Un golpe que River no esperaba
River sufrió el partido con Gremio y cayó en Núñez; su única chance es doblegar al campeón en Brasil
La noche del Monumental fue amarga para River, que cayó ayer 1-0 ante Gremio de Porto Alegre, en el partido de ida por las semifinales de la Copa Libertadores. Michel, con un cabezazo, a los 62 minutos, fue el autor del gol que sitúa a los brasileños con una importante ventaja para el choque de vuelta, que jugarán el martes próximo en su estadio. Boca recibe hoy a Palmeiras, en busca de una suerte diferente a la de su gran rival.
River cayó en su propia trampa. No había perdido en toda la copa… y perdió. No había jugado tan mal en toda la copa… y trastabilló en la ingenuidad. Se mareó en otra pelota parada, Armani volvió a quedar a mitad de camino. No sólo no fue avasallante: fue una formación ingenua, resbaladiza ante la soberbia de Gremio. Un equipo copero con letras de molde es el campeón. Saca de quicio a cualquiera, encoge hasta al gigante. River perdió por 1 a 0 en la primera semifinal de la Copa Libertadores, en su casa, un impacto mayúsculo, previo al choque decisivo, el martes próximo, en Porto Alegre. Angustiado, anémico, deberá recuperar rápido la mística que le impuso el sello de Marcelo Gallardo. Tiene una semana para volver a ser… en Brasil, un territorio por siempre esquivo.
El crédito de River es un plantel de jerarquía internacional y un entrenador que entiende a la perfección el juego de los choques cara a cara. Sin embargo, el pesimismo fue el rey de una noche oscura, demasiado negra. Las discusiones con el árbitro Víctor Carrillo, en el final, solo confirman la teoría: River fue una formación tensa, nerviosa, que se tropieza en un momento sagrado. Es la primera derrota en el Monumental en el año. Todo un símbolo.
Una clásica noche copera, envuelta en la efervescencia de las patadas, discusiones, faltas tácticas y pelotazos al viento; excesivo y sorprendente, más parecido a una noche de invierno que a una plácida reunión primaveral. Errático, mareado, River se sintió asfixiado en buena parte del espectáculo por una formación astuta, peligrosa, con el colmillo afilado. Gremio no solo es el campeón: entiende a la perfección el arte de la destrucción. Corre, se transforma, no claudica: sin el fútbol de Arthur, hoy en Barcelona, y el gol de Luan, ahora lesionado, es un equipo brasileño con rastros de un argentino. O uno uruguayo. El equipo millonario cayó en el vacío: sin salida, recurrió a una excesiva dosis de faltas tácticas, un festín para que Gremio hiciera pasar el tiempo y, de paso, encontrara por el aire algún sustento ofensivo.
La promesa de Marcelo Gallardo quedó en apenas una declaración de entresemana. Fue avasallante, apenas, durante los últimos diez minutos de la primera mitad, cuando Palacios se escapó de su propio encierro y corrió hacia adelante con la promesa de la audacia, la convicción. El pibe dispuso de los dos primeros remates con cierto impacto, que Marcelo Grohe rechazó con esfuerzo. El entrenador, desde un costado, con energía, mostró su disgusto por un equipo acorralado por su propia indecisión y por la cerradura instalada por el conjunto de Porto Alegre. Una mueca de alivio fueron ese puñado de minutos, una invitación tenue a la esperanza. River no fue River casi nunca. En la primera mitad, de 18 infracciones, el equipo argentino fue partícipe de 13. Pegó mucho, jugó poco y agigantó la estirpe de su adversario.
Pity Martínez corrió por la línea de la izquierda, casi al límite del exterior. Desconectado, inexpresivo. Quintero fue un artista con las piruetas, subterráneo en el último pase. En ese contexto, Borré fue el alfil, el caballo y el rey: corría, jugaba, metía, marcaba. Tanto esfuerzo, terminó por confundirlo, en su propio tablero de ajedrez. De primer defensor a primer delantero: la claridad no es su fuerte.
La confusión fue mayor a partir del gol de Gremio, un cabezazo de Michel, después de un córner y una nueva salida en falso de Armani, colosal en los mano a mano y en los vuelos, débil en las pelotas detenidas. El laboratorio se pareció a un karma para River: dos cabezazos de Maidana volaron entre las nubes, luego de sacarse de encima la soporífera marca de Kannemann y en la primera ocasión brasileña, quedó desnudo. Sin ropas, también, para el vértigo de la fricción: amonestados Maidana, Pinola y Ponzio, la columna vertebral de la estructura defensiva.
Vendados los ojos, sentenciado a jugar golpe por golpe, con Pratto, Nacho Fernández y Enzo Pérez de recambio, River fue una moneda al aire hasta el final. No lo arropó ni el calor de la gente –el Monumental se ofreció como en sus mejores noches– ni el pizarrón de Gallardo, abarrotado de garabatos. Una noche de copas vacía de fútbol y de su moderna estirpe. En el magnífico Arena do Gremio deberá River volver a ser lo que no supo, lo que no pudo, lo que no fue en la invernal noche del Monumental.