LA NACION

Una noche, el gigante Armani se transformó en humano

La indecisión en el gol de cabeza de Gremio mostró su lado endeble; el público no lo cuestionó

- Andrés Eliceche

Un escalofrío recorrió el Monumental de tribuna a tribuna. La noche, que ya venía enrevesada para el deseo de la abrumadora mayoría de los 60 mil espectador­es, entonces se hizo más negra. Gremio celebraba, inclinada su cabeza hacia ese rincón donde gritaban los cuatro mil gaúchos. Celebraba el gol porque cuánto vale conseguirl­o de visitante, claro, pero también porque se lo había hecho a Armani, el que había trabajado durante toda la Copa Libertador­es para que River se presentara en las semifinale­s. Ahí estaba ahora, su cuerpo y su aura machucados contra un palo, mientras Michel era el maestro de ceremonias de los abrazos nacidos tras su gol. Las dos fotos del fútbol, una vez más.

“Siento que no me van a hacer un gol”, se abrió el arquero sensación del fútbol argentino en una entrevista con la nacion unos días atrás, cuando River transitaba la previa de esta serie semifinal copera. Adorado por los hinchas, no necesita histrionis­mo para estar siempre en el top 3 del aplausómet­ro. Ni dar demasiadas explicacio­nes cuando, como esta vez, le cabe responsabi­lidad en un gol. No estaba feliz después del 3-1 a Independie­nte porque había dado un rebote largo en el gol de Gigliotti; autocrític­o, había repasado esa jugada casi a la par que sus compañeros festejaban el pase de ronda. ¿Qué sensacione­s masticará ahora, después de que Michel cabeceara adentro del área chica mientras él se bamboleaba hacia un lado y el otro, casi sin despegarse de la línea del arco?

La duda mata al arquero. No hubo espectacul­aridad en la jugada, ni se trató de un error clamoroso de esos que se repiten en los programas de fútbol. Fue, en todo caso, una nueva confirmaci­ón de que al gigante Armani le ganaron por su costado más endeble: el juego áereo. Como en el gol de Nicolás Blandi en el Nuevo Gasómetro, por ejemplo. O como en otras jugadas que después cobran notoriedad porque él termina salvando de última con reacciones espectacul­ares.

Ni un reproche salió en su contra de boca de los que gritaban por él antes del partido. Al menos, no de quienes estaban en el Monumental. Le sobran argumentos para explicar por qué un silencio respetuoso lo acompañó al salir de la cancha, con la mirada tan perdida como el resto de River. El fútbol, que da y quita, tiene una revancha esperándol­o en una semana, en una esquina de Porto Alegre. Cuando River vaya a tramitar el check in a la final de la Copa, necesitará a Armani. El gigante que también puede fallar.

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