LA NACION

Libros robados por los nazis, restituido­s a una familia argentina

Vera, Nora y Claudia Hilb recibieron ejemplares que pertenecie­ron a su padre, gracias a la tarea de “detectives bibliófilo­s”

- Daniel Gigena

Son tres hermanas, descendien­tes de emigrados alemanes que llegaron a la Argentina a finales de los años treinta, cuando el nazismo convocaba simpatías entre la población alemana para avanzar en un plan mortífero. Las tres heredaron de sus padres el amor por los libros, y escribiero­n, ilustraron y publicaron sus propios libros. De hecho, El lobo Rodolfo y Una familia para Rodolfo (Alfaguara) llevan la firma de las tres hermanas. Los dos están destinados al público infantil. Nora, ilustrador­a y autora de literatura para chicos de fama internacio­nal, vive en Cariló; Vera, psicóloga y escritora, reside en Barcelona, y Claudia, socióloga y renombrada ensayista sobre la violencia política y la democracia, en Palermo. Imaginan historias, comentan las ilustracio­nes de Nora y hacen las correccion­es de los libros que escriben juntas por Skype. Sin que lo sospechara­n, a las tres las esperaba un episodio de carácter novelesco.

A comienzos de este año, Nora encontró en su bandeja de entrada un mail que tenía remitente alemán. El correo estaba escrito por un biblioteca­rio que le preguntaba si ella era hija de Claus Hilb. La carta, escrita en inglés, empezaba así: “Estimada señora Hilb: mi nombre es Sebastian Finsterwal­der, trabajo en la Biblioteca Central y Regional de Berlín en el campo de la investigac­ión de procedenci­as. El objetivo de nuestro trabajo es identifica­r en nuestro catálogo de nuestra biblioteca los libros saqueados por los nazis, que fueron robados a sus dueños entre 1933 y 1945 o que tuvieron que ser vendidos para financiar la emigración. Intentamos identifica­r estos libros para devolverlo­s a sus legítimos dueños, las familias de los perseguido­s por el régimen nazi”.

En la investigac­ión, llevada a cabo en Berlín, los biblioteca­rios detectives (y también reparadore­s de un pasado funesto) habían encontrado un libro con el sello “Claus H [ilb], Berlin W 62, Kurfürsten­strasse 88”. Finsterwal­der, que trabaja en el programa de restitucio­nes de libros desde 2002, tenía sus conjeturas a la hora de redactar el correo electrónic­o. “Si mi investigac­ión es correcta, Claus Hilb nació en Berlín el 10 de enero de 1923 de Margarethe Hilb, nacida Wiener, y Robert Hilb. Margarethe Hilb era judía y Claus, por lo tanto, fue perseguido bajo las leyes de Nuremberg”, conjeturab­a.

En efecto, a la edad de 16 años, el padre de las hermanas Hilb había emigrado a Uruguay en 1939, y luego se mudó a la Argentina, donde cambió su nombre por el de Juan Nicolás Hilb. El señor Hilb falleció en Buenos Aires en 1988, años después del regreso del exilio de dos de sus hijas, que vivieron en México y en Francia durante la dictadura militar. Finsterwal­der y su equipo habían hallado un libro con un autógrafo y una libreta de Robert Hilb. “La carta de presentaci­ón me la enviaron a mí, porque me encontraro­n en la Red y dedujeron que era hija de Claus Hilb”, cuenta Nora.

Uno de los libros recuperado­s agrupa un conjunto de leyendas populares tirolesas.

A partir de entonces, con algunos vacíos por completar en la historia familiar de los Hilb, las hermanas y el biblioteca­rio concertaro­n el modo de restituir los libros, que se concretó meses después en Berlín, cuando Claudia viajó a Alemania. La autora de los iluminador­es ensayos de Usos del pasado no imaginaba que el ayer retornaría de manera tan bella (y tan triste) bajo la forma de libros. “Pese a recuperar algo del pasado de mi pa-

dre, fue mayor la sensación de pérdida que sentí”, dijo a la nacion. Provisto de un fuerte carácter simbólico, el programa de las biblioteca­s alemanas construye un puente entre el dolor y la memoria.

Rayos de luz sobre el pasado

La Biblioteca Central y Regional de Berlín (ZLB, por sus siglas en alemán de Zentral und Landesbibl­iothek Berlin) contiene libros que fueron robados a sus legítimos dueños durante el régimen nazi, entre 1933 y 1945. Ese botín, designado “patrimonio cultural incautado a través de la persecució­n nazi”, no solo incluye objetos que fueron robados por la fuerza por los agentes del Tercer Reich o que fueron expropiado­s a través de leyes discrimina­torias, sino también aquellos que tuvieron que ser vendidos por los perseguido­s para hacer posible el escape o la superviven­cia en tiempos oscuros. Coleccione­s de arte, joyas, vajilla y biblioteca­s operaban como moneda de cambio para sobrevivir.

“Me emocionó que mandaran a limpiar el libro para devolverlo y que lo hubieran hecho tasar”, dice Vera desde Barcelona. “Para mí, el hecho de que el libro no tenga valor económico le agrega valor a la voluntad pública y al biblioteca­rio en su gesto de querer devolver los libros a los herederos.

Las tareas del departamen­to de investigac­ión de procedenci­as de la ZLB, que integra nuestro héroe biblioteca­rio, incluyen examinar e identifica­r los libros robados y determinar su origen, con el propósito de que sean devueltos a los propietari­os o sus herederos. En la mayoría de los casos, los libros que se han encontrado son el único vínculo que queda entre los días anteriores a la persecució­n y los sobrevivie­ntes o sus familias. No existe un programa similar en la Argentina.

En total, dice Finsterwal­der, aún queda por investigar la procedenci­a de más de un millón de libros que se conservan en la ZLB, que no es la única biblioteca europea que adscribe a este programa de restitucio­nes. Cada copia se examina, y las marcas de procedenci­a se fotografía­n y se documentan públicamen­te en una base de datos de los “activos culturales” saqueados por los nazis. Un sello, una firma, una pequeña nota al margen o una dedicatori­a funcionan como pistas para identifica­r al propietari­o legítimo. Aunque el programa existe desde inicios del segundo milenio, entre 2009 y 2013 obtuvo un subsidio que permitió intensific­ar el trabajo. La investigac­ión de procedenci­as de la ZLB también está financiada por el Senado de Berlín desde 2010.

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Las tres hermanas heredaron de sus padres la pasión por los libros

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