EL EJEMPLO DE LOS JUEGOS
Mucho se habló, casi persistentemente, sobre el acierto que fue organizar los Juegos Olímpicos de la Juventud en Buenos Aires: más allá de las críticas siempre presentes en cuanto a los gastos de aquí y de allá -algo que ocurre con todos los organizadores de grandes eventos deportivos o culturales-. En primer lugar hay que felicitar al gobierno de la Ciudad, que junto al COA (con Werthein a la cabeza) ajustaron todos los detalles para una sincronización a la altura de lo que requiere el Comité Olímpico Internacional. Más cerca, el papel de Vicente López, con dos pistas extraordinarias en su costanera donde brillaron el patín y las BMX, y de San Isidro, que cobijó el yachting y el rugby, y tuvo en dos clubes tradicionales como el Náutico y el CASI el soporte necesario y fundamental para crear una atmósfera deportiva única, bien guiado por cada federación, obviamente.
Que se hayan coronado con el oro tanto la vela como el seven es un resultado, un logro espectacular, sí. Pero haber demostrado como país y como ciudad amplificada a la región norte que somos capaces de estar a la altura del mejor nivel internacional, eso es digno de un aplauso. Demuestra que como sociedad somos capaces. Y eso ya es mucho en estos tiempos de baja autoestima nacional. Aprovechar el impulso para poder plasmar obras como las del Parque o la Villa Olímpica en otras que dejan mucho que desear, como el interminable ensanche del Acceso Tigre, que está a medio terminar, con una carril descalzado del resto y es hoy un símbolo apenas de lo que no se debe hacer. Son ejemplos que contrastan una misma realidad. Lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Argentina, en el Interior, la Capital o el Conurbano debe ser un mismo pistón que avance con obras de calidad, en saneamiento e infraestructura. No es novedad. Haber realizado un evento de magnitud internacional es la demostración de que la capacidad instalada alcanza para lograr grandes cosas y así allí debemos avanzar.