Una sátira con mucha pirotecnia
El más profundo anhelo de Fernando Retencio, el protagonista de esta novela del mexicano Eduardo Rabasa (1978), autor de la anterior La
suma de los ceros, es alcanzar el rango de cinta negra en la empresa Soluciones. Allí se desempeña como uno de los tantos empleados asociados de esta compañía dirigida por el señor Sonrisa, que se desviven por brindar “soluciones” a sus clientes. La cinta negra puede entenderse como el ascenso más preciado, pero también como “un estado espiritual”.
Cinta negra desarrolla una sátira social que tiende al absurdo y al grotesco, con abundancia de elementos disparatados. Fernando está casado con Karla, que trabaja en el Taller de la Pobreza, situado en la planta baja de Soluciones. Entre los personajes estrambóticos que acompañan al matrimonio figura José Dromundo, “conserje ancestral”, que funciona como una especie de bufón y sirviente incondicional del protagonista. Los clientes de Retencio, del socio mayoritario de un negocio de microcréditos a un promotor de boxeo con un pupilo convertido al budismo zen, son por lo demás muy variados.
Hay un exceso de pirotecnia cómica cuyos efectos dispersos disimulan en parte la falta de un núcleo directriz. Las situaciones ridículas –por cierto, muy ingeniosas– se suceden sin pausa, pero la intensidad caricaturesca va extenuando de a poco la novela, algo que termina por debilitar la crítica social que subyace en el argumento. Estos huecos narrativos no apagan el estridente dinamismo que anima
Cinta negra, pero obligan al lector a estar plenamente sintonizado en la frecuencia humorística del libro.