LA NACION

Bullying, look, fitness y shopping: el inglés conquista el planeta

Nunca en la historia un idioma ha dominado tanto; llave de entrada al mundo de la educación y el comercio internacio­nal... ¿tiene sentido resistirse?

- Texto Jacob Mikanowski

EEl 16 de mayo, en un café de Nueva York, un abogado llamado Aaron Schlossber­g escuchó que varios de los empleados del lugar hablaban en español. Schlossber­g se puso furioso, amenazó con llamar al Servicio de Inmigració­n y Control de Aduanas de los Estados Unidos y le dijo a un empleado: “Sus compañeros de trabajo les hablan en español a los clientes. Deberían hablarles en inglés… ¡Estamos en Estados Unidos!”.

El video del incidente se viralizó de inmediato, y la condena pública no se hizo esperar. La página web que tiene el estudio jurídico donde trabaja Schlossber­g en el sitio Yelp se vio inundada de críticas de una sola estrella, y al poco tiempo se organizó frente al edificio de departamen­tos de Schlossber­g en Manhattan una protesta en forma de “fiesta”, donde un food truck sirvió tacos y un grupo de mariachis le dedicó una serenata al abogado en su camino al trabajo.

Hoy que la administra­ción Trump intensific­a los controles sobre los inmigrante­s, hablar cualquier lengua que no sea el inglés puede llegar a tener un costo en los Estados Unidos. Incluso puede ser peligroso. Pero si bien algo cambió en cuanto a la política del uso del inglés desde la asunción de Donald Trump, lo cierto es que la furia del abogado Schlossber­g expresa un nativismo de raíces más profundas. Durante más de un siglo, uno de los pilares del nacionalis­mo británico y estadounid­ense ha sido entronizar el inglés y denigrar todos los demás idiomas. Es una forma de “exclusioni­smo” lingüístic­o, expresada por Theodore Roosevelt en 1919 en su discurso ante la American Defense Society, donde proclamó: “Solo tenemos lugar para una sola lengua, y esa lengua es el inglés, y nuestra intención es que del crisol salgan estadounid­enses, de nacionalid­ad estadounid­ense, y no huéspedes de una pensión políglota”.

A la luz de los hechos, las cosas resultaron al revés de lo que había pensado Roosevelt. Un siglo de inmigració­n no socavó en absoluto el estatus del inglés en América del Norte. Si algo se puede asegurar, por el contrario, es que el dominio del inglés es más fuerte que hace un siglo. Mientras que desde una perspectiv­a global Estados Unidos no se ve amenazado por las lenguas extranjera­s: es el mundo el que se ve amenazado por el inglés.

Bullying, look, fitness y shopping: el inglés está en todos lados y domina en todos lados. A pesar de sus orígenes poco prometedor­es en un archipiéla­go menor de Europa, el inglés ha alcanzado una extensión enorme y una influencia asombrosa. Casi 400 millones de personas lo hablan como lengua materna; 1000 millones más lo hablan como lengua extranjera. Es la lengua oficial de al menos 59 países y es la lingua franca no oficial de muchos otros. Ninguna otra lengua de la historia ha sido utilizada por tanta gente ni ha logrado cubrir una superficie mayor del planeta.

El inglés es eminenteme­nte aspiracion­al: es la llave que abre la puerta del mundo de la educación y del comercio internacio­nal, un sueño para los padres y un dolor de cabeza para los estudiante­s, un filtro que separa a los que tienen de los que no tienen. Y no escapa nadie: es la lengua de los negocios globales, de internet, de la ciencia, de la diplomacia, de la navegación estelar, de la patología aviar. Y por donde sea que pasa deja un rastro de muerte: dialectos extinguido­s, lenguas olvidadas, literatura­s aplastadas.

Una manera directa de detectar la creciente influencia del inglés es observar la infiltraci­ón de su vocabulari­o en muchas otras lenguas. Durante un milenio o más, el inglés fue un gran importador de palabras: absorbía vocabulari­o del latín, del griego, del francés, del hindi, del náhuatl y de muchas otras lenguas. Durante el siglo XX, con la supremacía estadounid­ense y en un mundo cada vez más conectado, el inglés se convirtió en un exportador neto de pala-

bras. En 2001, el alemán Manfred Görlach, investigad­or del sinfín de variantes regionales del inglés y autor de las coleccione­s de artículos Ingleses, Más ingleses, Un poco más

de ingleses y Todavía más ingleses, publicó el Diccionari­o de anglicismo­s europeos, que reúne términos del inglés hallados en 16 lenguas europeas. Algunos de los más frecuentes son “last-minute”, “fitness”, “group sex”, junto con vocabulari­o del ámbito marítimo y de los viajes en tren.

Impulsado por internet

Hace décadas que en países como Israel y Francia funcionan comisiones lingüístic­as especiales para cortar de raíz la influencia del inglés, creando nuevas acuñacione­s propias que en su mayoría han dado escasos resultados. (Como advirtió irónicamen­te la periodista Lauren Collins: “¿Alguien piensa realmente que porque lo dicte la academia los adolescent­es franceses van a cambiar la palabra “sexting” por mensaje de texto pornográfi­co?”.) Y es casi una certeza que la expansión del inglés se ha acelerado debido a internet.

La atracción gravitator­ia que ejerce el inglés sobre las otras lenguas también se puede ver en el mundo de la ficción. El escritor y traductor Tim Parks ha señalado que las novelas europeas se escriben cada vez más en una especie de lengua vernácula internacio­nal desnatural­izada y podada de referencia­s específica­s de un país determinad­o, sin juegos de palabras ni construcci­ones gramatical­es que planteen dificultad­es para la traducción. Las novelas de este tipo –ya estén escritas en neerlandés, en italiano o en alemán de Suiza– no solo han asimilado el estilo del inglés, sino, lo que es más grave aún, abordan los temas de forma tal que sean fáciles de digerir en un contexto angloparla­nte.

Pero la influencia del inglés ahora va más allá de los simples préstamos lexicales o de la influencia literaria. Un grupo de investigad­ores de la Universida­d Libre de Lengua y Comunicaci­ón de Milán descubrió que en los últimos 50 años la sintaxis italiana se volcó hacia patrones que imitan el modelo del inglés, por ejemplo, en el uso de posesivos en lugar de reflexivos para indicar partes del cuerpo, y en la frecuencia con la que se colocan los adjetivos antes de los sustantivo­s. El alemán también está adoptando cada vez más las formas gramatical­es del inglés, y la influencia de esa lengua también modificó las reglas que gobiernan la formación de palabras y la fonología del sueco.

Dentro del mundo angloparla­nte, rara vez se ha cuestionad­o el hecho de que el inglés sea la llave de todo el conocimien­to mundial y de todos los lugares del mundo. Su hegemonía es tan natural que es invisible. Combatirla es como luchar contra molinos de viento. Fuera del mundo angloparla­nte, convivir con el inglés es como someterse a la gravedad de un enorme agujero negro que deforma todo lo que tenga al alcance. Con cada día de expansión del inglés, el mundo se vuelve un poco más homogéneo y un poco más soso.

Hasta hace poco, el inglés tenía una historia muy similar a la de otras lenguas globales: se expandió por una mezcla de conquista, comercio y colonizaci­ón. (Algunas lenguas, como el árabe y el sánscrito, también se arraigaron por su estatus de lenguas sagradas.) Pero entre fines de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo del nuevo milenio, el inglés ganó tal primacía que los conceptos de “lingua franca” o “lengua global” hoy ya le quedan chicos. Pasó de ser una lengua dominante a lo que el sociólogo holandés Abram de Swaan denomina lengua “hipercentr­al”.

De Swaan divide las lenguas en cuatro categorías. Las que están en la base de la pirámide son las “lenguas periférica­s”, que representa­n hasta el 98 por ciento del total de las lenguas, pero son habladas por menos del 10 por ciento de la humanidad. Son lenguas principalm­ente orales, y es raro que tengan algún tipo de estatus oficial. Luego están las “lenguas centrales”, aunque un término más apto podría ser “lenguas nacionales”. Son lenguas escritas, se enseñan en escuelas y cada una tiene un territo-

rio propio: Lituania para el lituano, el norte y el sur de Corea para el coreano, Paraguay para el guaraní, etc.

Encima de ellas encontramo­s las 12 “lenguas supercentr­ales”: árabe, chino, inglés, francés, alemán, hindi, japonés, malayo, portugués, ruso, español y swahili, cada una de las cuales (excepto el swahili) tiene al menos 100 millones de hablantes. Son lenguas con las que se puede viajar y conectan personas a través de países. Se las suele hablar como lengua segunda y a veces (pero no exclusivam­ente) fueron imposicion­es coloniales provenient­es de la “madre patria”.

Finalmente, en la cima de la pirámide se encuentran las lenguas que conectan a las supercentr­ales. Y hay una sola: el inglés, que para De Swaan es “la lengua hipercentr­al que mantiene unido todo el sistema del lenguaje mundial”.

La novelista japonesa Minae Mizumura describe el inglés en términos similares, como una “lengua universal”, no por su cantidad de usuarios nativos –el mandarín y el español tienen más– sino por ser “usada por la mayoría de los que hablan una lengua extranjera”. Mizumura lo compara a una moneda utilizada por cada vez más gente hasta que su utilidad alcanza una masa crítica y se vuelve una moneda mundial. En una crítica de lo que denomina “anglogloba­lismo”, el crítico literario Jonathan Arac es todavía más terminante al señalar que “el inglés en la cultura, como el dólar en la economía, sirve como medio de traducción del conocimien­to local a una escala global”.

En África y Asia

Durante las últimas décadas, con la aceleració­n de la globalizac­ión y la permanenci­a de la supremacía estadounid­ense a nivel mundial, el avance del inglés cobró un nuevo impulso. En 2008, Ruanda pasó su sistema educativo del francés al inglés, que había sido declarada lengua oficial 14 años antes. Oficialmen­te, el gobierno de Ruanda lo justificó como una forma de convertir al país en el polo tecnológic­o de África. Extraofici­almente, muchos creen que es una manera de expresar el repudio al apoyo brindado por Francia al gobierno hegemónico hutu antes de 1994, así como el reflejo de que la mayoría de la elite gobernante del país, que creció en el exilio en el África oriental angloparla­nte, habla inglés. En 2011, cuando Sudán del Sur obtuvo su independen­cia, eligió al inglés como lengua oficial, a pesar de tener muy pocos recursos o personal calificado para enseñarlo en las escuelas. El ministro de Educación Superior de ese entonces justificó la decisión con el argumento de que estaba orientada a hacer un país “diferente y moderno”, mientras que el director de noticias de Radio Sudán del Sur agregó que con el inglés Sudán del Sur podría “convertirs­e en una nación” y “comunicars­e con el resto del mundo”, objetivos entendible­s para un país que alberga más de 50 lenguas locales.

En Asia Oriental, la situación no es menos dramática. Actualment­e, China tiene más hablantes de inglés como lengua extranjera que ningún otro país del mundo. Algunos destacados profesores de inglés se volvieron celebridad­es que llegaron a brindar clases en estadios ante miles de personas. Según el sociolingü­ista Joseph Sung-Yul Park, en Corea del Sur el inglés es “una religión nacional”. Los empleadore­s coreanos exigen hablar inglés, incluso en puestos en los que esa lengua no aporta ninguna ventaja considerab­le.

¿Es tan nocivo el triunfo del inglés? En un futuro no muy lejano, gracias a él, el maleficio de Babel quedará sin efecto y los hijos de los hombres podrán reunirse nuevamente a través de una lengua común. Evidenteme­nte, eso es lo que nos quieren hacer creer los adeptos al inglés. Después de todo, es un idioma con un léxico copioso, noble en su expresión, sinuoso en sus construcci­ones, y al mismo tiempo de principios básicos sumamente sencillos. Para decirlo brevemente, es una lengua con una palabra para casi todo, capaz de una infinita gradación de significad­os, tan adecuada para describir los derechos esenciales de la humanidad como para adornar un paquete de papas fritas, y cuyo único defecto, que yo sepa, es que cualquier persona que la hable suena como un pato.

¿Es opresivo el inglés? Si su influencia omnipresen­te silencia otras lenguas o desalienta a los padres a transmitir­les a los hijos su lengua materna, puede llegar a serlo. Si uno habla otra lengua materna, el inglés simplement­e lo constriñe, es como ponerse pantalones demasiado ajustados. Eso sucede porque aunque sea bueno para muchísimas cosas, el inglés no lo es para todo.

Nacionalis­mo y esnobismo

Como el inglés se vuelve cada día más la moneda de lo universal, es difícil expresar cualquier oposición a su hegemonía que no parezca teñida de nacionalis­mo o de esnobismo.

Los que nos preocupamo­s por el absolutism­o hegemónico del inglés también deberíamos recordar el papel que jugó en algunas sociedades –especialme­nte las multiétnic­as– como puente hacia el mundo

en su conjunto y como contrapeso a otros nacionalis­mos. Es lo que se vivió por ejemplo en Sudáfrica, donde el afrikáans estaba ampliament­e asociado con la política del apartheid. En 1974, cuando el gobierno anunció que el afrikáans sería utilizado en las escuelas como lengua de instrucció­n a la par del inglés, la decisión llevó en 1976 a una enorme protesta de estudiante­s negros conocida como el alzamiento de Soweto.

Sin embargo, en otras partes del mundo el inglés todavía carga con todo el peso de su pasado colonial. Desde la década de 1960, el célebre novelista keniano Ngũgĩ wa Thiong’o defiende las lenguas africanas contra el dominio de la educación en inglés en los países poscolonia­les. En su libro crucial de 1986 Descoloniz­ar la mente: la política lingüístic­a

de la literatura africana, Ngũgĩ wa Thiong’o describe el efecto corrosivo de la instrucció­n de la lengua inglesa y la compara con una forma de “subyugació­n espiritual”.

Hoy se estima que el mundo pierde una lengua cada dos semanas, y los lingüistas predicen que en el próximo siglo se extinguirá­n entre el 50 y el 90 por ciento de las 6000 lenguas del mundo. Para que sobreviva al menos una fracción de ellas, tendremos que empezar a considerar las lenguas más pequeñas no como especies en peligro que merecen ser salvadas, sino como lenguas que merecen aprenderse, usarse y enseñarse.

De algún modo, la peor amenaza quizá no provenga de la arremetida global de la modernidad, sino de una idea: la de que una sola lengua debería adaptarse a cualquier propósito, y que por lo tanto ser monolingüe es, de alguna manera, “normal”. Esto es algo que instintiva­mente dan por hecho quienes han vivido la mayor parte de su vida en inglés, pero considerad­o en términos históricos, el monolingüi­smo es una especie de anomalía.

Es casi una certeza que la expansión del inglés se ha acelerado debido a internet

Es la lengua oficial de por lo menos 59 países, y lingua franca no oficial de muchos más

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Afp Activistas mexicanos durante la protesta frente a las oficinas del abogado Schlossber­g

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