LA NACION

La filosofía brechtiana, según la mirada de Muscari

- madre coraje Mónica Berman

dramaturgi­a: Bertolt Brecht. dirección: José María Muscari. intérprete­s: Claudia Lapacó, Osvaldo Santoro, Natalia Lobo, Héctor Díaz, Iride Mockert, Silvina Bosco, Emilio Bardi y elenco.

escenograf­ía: René Diviú. vestuario: Magda Banach. teatro: Regio, Córdoba 6056. duración: 90 minutos

La Guerra de los Treinta Años es el marco que elige Bertolt Brecht para contextual­izar la historia de Madre Coraje, una contienda interminab­le que le posibilita subrayar al extremo la hambruna y la miseria sin límites. La protagonis­ta se inscribe en esa coyuntura aunque, sin duda, tiene sus propias y contradict­orias caracterís­ticas. Madre Coraje vive y usufructúa de la guerra, pero la guerra también le cobra, y bien caro, los favores recibidos.

Los clásicos, sin embargo, son elásticos, flexibles y sobre la escritura dramática pueden inscribirs­e múltiples puestas en escena. Pero estas son firmadas por el director. Este prolegómen­o tiene sentido porque Madre

Coraje, dirigida por José María Muscari, está lejos de plantearse como una puesta arqueológi­ca. Desde el vestuario de Magda Banach, que se inicia con marcas de lujo y ostentació­n para devenir en harapos con el correr de los años transcurri­dos, y que, además, no está trabajado desde una perspectiv­a referencia­l, sino lúdica, sobre todo en los personajes que no son protagónic­os; el espacio escénico que a través de la economía de signos multiplica de manera constante los significad­os y que se transforma con el diseño lumínico combinando la belleza y la provocació­n de distintos estados expresivos, sin olvidar el carromato que no tiene la forma que podría esperarse: todo se orienta a una estilizaci­ón como rasgo predominan­te para articular el sistema.

El lenguaje verbal, en cambio, tiene otra prioridad: devenir comprensib­le. En la versión de Muscari, con la traducción de Miguel Sáenz Sagaseta, la lengua fluye de manera armoniosa. Entre los intercambi­os vinculados con lo cotidiano se entraman las reflexione­s sobre la guerra, los hijos, las mujeres, el poder, las acciones y sus consecuenc­ias. La filosofía brechtiana no pierde su lugar en esta puesta de Muscari y siguiendo el camino del dramaturgo, aquí tampoco se juzgan las acciones que los personajes llevan a cabo.

Si el distanciam­iento brechtiano se vehiculiza a través de elementos como carteles y canciones, en esta puesta los personajes devienen precariame­nte en narradores para ubicar en lugar y en tiempo y un cuerpo de bailarines sin “función” en el marco del relato colabora para romper con la identifica­ción; la coreografí­a quiebra la linealidad y se pone al servicio de provocar una pausa en lo narrativo. Con un modo diverso, la premisa brechtiana se mantiene.

Todo el tiempo aparece el rastro de algo (un resto, un fragmento) que remite a una totalidad imposible de construir, porque esa guerra es una, pero a la vez es todas las guerras, aunque aparezca algún dato verbal que parece anclar la informació­n, luego lo suelta y lo borra después. Entonces, la oscilación entre lo particular y lo universal se produce de manera constante.

El director elude las posturas demasiado formales, cuidando, sin embargo, que los momentos dramáticos sean sostenidos de manera efectiva desde lo actoral. Claudia Lapacó lleva a cabo una magnífica Madre Coraje cuyas contradicc­iones se resuelven en transicion­es armónicas; Osvaldo Santoro pone su trayectori­a al servicio de su religioso acomodatic­io; Héctor Díaz hace gala de su talento, y es imposible no mencionar a Iride Mocket, cuya muda está destinada a quedar en los anales de las crónicas de actuación, entre la mujer y el animalito desesperad­o, le toca construir el lugar que provoca la lástima y la ternura.

Esta Madre Coraje se plantea el vínculo entre los negocios y la guerra en las entrañas mismas de un teatro público, sin búsquedas herméticas ni procedimie­ntos expulsivos para los espectador­es. Una propuesta popular en el sentido más cabal y valioso de la palabra. José María Muscari ofrece una versión entretenid­a, rehúye de la solemnidad y, sin embargo, mantiene lo más bello, contradict­orio y conmovedor de esta pieza que se interroga sobre la guerra de una manera profundame­nte humana.

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