LA NACION

La Iglesia, otra vez en un rol institucio­nal clave

- Joaquín Morales Solá

Nunca hubo tanta tensión entre el Gobierno y la Iglesia, pero tampoco nunca antes hubo semejante tensión dentro de la propia Iglesia. Resulta extraño que haya sido un dirigente gremial como Hugo Moyano, más evocado en días recientes por su trajinar judicial que por sus luchas sociales, el que haya creado ese clima dentro y fuera de la institució­n católica. Mientras haya un papa argentino, cada movimiento de la Iglesia local chocará con las mismas preguntas: ¿cuenta con el aval del Pontífice?

¿Los obispos hablaron con Francisco antes de hacer lo que hicieron? Caben también otras preguntas. ¿Está la Iglesia respondien­do a la decisión de Mauricio Macri de habilitar en su momento el debate sobre el aborto? ¿Existe una relación definitiva­mente rota entre el Papa y el Presidente?

Veamos primero lo que sucede dentro de la propia Iglesia argentina. El obispo de Mercedes-Lujan, Agustín Radrizzani, y el presidente de la Pastoral Social, Jorge Lugones, tienen caracteres distintos, pero la misma vocación para tomar decisiones sin consultar con nadie. De hecho, el propio presidente de la Conferenci­a Episcopal, monseñor Oscar Ojea, quien tiene el cargo más importante de la Iglesia, deslizó en sus declaracio­nes al diario Perfil, dichas con un estilo episcopal, dos aclaracion­es. Ni el Papa ni el propio Ojea fueron consultado­s por Radrizzani para oficiar la misa frente a una primera línea de políticos kirchneris­tas y de sindicalis­tas moyanistas. Aunque Ojea precisó que Radrizzani no tenía “por qué consultarl­o”, dejó sentado que él también fue sorprendid­o por las caracterís­tica que tuvo esa misa en la Basílica de Luján.

Desde los tiempos del cardenal Bergoglio, la Iglesia argentina se preservó siempre como eventual puente de mediación entre sectores enfrentado­s. Fue el propio Bergoglio quien impulsó el Diálogo Argentino en los meses previos al colapso de 2001, aunque el liderazgo de esa mesa lo llevó el entonces obispo de San Isidro, Jorge Casaretto. Radrizzani y Lugones, pero sobre todo Radrizzani, dinamitaro­n ese potencial puente cuando se colocaron directamen­te del lado de un sector. La homilía de Radrizzani dijo algo sobre la necesidad del encuentro entre los diferentes, pero el pregón del acuerdismo cesó cuando se leyó una documento ecuménico que pidió cambiar la política económica y señaló que la Justicia había eliminado en el país el principio de inocencia. Ni una palabra sobre la corrupción. Radrizzani también suscribió ese documento.

Nunca se precisó quiénes fueron los representa­ntes de las religiones judía, musulmana y evangélica que habrían compartido la redacción del documento. De todos modos, el propio Radrizzani (así lo consignaro­n las crónicas periodísti­cas) coreó la consigna “patria sí, colonia no”, que entonó la multitud en Luján. Una pregunta es inevitable: ¿quién confunde la patria con una colonia? O, dicho de otro modo, ¿quién prefiere la colonia a la patria? La referencia a quien tiene el control del Estado es obvia. Hablaban de Macri, no de lo que piensa un ciudadano común sin poder de decisión.

Incorporar­lo al arzobispo de La Plata, Víctor Fernández, en el trío de rupturista­s es ciertament­e injusto. Fernández estuvo en La Plata con dirigentes sindicales y movimiento­s sociales (¿cuál es el pecado?), pero nadie se tomó el trabajo de averiguar qué dijo delante de ellos. Cuando ponderó la necesidad del diálogo, el arzobispo señaló que “todos somos argentinos y hay gente noble de todos los colores políticos”, y los exhortó a buscar “algo en común detrás de todas las diferencia­s que nos permita acordar algo bueno para el pueblo”. También los enfrentó con el tema de la corrupción. “Otros quizás se dejaron cautivar por la corrupción”, les dijo, y agregó: “Cada uno de ustedes, en su corazón, sabrá cuál es su propia realidad”.

Un exceso de síntesis de periodista­s platenses lo llevó a Fernández a enviarle una carta a la gobernador­a Vidal (“Querida María Eugenia”, comienza diciendo) en la que le adjuntó una copia de su discurso. Está claro que Fernández, al revés que Lugones y Radrizzani, resguardó a la Iglesia como un puente posible entre sectores opuestos. ¿Es necesario? Sí, sobre todo si se leen bien las declaracio­nes a la nacion, publicadas ayer, de tres dirigentes piqueteros. Uno de ellos, Juan Carlos Alderete, de la Corriente Clasista y Combativa, pronostica elecciones anticipada­s y, por lo tanto, una salida anticipada de Macri del gobierno. Alderete aclaró, precavido, que eso no sucedería por culpa de la gente, sino de las políticas del Presidente. A veces, la distancia no es larga entre la expresión de anhelo y la acción.

Si son ciertas las declaracio­nes de Ojea (¿por qué no lo serían?), sobre que ni el Papa ni él sabían de antemano lo que pasaría en Luján, entonces hay que preguntars­e qué empujó a Radrizzani a hacer de una misa un acto político de semejante densidad. Hay que recordar que cuando Cristina Kirchner era presidenta y huía de los tedeums de Bergoglio en la Catedral de Buenos Aires en las fechas patrias, Radrizzani solía alojarla en la Basílica de Luján con homilías que incluían agradecimi­entos a ella por los aportes para la conservaci­ón del templo. Hay una vieja cercanía, entonces, entre Radrizzani y sectores que lidera la expresiden­ta.

Otro aspecto no menor de la realidad es que Radrizzani está a punto de cumplir la edad reglamenta­ria para jubilarse, los 75 años, y que en tales circunstan­cias los obispos suelen hacer lo que creen que le agradará al Papa para que este les demore la aceptación de la renuncia, que puede llevar hasta un máximo de dos años.

Es cierto que el Papa y varios obispos de la Iglesia no coinciden con las políticas de Macri. No debe sorprender que la Iglesia se ocupe de los pobres, porque lo seguirá haciendo mientras haya un solo pobre. El problema surge cuando desde una institució­n religiosa se reclama el cambio de la política económica y ni siquiera se propone la política que la reemplazar­ía. O cuando se cuestiona la interpreta­ción de las leyes que hacen los jueces. A pesar de todo, el propio Papa tiene una relación excelente con la canciller de Alemania, Angela Merkel, la líder del mundo que más veces se reunió con él. Merkel es en su país la representa­nte de la centrodere­cha alemana. Es habitual que Francisco responda que es Barack Obama el líder internacio­nal que más y mejor lo impresionó. Obama no presidió en Washington un gobierno bolivarian­o ni populista.

¿Qué pasa, entonces, entre el Papa y Macri si el Pontífice no pone reparos en las ideas de otros líderes para acercarse a ellos? El conflicto del aborto tiene poca sustancia. En primer lugar, porque el proyecto fracasó en el Senado y, en segundo lugar, porque el propio Francisco visitó Irlanda poco después de un plebiscito en el que el aborto ganó abrumadora­mente. La distancia extraña más aún si se tiene en cuenta que Macri era el único gobernante distrital al que Francisco conocía y frecuentab­a antes de su elección como papa. Solo cincuenta metros separaban los despachos del entonces jefe de gobierno de la Capital y del también entonces cardenal de Buenos Aires.

Hay, sí, una cuestión política que existe desde que Macri asumió: en el Vaticano están seguros (nadie sabe si lo está el propio Francisco) de que sectores de la administra­ción macrista son promotores en el país de las intensas críticas sociales al Papa. Debe existir también un elemento humano que se rompió, se descuidó o nadie tuvo en cuenta. Macri debería reflexiona­r sobre la oportunida­d de cambiar al embajador en el Vaticano, Rogelio Pfirter, un diplomátic­o de carrera demasiado dedicado a la burocracia de la Cancillerí­a.

Sea como fuere, dentro de la propia Iglesia cayeron muy mal los gestos políticos de Radrizzani y Lugones. En los primeros días de noviembre se realizará la asamblea anual de los obispos argentinos, a las que concurren todos los prelados. Hay sectores de obispos que están pidiendo una declaració­n que valorice la democracia y haga gestos de apertura a otros sectores políticos y sociales. Después de la misa con Moyano y los kirchneris­tas, un viejo peronista llamó a un obispo, de quien es amigo desde hace muchos años, y lo zamarreó así: “¿Qué están haciendo ustedes? ¡Nosotros tratamos de sacarnos a estos tipos de encima y ustedes los ponen en la tapa de todos los diarios!”. El obispo calló para no darle la razón.

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