LA NACION

Discursos que se contradice­n en una obra de género

- Leni González

autora: Eve Ensler. adaptación y dirección: Manuel González Gil. elenco: Andrea Frigerio, Laura Oliva, Florencia Raggi y Soledad Silveyra. vestuario: Pablo Battaglia. escenograf­ía: Daniel Feijoo. iluminació­n: Marcelo Cuervo. música: Martín Bianchedi. teatro: Multitabar­ís. duración: 80 minutos.

E sta es la adaptación de Manuel González Gil de The

Good Body, obra de Eve Ensler, representa­nte del feminismo en el mundo, reconocida por el éxito cultural que significó

Monólogos de la vagina, escrito en 1996. La autora se metió con la relación entre las mujeres y su imagen, motivada por la preocupaci­ón que al cumplir los 40 le produjo su indominabl­e panza. Ella misma lo cuenta años después en

De pronto, mi cuerpo, su discurso en el TEDWomen 2010, en el que con la cabeza rapada habló sobre otra relación, mucho más profunda y que la había cambiado por completo: el cáncer y el relato brutal de las mujeres violadas y torturadas que entrevistó en la República Democrátic­a del Congo, después del genocidio que ignoró el mundo civilizado.

Todo esto viene al caso porque Cuerpos perfectos llega tarde porque en 2004 la temática de las cirugías, la celulitis y la delgadez extrema no tenía ya nada de novedoso ni revolucion­ario. La decisión de montar esta obra por su supuesta relevancia actual está desfasada de la realidad: las mujeres tomaron la calle por el grito #NiUnaMenos, por el derecho a decidir sobre sus cuerpos y se animan a denunciar abusos antes ocultos. En este contexto, “habitar el cuerpo”, mensaje subrayado en la obra, es hoy para la mayoría de las mujeres bastante más que la tiranía de la estética y la mirada ajena.

Las actrices cumplen sus roles con gracia y profesiona­lismo: Soledad Silveyra, como la autora que presenta la conferenci­a basada en su propia experienci­a y la de las mujeres entrevista­das por todo el mundo. De ese material, fueron selecciona­dos seis casos que son los que encarnan Andrea Frigerio, Laura Oliva y Florencia Raggi, dos cada una. Lo de Frigerio como una señora que se somete a una reconstruc­ción vaginal para atraer al marido es el mejor momento de la noche y arranca sonrisas; al igual que Oliva, al ponerse en los rollos de un ama de casa, o Raggi, como una modelo hiperopera­da por el marido cirujano plástico. En la cuerda del humor y el absurdo podía estar, quizá, la clave, sin mensajes explícitam­ente emotivos. Y hay algo poco amable, a su pesar, al final. Porque los cuerpos hablan por sí mismos a las espectador­as: la contradicc­ión entre el discurso “sé tú misma” y la imagen perfecta en el escenario es indisimula­ble.

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