LA NACION

Violencia y desesperan­za, el infierno del que escapan los hondureños

El país centroamer­icano está azotado por las maras, los crímenes, el desempleo y la pobreza

- Paula Markous

Las amenazas de Donald Trump no asustan a los miles de hondureños que se unieron a la caravana de migrantes que busca llegar a Estados Unidos. Más miedo les genera vivir en un país azotado por la violencia de las maras, donde trabajar parece un privilegio para pocos y la pobreza los ahoga.

Nueve de cada diez personas que integran el grupo de 7233 migrantes que marchan hacia Estados Unido son de Honduras, que junto con El Salvador y Guatemala forman el llamado Triángulo Norte, una de las regiones más violentas del mundo y que vive una crisis humanitari­a, según la ONU.

El éxodo en busca del sueño americano no es nuevo. “De 300 a 500 hondureños parten diariament­e hacia Estados Unidos y si no pueden llegar, se quedan en México o Guatemala, esto ha sido así desde hace años. Pero el tema de agruparse para salir empezó el 13 de octubre –el día que partió la caravana desde San Pedro Sula– y está marcando una tendencia”, cuenta Xiomara Orellana, periodista de investigac­ión del diario hondureño La Prensa.

La mayoría de los caminantes huye de la extorsión, las amenazas y la violencia de las maras. La Mara Salvatruch­a (MS), Barrio 18 y otros grupos menores ganaron protagonis­mo en Honduras desde fines de la década del 90 y actualment­e tienen tomadas las periferias de las principale­s ciudades del país.

Allí es donde viven la mayoría de los integrante­s de la caravana que eligen huir, porque “sus hijos de 11 o 12 años empiezan a ser reclutados por los mareros, sus hijas se enamoraron de alguno y ya son un blanco, o porque les mataron a alguien”, resume Orellana. A las maras se suman los carteles de la droga que, luego de la ofensiva de los gobiernos de México y de Colombia, se desplazaro­n hacia Honduras, situado en una posición estratégic­a en la ruta de la cocaína hacia Estados Unidos. Según el Departamen­to de Estado norteameri­cano, el 80% de la cocaína que se transporta hacia el norte pasa por Honduras.

Todos los gobiernos del Triángulo Norte optaron por la mano dura para controlar el narcotráfi­co y la violencia de las maras. También el del presidente Juan Orlando Hernández, que gobierna Honduras desde 2014 y fue reelegido en noviembre pasado, en unas elecciones considerad­as fraudulent­as, según la oposición y miles de personas que protestaro­n en las calles del país.

Aunque según las estadístic­as oficiales de Honduras la tasa de homicidios de 2017 (de 42 crímenes por cada 100.000 habitantes) bajó un 17% con relación al año anterior, las maras aún dominan los barrios más pobres.

La violencia no explica por sí sola el éxodo. Los hondureños huyen porque quieren una vida mejor, porque se hace cada vez más difícil vivir en un país en donde el 64,3% es pobre, según el Instituto Nacional de Estadístic­as (INE).

“No se aguanta más” es el lema de varios migrantes, cansados de los aumentos en la canasta familiar –que ronda las 8366 lempiras (unos 347 dólares)–, de las subas de los impuestos, del precio de la nafta y de la tarifa energética, que aumentó un 18% en octubre. En la actualidad, un hondureño de escasos recursos paga en promedio alrededor de 20 dólares por mes en energía.

Los migrantes se quejan también por la falta de empleo. De acuerdo con el informe de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT), el 59% de los hondureños estaban desemplead­os en 2017.

En estos momentos, la caravana continúa su avance por el sur de México. Anteayer, Trump decidió reducir la ayuda financiera a Honduras, Guatemala y El Salvador por no haber impedido el avance de los migrantes. Pero por ahora nada los detiene en su camino hacia Estados Unidos.

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Johan ordoñez/afp Migrantes hondureños en su camino a EE.UU., cerca de Tapachula

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