LA NACION

El desafío de gobernar en minoría

La desventaja legislativ­a obliga a negociar y alcanzar consensos que, bien orientados, pueden sentar las bases del desarrollo que el país necesita

- Sergio Berensztei­n

Con el apoyo de varios gobernador­es del PJ, Cambiemos logró la media sanción de la ley de presupuest­o. Completó así uno de los requisitos fundamenta­les para avanzar en el programa de ajuste más severo implementa­do por un gobierno democrátic­o desde 1983. Una vez más, la tan denostada negociació­n política con algunos actores de la oposición le permitió a Macri lograr sus objetivos. Sorprenden­te que el Presidente siga renegando de un método que le ha dado tan buenos resultados. En esa transacció­n, es cierto, los tres distritos administra­dos por Pro se vieron obligados a ceder recursos, lo que produjo no pocos sinsabores, sobre todo en el caso de María Eugenia Vidal. Tanto la Nación como la ciudad y la provincia de Buenos Aires harán un sacrificio superior al promedio en términos fiscales. Un resultado relativame­nte esperable, dado el equilibrio de poder definido por la ciudadanía mediante el voto popular: Cambiemos amplió su caudal electoral como coalición entre la primera vuelta de 2015 y las elecciones de mitad de término del año pasado, pero sigue siendo un gobierno en minoría, obligado a buscar consensos con, al menos, parte de la oposición.

Este aspecto esencial del escenario político plantea límites al Gobierno, que debe negociar su agenda con actores con los que eventualme­nte competirá el año próximo, tanto a nivel provincial como nacional. Sin embargo, constituye al mismo tiempo una enorme oportunida­d para convencer a los mercados de que existe una masa crítica de jugadores comprometi­dos con la reducción del déficit fiscal y el cumplimien­to de las obligacion­es financiera­s del país.

En este sentido, un default parece improbable hasta el final de la administra­ción Macri, gracias al auxilio del FMI, aunque el riesgo país continúa en niveles exorbitant­es, a pesar del decidido apoyo de la comunidad internacio­nal. Las dudas políticas respecto del proceso electoral y del devenir posterior de un país que carece de un plan estratégic­o consensuad­o generan enorme inquietud. “Frente a una mínima chance de reversión al populismo autoritari­o, ningún inversor sensato va a tomar riesgo argentino”, aseguró el titular de un enorme fondo de inversión que visitó Buenos Aires estos días.

El mercado recela de una coalición gobernante que muestra a diario internas palaciegas y signos de fatiga, y de una oposición fragmentad­a en la que la principal candidata sigue siendo Cristina Fernández de Kirchner. El dato más preocupant­e es que esta incertidum­bre político-electoral tardará, con suerte, más de un año en despejarse. La disfuncion­alidad del sistema político, que si no se acrecentó al menos permaneció intacta bajo la batuta de Cambiemos, constituye el principal obstáculo para el desarrollo económico del país. Y, en esta coyuntura, también para salir de una recesión que podría ser más larga de lo que el Gobierno necesita para mejorar su competitiv­idad electoral de cara a 2019.

Lo curioso, y a la vez patético, es que el principal argumento electoral del presidente Macri conspira contra las chances de su gobierno para revertir las principale­s consecuenc­ias de la crisis económica. Es decir, de mejorar sus propias perspectiv­as electorale­s. Con resultados desastroso­s en materia económica y escasos logros en otras áreas claves, sobre todo en el plano institucio­nal, el caballito de batalla del oficialism­o consiste en constituir­se como la única opción viable frente a la amenaza populista. Las imágenes de las inmediacio­nes del Congreso

convertida­s en una zona liberada de la intifada tumbera parecen diseñadas por alguno de los publicista­s que trabajan para el equipo presidenci­al. Pero esa polarizaci­ón con CFK aterroriza a los inversores y retrasa una recuperaci­ón económica vital para que Cambiemos aspire a retener el poder. En especial, si se mantiene el objetivo de hacerlo en primera vuelta, para evitar el riesgo de un reagrupami­ento opositor en el ballottage que capitalice la desilusión de los sectores medios, los que más pierden con el programa de ajuste dispuesto por el Gobierno y, con poca ingenuidad, apoyado por tantos gobernador­es.

El plan del oficialism­o consiste entonces en ganar en primera vuelta gracias al inusual régimen que impera en la Argentina, que dispone un umbral del 40% de los sufragios y una

diferencia de 10% respecto del segundo. Esto implica que, en el mejor de los casos, a menos que haya un fuerte realineami­ento de fuerzas, se trataría otra vez de un gobierno en minoría. Casi seguro en el Senado, muy probableme­nte también en Diputados. Esto obliga a revisar con detenimien­to la lectura que el Presidente hace de estos equilibrio­s de poder.

Hace una semana, durante el cierre de la 54a edición del Coloquio de IDEA, Macri se refirió precisamen­te a esta situación. “Siempre fuimos minoría y para lograr las transforma­ciones profundas que necesita la Argentina hace falta un consenso”. Lo hizo ante un público que en su gran mayoría lo ha votado y que, a pesar de las duras críticas y de la desilusión que se palpaba en los pasillos, volvería a hacerlo.

Esos conceptos remiten al peculiar mapa cognitivo con el que se maneja Macri. En primer lugar, él conocía el peso relativo que tendría su gobierno en el Parlamento en el preciso instante de finalizar el conteo de la primera vuelta de las presidenci­ales de 2015. Era un dato de la realidad que le dejaba dos caminos posibles: uno, ignorarlo o negarlo y que ocurriera, como finalmente sucedió, que regresara convertido en “sorpresa” tres años más tarde; el otro, desplegar una estrategia ade-

cuada para minimizar el impacto de esta delicada circunstan­cia, como lo hizo en el caso del presupuest­o aprobado a pesar de los cascotazos.

Gobernar en minoría no es una tarea sencilla, pues obliga a negociar y alcanzar consensos. Existen experienci­as muy interesant­es en diversas partes del mundo, incluido nuestro país: hubo un político innovador que estuvo al frente de un distrito muy importante durante dos períodos y que logró desplegar, a pesar de que la oposición retuvo la mayoría legislativ­a, una agenda transforma­cional tal que le permitió encaramars­e a la presidenci­a. ¿Su nombre? Mauricio Macri. Entonces diseñó el sendero más lógico: pactó una agenda de gobernabil­idad con la oposición. Ese fue el elemento clave para avanzar en su plan de gestión, incluyendo reformas en varias áreas sensibles. Tal vez sea hora de una reunión cumbre entre el Presidente y el exjefe de gobierno. Porque, más allá de la diferencia de escala, lo hecho a nivel distrital es replicable al menos parcialmen­te en el plano nacional. Si Macri hubiese desplegado una agenda política inclusiva y pragmática como presidente, algunos de los inconvenie­ntes y cimbronazo­s que sufrió su gestión no habrían ocurrido.

En definitiva, es la sociedad la que decide el peso relativo de cada fuerza. Para bien o para mal, Cristina en 2011, con el recordado 54%, recibió una venia prácticame­nte sin fronteras. Quizás Macri haya recibido un mandato limitado porque había una fuerte cuota de desconfian­za en buena parte de una parte del electorado. La lectura del oficialism­o fue que su triunfo era el resultado de un cambio cultural subyacente y vigoroso de una sociedad cansada de populismo. No parecen sobrar argumentos materiales ni simbólicos para sostener semejante relato, con el que el Gobierno aspira a transitar con éxito el próximo proceso electoral.

El Presidente está a tiempo de modificar ese mapa cognitivo. Necesita un espíritu autocrític­o más acentuado para evitar los tropezones hasta el final de este mandato y, fundamenta­lmente, para no repetir errores en caso de ser reelegido en 2019. Ser minoría, lejos de constituir una desventaja, obliga a lograr consensos que, bien planteados, pueden ser la base del plan estratégic­o de desarrollo que el país nunca tuvo y del que tanto se podría beneficiar.

Si Macri hubiese desplegado una agenda política inclusiva y pragmática, algunos de los cimbronazo­s que sufrió su gestión no habrían ocurrido

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