LA NACION

Héroe y villano, pero con el mismo libreto

Scolari es el último DT campeón del mundo con Brasil y ganó dos Libertador­es; también descendió y sufrió el 7-1 frente a Alemania

- Alberto Cantore

Se vistió con la capa de superhéroe y también con la de villano, pero lo que nunca cambió es el libreto. De recio y limitado marcador central a director técnico multicampe­ón de clubes y último entrenador que condujo a Brasil a ganar la Copa del Mundo, en Corea-Japón 2002. Luiz Felipe Scolari conoce lo que significa el éxito tanto como lo que es hundirse en una ciénaga, aunque no modifica los modos de trabajar, pensar, sentir y conducir. Para muchos, Felipão representa la destrucció­n del fútbol-arte al privilegia­r las estructura­s y la organizaci­ón sobre la inventiva y la improvisac­ión, sellos registrado­s del jogo bonito. En su país, un personaje contracult­ural desde la época de futbolista: mientras el planeta se maravillab­a con el scratch que se paseaba en México 1970 con los cinco dieces –Pelé, Tostão, Rivelino, Gérson y Jairzinho–, él, en los humildes clubes en los que jugó, ya resaltaba el orden y la disciplina. “La gente está acostumbra­da al fútbol técnico y habilidoso, pero de donde soy, el énfasis está en el juego físico”, replicó ya en tiempos de entrenador.

“El jogo bonito es para el amistoso o para el partido benéfico, lo importante es ganar”. La frase manifiesta la ideología futbolísti­ca de Scolari, que nació en Passo Fundo, en el estado de Río Grande do Sul. En su tercer ciclo en Palmeiras, club al que dirigió en 443 partidos y al que condujo en su primera experienci­a a ganar en 1999 por única vez el máximo certamen continenta­l de clubes –una temporada antes con el Verdão logró la Copa de Brasil y la Mercosur–, Felipão expone que los años pasan, el 9 de noviembre cumplirá 70, pero no la matriz: “El Brasileira­o, la Copa Libertador­es y la Copa de Brasil [cayó en semifinale­s], hay que ganar, porque si no usted no continúa. No se puede dar prioridad, hay que ganar todo”, enunció. Semifinali­sta de la Libertador­es y puntero del campeonato –cuando asumió marchaba 6to, a ocho puntos del líder Flamengo– busca rememorar los días dorados para que los torcedores borren aquella última imagen: en 2012, en su segunda estadía en el Verdão, fue parte de la campaña que terminó en descenso.

Boca no le es extraño a Scolari. Los xeneizes le impidieron ser tricampeón de la Libertador­es –en 1995 la ganó con Gremio– y todavía se recuerda una frase que actuó de incentivo para el plantel que dirigía Carlos Bianchi, después del empate 2-2, en el juego de ida. “Anímicamen­te, ya nos sentimos bicampeone­s. Es muy difícil que se nos escape este título”, vaticinó. El 4-2 en la definición por penales, tras la igualdad 0-0, un sinsabor que, sin embargo, no lo paralizó.

Dos años después, con Brasil, en Corea-Japón 2002, obtuvo el pentacampe­onato para la verdeamare­la. Videos motivacion­ales en los que aparecían chicos con los colores de la bandera de Brasil pintados en el rostro, casas de las favelas de verde y amarillo e indios del Mato Grosso jugando al fútbol con la camiseta de la selección, imágenes con las que conmovía a Ronaldo, Ronaldinho, Rivaldo, Cafú, Roberto Carlos, Kaká…; también repartía fragmentos del himno nacional y antes de la final mostró la formación de Alemania con el subtitulad­o “De aquel lado hay un equipo” y, de inmediato, una del scratch que decía “De éste está la Patria”.

Pero como en Palmeiras, las segundas partes no fueron buenas en la selección: en el Mundial de Brasil, en 2014, sufrió la peor derrota de la historia, con el 7-1 que le asestó Alemania; un cachetazo más sonoro que el Maracanazo. “No niego que ese resultado se vivió como una catástrofe, pero mi carrera no se arruinó por eso. No me preocupa lo que escribió la prensa, mi vida siguió adelante”.

Dirigió a Neymar, también a Cristiano Ronaldo [subcampeón de la Euro 2004, en Portugal, y semifinali­sta en el Mundial de Alemania 2006], a Lampard en Chelsea en 2008/09, experienci­a que resultó, en su opinión, una “decepción”. Dejó su marca en diez clubes de Brasil, pero también en Arabia Saudita, Kuwait, Japón, Uzbekistán y China. Transitó más de la mitad de su vida como DT –debutó en 1982 en Alagoano– y aunque reniegue menos del futbolista que improvisa, sostiene que en sus equipos no puede haber desequilib­rios.

Sargentão, como lo definieron los lusos, retrocede a sus orígenes y desanda una nueva aventura.

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P.whitaker / reuters Felipão, orden por encima de la improvisac­ión

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