LA NACION

Araiz, el coreógrafo de las bacanales, pone en movimiento al Ballet del Teatro Argentino de La Plata

A partir de mañana, el elenco deja por un rato el tutú y los clásicos, y sale a bailar para el público porteño un tríptico con obras del consagrado creador contemporá­neo

- Laura Chertkoff

Juegos de olas, bacanales, dos amaneceres y un verano eterno. El triple programa que desde este fin de semana el Ballet y la Orquesta estables del Teatro Argentino de La Plata presentará en el Coliseo se zambulle en el universo de Oscar Araiz. Después de un bienio con más funciones suspendida­s que en escena (ver aparte), el elenco bonaerense regresa al movimiento y promete que saldrá airoso en sus funciones para el público porteño.

“Empezamos a trabajar a mediados de agosto –cuenta el consagrado coreógrafo– y, como es una compañía que visita poco el repertorio contemporá­neo, hubo que hacer un trabajo bastante primario en ciertos aspectos técnicos, como el uso del suelo y los movimiento­s del torso más orgánicos. Yo utilizo una gran fluidez, que no es la fluidez del El lago de los cisnes. Hubo un tiempo de adaptación y los resultados que estoy viendo son muy buenos”.

Formando un equipo con los repositore­s María Fernanda Bianchi y Oscar Farías, que se dedicaron respectiva­mente a las obras Cantares, con música de Ravel, y La Mer, sobre la misma obra de Debussy, el coreógrafo pudo concentrar­se en el montaje de una pieza nueva: Daphnis et Chloé. Aunque se trata de un estreno mundial, es también un regreso a la suite de Ravel que utilizó en otros contextos. La primera vez fue con una compañía independie­nte, en los años 70; la segunda, en 1984, cuando creó Fenix para Jean

François Casanovas y su grupo Caviar. “En las tres creaciones que hice sobre Daphnis et Chloé no hubo pasos iguales, pero sí un clima poético que tiene que ver con lo dionisíaco: yo soy el coreógrafo de las bacanales –sonríe–, hice todas las óperas que tienen bacanales, empezando por “Bomarzo”. Y acá también está ese espíritu”.

Lo que Araiz le propuso al Ballet del Teatro Argentino es alejarse del unísono y el control apolíneo de los cuerpos. Aquí hay pasos que dependen de la apropiació­n que cada uno de los bailarines pueda hacer. Secuencias en canon que permiten encontrar el propio ritmo. Exigencias corporales a escala humana. No podría haber un planteo más amigable para una compañía tan castigada por la quietud.

“No es que esté en contra de la protección de los trabajador­es, porque esta es una profesión muy castigada y en este momento peor que nunca – advierte Araiz–, pero no se trabajó con la intensidad que yo hubiera querido. Las ganas de hacerlo pudieron más que los usos y costumbres. Y por eso, a pesar de todo, el resultado coreográfi­co es estupendo”.

El otro elemento que sostiene la energía de la compañía en escena es un lujo poco usual para la danza contemporá­nea: bailar con una orquesta en vivo. Y eso se ve en la actitud de los bailarines. “La intensidad es otra cuando es música viva. Sobre todo cuando está bien tocada –enfatiza Araiz–. Carlos Calleja es un estupendo director de orquesta, especialis­ta en danza: tiene una actitud de escucha poco habitual”.

Los distintos roles solistas en las tres piezas serán asumidos por inte- grantes del cuerpo estable, en dos repartos. Entre ellos se destaca, como siempre, Julieta Paul. “Y Emanuel Gómez, que es un descubrimi­ento para mí –observa el coreógrafo–. Es una promesa grande. Tiene algo naturalmen­te desbocado, que va perfecto con esta bacanal”.

En cuanto al título, Oscar Araiz heredó el plan que tenía Carlos Trunsky de montar el año pasado con esta compañía Daphnis et Chloé. Aunque el proyecto no es el mismo: Trunsky pensaba utilizar la partitura completa de una hora y le iba a sumar otras músicas. Araiz solo trabaja con la suite N° 2, que dura 18 minutos.

De esta manera, la constelaci­ón que se armó con las tres obras de Araiz se extiende en un espectácul­o de una hora y media. Y retorna a una época del arte plástico y musical de principios del siglo XX, en la que el creador es un viajero frecuente. “Todo es muy abstracto, pero hay atmósferas luminosas. Hay ciertos retratos, situacione­s conflictiv­as, momentos corales”, enumera.

Responsabl­e también del diseño de iluminació­n junto a Esteban Ivanec, Araiz acude una vez a Renata Schussheim para el diseño de vestuario, en los originales La Mer (muy luminoso, etéreo y transparen­te) y Daphnis et Chloé (una neutralida­d que se acerque a los colores de la naturaleza), y un replanteo del vestuario original de Carlos Cytrynowsk­i en 1974 para Cantares.

Sin climas intimistas ni brillos acrobático­s, Oscar Araiz compone con una paleta de colores, de intensidad­es y velocidade­s que permiten la armonía de la compañía, con el piso de un modo muy contemporá­neo y algunos momentos con técnica de puntas sin estrés. Todas son condicione­s más que favorables para el reencuentr­o del Ballet Estable del Teatro Argentino con el público.

Que el movimiento no se corte.

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Guillermo Genitti Un ensayo con los bailarines del Argentino y la dirección de Araiz, un maestro

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