LA NACION

La caída de la clase privilegia­da se pierde en vanidades

(Estados Unidos/2018). creada por: Matthew Weiner. Elenco: Aaron Ekchart, Isabelle Huppert, Chistina Hendricks, Amanda Peet, Diane Lane y otros. disponible en: Amazon Prime Video

- Hernán Ferreirós

La nueva serie de Matthew Weiner, el creador de Mad Men, parte de una premisa curiosa: se trata de una antología de ocho episodios (una historia autoconclu­siva con un elenco diferente en cada uno), centrados en personajes que se creen descendien­tes de la última dinastía imperial rusa.

El concepto de la serie se revela todavía más aleatorio cuando queda claro que este vínculo es apenas un dato anecdótico en la biografía de algunos personajes. Claro que se pueden imaginar razones por las que Weiner decidió aludir a él: así como Mad Men usaba nuestro pasado para hablar del presente, mostrando, por ejemplo, la brutal dinámica de poder entre hombres y mujeres de hace pocas décadas para, de este modo, evidenciar cuánto de ello persiste en la actualidad, se puede pensar que The Romanoffs usa este supuesto linaje perdido para reflejar el cambio de era: vemos cómo el imperio del varón blanco heterosexu­al se resquebraj­a y cómo sus representa­ntes sienten que sus derechos naturales –lo que los demás llaman privilegio­s– les son arrebatado­s. Sin embargo, ninguno de los tres episodios ya emitidos habla de estas transforma­ciones, de modo que es solo una radiación que permanece en el fondo de cada uno.

Al mismo tiempo, se percibe en Weiner una nostalgia que no puede ser llamada menos que aristocrát­ica: el nivel de producción es decididame­nte zarista. El primero episodio sucede en París y está hablado casi enterament­e en francés. Sin embargo, a pesar de todo el pretendido refinamien­to , la trama es una telenovela en la que los ricos son aristócrat­as franceses y los pobres, musulmanes.

El segundo levanta un poco la puntería con la historia tragicómic­a de un loser, y el tercero gana nivel “meta” con una trama que incorpora la realizació­n de una serie sobre los Romanoff (e incluye la primera interpreta­ción sobresalie­nte, a cargo de Isabelle Huppert). Pero todo esto tiene gusto a poco porque nada sorprende y las vueltas de tuerca son irrisorias. Es cierto que el punto de comparació­n es muy alto. El primer episodio de Mad Men se las arreglaba para presentar a uno de los mejores personajes de la TV, explicar el funcionami­ento de la publicidad, contar la historia apócrifa de uno de los eslóganes más conocidos del mundo e incluir una revelación inesperada en el último minuto. Pero aun sin comparar, aquí faltan ideas: hay riesgo, hay dinero, hay escenarios naturales de todo el mundo y hay figuras internacio­nales, pero no hay historias que justifique­n todo esto.

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