LA NACION

Imágenes del gaucho, en la pluma de Miguel Cané (padre)

- Pablo Emilio Palermo

El tomo V de La Revista de Buenos Aires (1864), publicació­n dirigida por Miguel Navarro Viola y Vicente G. Quesada, registra el artículo “El gaucho argentino”, fechado en París en febrero de 1856 y debido a la pluma de don Miguel Cané (padre), el “romántico porteño”, biografiad­o por Manuel Mujica Lainez. El juicio sobre este “rey de las praderas” y “trovador de las cabañas pajizas” es negativo. Perezoso, inhábil para la industria, desorganiz­ador, “su influencia en la organizaci­ón social de la República ha debido ser perjudicia­l, funesta en extremo”, dado que en sus deseos individual­es “la invitación a una sublevació­n, a un motín, es como la invitación a un baile o a un banquete”, siempre que apareciese un general o “cabeza directora” que le mereciese cariño y fidelidad.

El gaucho no conocía la idea de orden, de respeto o de propiedad. Las boleadoras lo habían hecho señor del potro salvaje y los gobiernos constituid­os eran su enemigo. “En sus gustos de caballero trovador, en su dignidad de hombre guapo, no hay alcalde, comisario ni esbirro que le merezcan siquiera las considerac­iones que se merecen entre sí las criaturas de una misma especie”. Su individual­idad era centro y fin de todo lo que lo rodeaba; de allí que bien podía seducir mujeres ajenas, herir, matar o robar sin que su conciencia le reprochase violación alguna a ley evangélica o civil. No pertenecía a la civilizaci­ón, por su desacuerdo con las reglas de la sociabilid­ad.

No obstante tales sentencias, Miguel Cané reconocía que el gaucho era leal, generoso y caballero. “Una vez que ha estrechado como amigo la mano de otro hombre, no hay sacrificio ni abnegación de que no sea capaz, y en los peligros, en la miseria, en los combates, se puede contar con él. Su querida, su amigo y su caballo, forman la trinidad de su culto profundo”, escribió.

Cierto era que ya para entonces, segunda mitad del siglo XIX, el gaucho era solo “el pálido destello de una individual­idad degenerada y carcomida”. La industria extranjera, los hábitos de orden y respeto, los vínculos familiares, el cumplimien­to de las normas legales proyectaba­n “una influencia en el espíritu nómada y caballeres­co del gaucho”, tipo obligado a desaparece­r “bajo la máscara lustrosa del hombre modificado por los usos de la vida civil”. La pérdida sería evidente: el romance y la poesía no contarían con el “bello campo” de la composició­n literaria, pero “la patria, la civilizaci­ón y el progreso positivo habrán ganado inmensamen­te”.

Las desiertas campañas no verían en el futuro a ese “piloto y caballero consumado” atravesar solitario la distancia “en las tinieblas de la noche, en medio del huracán y de la lluvia”. En el recuerdo debían quedar el caballo, amigo y compañero; y el diestro puñal, ese “pasaporte” que a todos imponía respeto.

Mujica Lainez lamentaba que la figura de Cané hubiese “palidecido con el andar de los años hasta diluirse en el más completo olvido”, a diferencia de su famoso hijo, de igual nombre. Vayan estas líneas como homenaje a su figura y a la del gaucho, aquel “centauro de las pampas”.

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Mariana eliano/lugares

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