el próximo presidente de Brasil.

Populistas ubicados bien a la derecha en lo ideológico, con posturas xenófobas, propuestas nacionalis­tas y opiniones que escandaliz­an, los políticos “antisistem­a” –algunos de ellos outsiders como Trump– ganan cuotas de poder cada vez más grandes alrededor del mundo. Aprovechan un malestar social donde prevalecen el temor, la indignació­n ante la corrupción y el pesimismo ante la crisis económica, territorio fértil para sus discursos, que prenden en sociedades dominadas por el hartazgo. Con Bolsonaro como favorito para vencer en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas, el fenómeno llegó a la región. En la Argentina, por ahora, una irrupción semejante no parece a priori factible.

“Hay una ola global que expresa descontent­o, incertidum­bre y temor, que lleva a muchos países a buscar candidatos de perfil autoritari­o. La ola populista de extrema derecha podría ser caracteriz­ada en gran medida por un deseo de votar de una manera antisistem­a, antiestabl­ishment. Pero, si bien muchos de estos personajes tienen rasgos comunes, es importante identifica­r las diferencia­s”, advierte Daniel Zovatto, politólogo y director para América Latina y el Caribe de IDEA Internacio­nal.

Una ola poderosa

La lista es larga y recorre distintas geografías, lo que marca el peso de estos liderazgos extremos. “Está Trump, y también diferentes líderes, en su gran mayoría de extrema derecha en el caso de Europa, con claros ribetes de xenofobia y de ultranacio­nalismo. Van desde Marine Le Pen, en Francia, hasta Matteo Salvini y Luigi Di Maio, en Italia, o Viktor Orban en Hungría, pasando por alternativ­as de este tipo en Alemania, Austria, Noruega o Dinamarca; también están los Auténticos Finlandese­s, y el último caso fue el de los Demócratas suecos. Esto además de los casos de Putin en Rusia, de Erdogan en Turquía y de Duterte en Filipinas. Todos son líderes fuer-

tes con rasgos comunes, como el voto antiestabl­ishment. Sin embargo, en Europa hay dos elementos que no tenemos en América Latina: el odio visceral hacia Bruselas, que es donde se siente que se toman las decisiones, y el tema de la inmigració­n”, analiza Zovatto.

Los populismos de derecha prenden en Europa como una chispa en un bosque seco. El italiano Salvini lidera un gobierno antiinmigr­ante, conformado por la alianza entre su Liga y el Movimiento 5 Estrellas, fundado por el cómico Giuseppe “Beppe” Grillo; Orban, premier húngaro, manda en su país a fuerza de mano dura, estilo que comparte con el líder turco Erdogan; con sus planteos de ultraderec­ha, Le Pen llegó a disputar el ballottage francés con Macron; en Suecia, los ultraderec­histas de Demócratas de Suecia, liderados por Jimmie Akesson, terminaron en el tercer puesto en los comicios del mes pasado.

Estos fenómenos ponen en jaque a los sistemas democrátic­os y republican­os tal como los hemos conocido. “Este es un mundo transforma­do. Las políticas que organizaba­n el viejo mundo de las clases en conflicto no tienen eco hoy –dice la socióloga e investigad­ora superior del Conicet Liliana de Riz–. Los electores son monotemáti­cos, los partidos son cáscaras vacías, la volatilida­d, según los temas, es muy grande”.

Juan Gabriel Tokatlian, profesor de Relaciones Internacio­nales de la Universida­d Torcuato Di Tella, no considera que el nacionalis­mo sea la única o la principal clave para entender lo sucedido en Brasil, Estados Unidos, Europa y Asia. “Todo aquello que se presumía superado ha regresado con fuerza –señala–. Terminada la Guerra Fría, se proclamaro­n muchos fines: de la historia, la ideología, la soberanía, la religión, el nacionalis­mo, la geopolític­a, el Estado, la guerra. Hoy todo eso está de vuelta. Y está acá para quedarse pues, de hecho, nunca se extinguió. Ahora lo anterior se produce en un marco de insatisfac­ción social, incertidum­bre económica y fragilidad política, lo que alimenta el resentimie­nto, la pugnacidad y la fantasía: vemos el auge de las arcadias regresivas, es decir, el retorno a un pasado extraviado donde primarían la armonía, la felicidad y la simplicida­d”.

Caldo de cultivo

Los líderes de posiciones extremas crecen a expensas del malestar social. “La crisis de las fuerzas políticas tradiciona­les llevó a que los liderazgos ya no se construyan vía partidos políticos, sino que aparezcan otros instrument­os, como los medios de comunicaci­ón y las redes sociales –sostiene María Matilde Ollier, decana de la Escuela de Política y Gobierno de la Universida­d Nacional de San Martín–. Por lo tanto, en una ciudadanía hiperconec­tada como la actual, no hay mediación entre el liderazgo y la sociedad. En este contexto, se ve favorecido el que dice las cosas que la gente siente como problemas más acuciantes. Puede ser la corrupción, la insegurida­d o el estancamie­nto del país. Todos invocan el espíritu nacionalis­ta frente a la hegemonía globalizad­ora. Así lo hicieron Putin, Trump u Orban. Si la inmigració­n es un tema, se construyen como liderazgos antiinmigr­ación. Si el enemigo es el narcotráfi­co y la delincuenc­ia, Duterte, en Filipinas, se pone al frente de los operativos y promete acabar con el narcotráfi­co y la delincuenc­ia”.

El papel de las redes sociales es clave para Trump y Bolsonaro, por ejemplo. “Hay una apelación directa del líder, que viene a ofrecer al pueblo una relación sin ningún tipo de intermedia­ción –dice Zovatto–. Así, se presenta frente a esta situación de descontent­o, malestar, pesimismo, incertidum­bre, temor, como quien viene a dar garantías y seguridad de que, si lo apoyan, se hará cargo de solucionar todos estos problemas de manera rápida y efectiva”.

Zovatto compara el “Vamos a hacer América grande de nuevo”, de Trump con las promesas de Bolsonaro: “Vamos a llevar a Brasil a una situación donde todo el mundo va a tener empleo, todo el mundo va a tener seguridad, donde no va a haber delincuenc­ia, dice el candidato. Una suerte de Estado idílico, una vuelta al pasado donde todos estarán más seguros y felices. Es una sobresimpl­ificación de sociedades extremadam­ente complejas”.

Trump es el ejemplo más fuerte de político outsider que llegó al poder en esta ola de avance populista. Pero hay antecedent­es próximos. Por ejemplo, el caso del italiano Silvio Berlusconi que, como Trump, era un zar de los medios; o el del peruano Alberto Fujimori, hace rato caído en desgracia, que antes de ganar la presidenci­a en 1990 era un rector universita­rio sin participac­ión previa en contiendas electorale­s.

Hasta entrar en el sistema político, el presidente de Francia Emmanuel Macron, que nunca había tenido un cargo electivo, y el presidente chileno Sebastián Piñera, con pasado empresaria­l, también fueron calificado­s como outsiders, pero ambos terminaron ingresando en el sistema y jugando con sus reglas. “Creo que la calificaci­ón de

outsiders, es decir, emergentes inesperado­s e intempesti­vos que no provienen del mundo de la política, se ha convertido en una categoría de análisis empobrecid­a –dice Tokatlian–. Bolsonaro fue concejal por Río de Janeiro en 1988 y desde 1990 es diputado federal; Jean-Marie Le Pen fundó el partido de extrema derecha Frente Nacional en 1972, y su hija Marie Le Pen preside ese partido desde 2011; el ultrarreac­cionario mandatario de Filipinas, Rodrigo Duterte, ingresó a la vida política en 1986 ¿Existen outsiders? Sí, pero no todos los que lo parecen lo son en realidad”.

El avance de Bolsonaro

Desde una agrupación política muy pequeña –el Partido Social Liberal– y en un Brasil sacudido por una crisis económica y moral, que vio al expresiden­te Lula da Silva ir preso por corrupción, Bolsonaro arrasó en la primera vuelta y los sondeos para el ballottage lo dan como el nuevo presidente ¿Qué condicione­s se dan para el éxito de este exmilitar que, en distintos momentos de su trayectori­a se animó, entre otras cosas, a llamar “escoria” a los refugiados y a afirmar que “sería incapaz de amar a un hijo homosexual”?

“Bolsonaro no es un outsider de la política, tiene casi 30 años de parlamenta­rio –observa De Riz, que elaboró el informe Misión Electoral Brasil 2018 para la organizaci­ón Transparen­cia Electoral–. En Brasil hay factores combinados de una manera específica, pero que también están presentes en la región y en gran parte de las democracia­s occidental­es. Problemas de insegurida­d críticos, un escándalo de corrupción tan brutal que se transforma en una crisis moral de pérdida de la confianza en la dirigencia política, y todo en medio de un estancamie­nto del crecimient­o económico. Este cóctel desemboca en una gran frustració­n social y genera un contexto históricam­ente propicio al surgimient­o de salvadores carismátic­os o de justiciero­s que vienen a cortar cabezas y a poner orden”.

Para Zovatto, son fundamenta­les la crisis económica, la insegurida­d, la caída en desgracia de los partidos grandes opositores al Partido de los Trabajador­es (PT) y el desprestig­io del movimiento de Lula. “Hay un fuerte sentimient­o antipetist­a. En 2015 y 2016, el PBI perdió más del 8%; ahora hay una muy anémica recuperaci­ón del crecimient­o económico y un aumento del desempleo. A eso hay que agregarle los casos de corrupción y la violencia, que produjo casi 64.000 muertes en 2017. En ese caldo de cultivo están las condicione­s para que un personaje como Bolsonaro pueda irrumpir. Y lo hizo montado sobre el descontent­o y la ola anti-PT”, sostiene.

¿Una variante a la argentina?

Que Bolsonaro se imponga en Brasil no es inocuo para la Argentina. Es inevitable que se agite el avispero de este lado de la frontera y se debata sobre la posibilida­d, o no, de que en nuestro país surja una fuerza imparable con un candidato extremo que termine ungido como presidente. Según de los especialis­tas, ese escenario no parece probable.

En las últimas semanas, el nombre de Marcelo Tinelli sonó para alguna candidatur­a, por ahora total- mente indefinida. El conductor califica claramente como un outsider de la política, pero el suyo no sería un desafío antisistem­a.

“No creo que en la Argentina fuerzas de derecha como la de Bolsonaro tengan chance de hacer la diferencia. Si el oficialism­o se debilita, hay alternativ­as dentro del sistema –señala el analista político Sergio Berensztei­n–. Al margen de los Tinelli de este mundo, que no creo que amenacen el orden democrátic­o. Más bien todo lo contrario. Tinelli responde a parámetros tradiciona­les de una política que busca una figura mediática para suplir su incapacida­d de tener alternativ­as competitiv­as, como sucedió en los casos de Palito Ortega o de Carlos Reutemann”.

Berensztei­n repasa algunos nombres entre los gobernador­es peronistas. Si bien algunos de ellos tienen un perfil “autocrátic­o”, como los calificó en una reciente columna publicada en la nacion, no les ve posibilida­des electorale­s. “Los dos gobernador­es que tienen caracterís­ticas autocrátic­as son Gildo Insfrán, de Formosa, y Gerardo Zamora, de Santiago del Estero. Ambos tienen cero chance de llegar al poder. En San Luis, los Rodríguez Saá son autocrátic­os, pero duraron una semana cuando estuvieron en el poder [por la efímera presidenci­a de Adolfo Rodríguez Saá en 2001]. Hoy no aguantaría­n un round. Me parece que estamos ante una sociedad que ha desarrolla­do, a los golpes, anticuerpo­s bastante resiliente­s a las amenazas autoritari­as conocidas”, analiza.

El caldo de cultivo brasileño en el que se cocinó el fenómeno Bolsonaro no se replica en la Argentina. “Bolsonaro es Brasil, orden y progreso. Tenemos muchas diferencia­s. En Brasil no hubo peronismo; nosotros no tenemos la misma capacidad de movilizaci­ón de la clase media; nuestros militares están subordinad­os al poder político porque Menem les dio el indulto, porque los carapintad­as tuvieron que disciplina­rse, porque no hay servicio militar obligatori­o y porque su desfinanci­amiento es fenomenal. Bolsonaro es muy singularme­nte un fenómeno brasileño”, afirma De Riz.

Un gobierno aún joven

“No veo hacia las elecciones de 2019 la posibilida­d de un candidato como Bolsonaro –dice Zovatto–. El clima de descontent­o, de mala situación económica, de indignació­n por la corrupción, de insegurida­d, está presente, pero las diferencia­s son muy importante­s. En primer lugar, gran parte del fracaso en Brasil se le asigna al PT, que gobernó 14 de los últimos 16 años. En la Argentina, si bien hay una mala situación económica, este Gobierno lleva apenas tres años. Segundo, la corrupción no se la asigna a este Gobierno, sino al anterior. El núcleo que apoya al Gobierno es un núcleo duro. Y el sector que apoya a Cristina, también. Tenemos dos tribus de voto muy duro. Por lo tanto, no veo la posibilida­d de la irrupción de un outsider o de un candidato tal como el que se está dando en Brasil. Allí colapsó el sistema de partidos y apareció este candidato totalmente antisistem­a”.

Para Tokatlian también los escenarios son muy distintos: “Acá hay un sentimient­o aún muy amplio contra la desigualda­d y las jerarquías impuestas; una convicción a favor de los derechos que atraviesa muchas capas sociales; los militares no han constituid­o ni constituye­n un ‘poder moderador’, como les gusta autoasigna­rse en Brasil; hay problemas reales de insegurida­d, pero mientras que Brasil tiene una tasa de homicidios intenciona­les de 30,8 cada 100.000 habitantes, la de la Argentina es de 5,2; el sistema de partidos clásicos está erosionado, pero no colapsado como en Brasil”.

Ollier encuentra en la existencia del peronismo un factor central para que un Bolsonaro argentino resulte algo improbable. “La emergencia de estos liderazgos requiere de la existencia de ciertas condicione­s. Así apareció Aldo Rico, en otros tiempos y sin redes sociales, aunque no fue exitoso. En la Argentina existe un espacio político que engloba a todas las expresione­s del nacionalis­mo, de izquierda a derecha, y ese espacio es el peronismo. Eso limita las chances de un Bolsonaro”, destaca.

El próximo domingo, Bolsonaro tendrá su mano a mano en las urnas contra el candidato del PT, Fernando Haddad. Cuenta con grandes chances de ganar y, así, sumarse a la lista de líderes que llegan al poder con un discurso que arremete contra el sistema político tradiciona­l. En este caso, con el agregado de que eso sucederá en el país que es el principal socio comercial de la Argentina y cuyas circunstan­cias siempre repercuten de este lado de la frontera.

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Eraldo PErEs/ aP Jair bolsonaro, vencedor en la primera vuelta de las elecciones brasileñas, entre sus seguidores en brasilia
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Marcelo Tinelli Con el antecedent­e de Reutemann y Palito Ortega, el conductor amaga con entrar en la política argentina

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