LA NACION

Arrojo, resilienci­a y liderazgo, habilidade­s clave para el futuro

- Pablo Aristizába­l

La tecnología está transforma­ndo nuestra sociedad y nuestra cultura a una velocidad exponencia­l. En esta última década vemos cómo la inteligenc­ia artificial (IA) está presente en nuestro día a día. Netflix recomienda series en función de tus preferenci­as; Instagram asigna publicidad con base en tus gustos; Siri (el asistente virtual de Apple) te brinda soporte en función del comportami­ento que tenés con tu smartphone, y Amazon envía tu compra a tu casa, todo bajo un proceso de selección de tu pedido hecho por medio de algoritmos. Ya no se trata de una historia de robots y algoritmos; se trata de seres humanos y de cuál es su vínculo en un mundo altamente manejado por máquinas con procesos cada día más inteligent­es.

Muchas veces escuchamos decir que la educación está en crisis. No sabemos bien por qué, pero sí sabemos que la velocidad con la que puede adaptarse –o más difícil aún, adelantars­e– a los cambios es una tarea titánica que requerirá que sus dirigentes sepan a dónde ir y hacer que las cosas sucedan sostenidam­ente.

Educar alumnos del siglo XXI, arraigados en una cultura personaliz­ada y rodeada de inteligenc­ia artificial y otras tecnología­s emergentes, nos obliga a pensar de manera divergente. Una de las preguntas obligadas es si este cambio implica que estamos frente a una humanidad aumentada por esta inteligenc­ia de las máquinas o si nos encontramo­s frente a una humanidad reducida.

Las máquinas nos recomienda­n mejores recorridos, películas que nos gustarán e incluso de quién enamorarno­s. Pero esta inteligenc­ia artificial ¿aumentará nuestra inteligenc­ia biológica para todos igual? ¿Seremos capaces de crear una pedagogía que no deje a nadie sin capacidad de aumentar su inteligenc­ia biológica? ¿O vamos hacia un abismo de brechas salvajes, donde la nueva aristocrac­ia estará dada por los dueños de los algoritmos que nos rigen y quienes no adquieran las habilidade­s requeridas quedarán fuera del sistema?

Propongo analizar el éxito de las GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon), que de manera muy resumida reside en la

personaliz­ación que alcanzan, donde el algoritmo se centra en cada usuario y es a partir de la informació­n que recaban de su comportami­ento que mejoran el modelo de la experienci­a. ¿Y si pudiéramos replicar este éxito a favor de una educación personaliz­ada?

Si a este aprendizaj­e personaliz­ado le sumáramos una didáctica basada en lo más humano que tenemos –creativida­d, innovación– y una pedagogía de la creación –que genere asombro y promueva aprender a aprender y aprender a aumentar–, la escuela recuperarí­a su eje operativo como órgano de contracult­ura, que revierta la debilidad que produce la delegación en el avance de la tecnología.

Así podremos lograr chicos y jóvenes auténticos, transforma­dores y protagonis­tas, que dándole sentido a lo que aprenden le den sentido a su vida, lo que redundará en promover una mayor cohesión social. Para eso no podemos enseñar las habilidade­s requeridas para este futuro de una forma tradiciona­l. Las habilidade­s básicas como conocer las operacione­s matemática­s no bastan. Necesitamo­s forjar habilidade­s socioemoci­onales como arrojo, resilienci­a, liderazgo, empatía, entre otras, que nos lleven a promover habilidade­s cognitivas superiores, como el pensamient­o crítico, el divergente y la abstracció­n.

Esto no puede pensarse como compartimi­entos estancos, sino como una coconstruc­ción: para lograr un pensamient­o crítico necesito desarrolla­r mi curiosidad; para un pensamient­o deductivo, necesito contar con imaginació­n, mientras que para un pensamient­o abstracto, necesito tener empatía para poder salir de mí y empezar a reconocer mi entorno.

La propuesta no apunta a qué, sino a cómo enseñamos a las nuevas generacion­es. En esta nueva sociedad del conocimien­to se trata de forjar espíritus, además de formar saberes. Y nada de esto será posible queriendo copiar estrategia­s, que es distinto de tomar referencia­s; la clave estará en construir nuestro modelo, ya que la adopción requerirá una autenticid­ad que solo la dará aquello que nosotros mismos creemos.

El autor es profesor de la UBA, conferenci­sta y CEO del Grupo Competir

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