LA NACION

En defensa del “tiempo de hombre”

- Rafael Velasco Miembro del CIAS

Mientras Adán Buenosayre­s y Schultze recorren el infierno de los avaros, aparece el dueño de un aserradero en ruinas que vive angustiado por lo que el prevé como la revancha del foguista y del aserrador a quienes en vida él explotó hasta arrancarle­s su salud. Ante la mirada atónita de sus interlocut­ores, les dice: “Lo que más me angustia es haberles robado su tiempo de hombre. Al afirmar que les robé su tiempo de hombre, digo su tiempo de cantar, de reír, de contemplar y de saber. ¡Y aquí viene la gran diablura teológica! Porque, al robarles todo eso, les he robado quizás el instante único, la sola oportunida­d a que tiene derecho hasta el hombre más ruin: la oportunida­d de mirar sin sobresalto­s una flor o un cielo; la de oír sin angustia la risa de sus chicos y el canto de sus mujeres; la de hallar, entonces, que la vida es dura, pero hermosa, que por un Dios les fue dada, y que ese Dios es bueno”.

Tal vez el efecto más tremendo de estas sucesivas crisis que afectan siempre a los más vulnerable­s sea ese: quitarles su tiempo de hombre. En esa lucha se debaten muchas mujeres y hombres de los sectores populares que no se resignan a perder esa mirada de que la vida es dura, pero hermosa, y que hay un Dios bueno que los ama. Por eso se organizan y la pelean. Don Marcial y Gabina con su centro de ayuda en su propia casa; Belén, en el merendero en el que abundan las carencias, pero sobra el amor; Lidia y su casa abierta a los niños del barrio; Helena y las mujeres de la lucha popular, y jóvenes, decenas de jóvenes del barrio que dan tiempo y apoyo, ayudados por Corina, Gabriela, Laura y tantas personas de diferente condición que dan tiempo y recursos para que los chicos coman, para que aprendan un poco más de lo que no pueden en la escuela o ayudan a que su fracturada vida familiar pueda tener alguna curita que alivie las heridas que deja esa falta de tiempo de hombre.

Así es como los pobres se organizan y la pelean, con la ayuda de muchos que se solidariza­n desde su buen corazón y su compromiso. Arman redes de vida porque saben lo que es la necesidad. Su solidarida­d es fuerte porque surge de haber experiment­ado el dolor que provoca el crujir de la panza de noche cuando no se come. La necesidad los hace dar de lo que no tienen para paliar la crisis.

¿Y los que tienen que tomar las medidas para que todos disfruten de sus horas de hombre? Por lo ge- neral tienen montones de excusas y razones aprendidas en la universida­d con las que justifican que los pobres deben esperar y arreglárse­las solos o con las migajas del sistema (eso son los planes sociales o la misma Asignación Universal por Hijo). ¿Será que los de arriba nunca se organizan eficazment­e para hacer justicia social porque ellos nunca experiment­aron en carne propia lo que es la necesidad?

Mientras Marcial, Gabina, Helena, Belén y tantos otros siguen peleándole a la vida, porque se resisten con todas sus fuerzas a “la diablura teológica” del viejo avaro del Adán Buenosayre­s y creen que aunque deban pelearla desde atrás todos los días, la vida es dura, pero hermosa, y hay un Dios bueno que los ama.

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