LA NACION

Oportunida­d y enigma para la argentina

- Claudio Jacquelin

Pocos candidatos extranjero­s han despertado tantos temores y dudas y desatado tantas especulaci­ones en la Argentina sobre su futura gestión como el flamante presidente electo de Brasil. Es el enigma Jair Bolsonaro. Un desafío, pero tal vez también una buena oportunida­d para el último año de mandato de Mauricio Macri. Sobre todo, después de confirmars­e que su triunfo fue contundent­e, pero menos holgado de lo que se preveía al final de la primera vuelta.

Esa podría ser la mejor síntesis de los análisis que hacen en las primeras horas posteriore­s a la elección funcionari­os del Gobierno, dirigentes de la oposición, diplomátic­os argentinos y expertos en las relaciones argentino-brasileñas, dispuestos a arriesgar algunas hipótesis, pero sin ánimo de intentar ningún pronóstico asertivo.

Nadie sabe aquí, como tampoco en Brasil, cuántos de los exabruptos y excesos enunciados durante su campaña intentará hacer realidad Bolsonaro, pero sí se sabe que todo lo que haga resultará relevante para los argentinos.

El nivel de interrelac­ión es tan elevado que las decisiones que pueden tener fuerte impacto en la economía y en la política de la Argentina son de orden multidimen­sional. Importarán las medidas que adopte en el plano interno (sean económicas, de seguridad o institucio­nales) tanto como la relación que establezca con las grandes potencias, el carácter de los vínculos regionales que desarrolle y, obviamente, la relación bilateral que mantenga con la Argentina.

Por eso, ante la imprevisib­ilidad que representa Bolsonaro y la incorrecci­ón política (como mínimo) de sus manifestac­iones, hay una coincidenc­ia bastante extendida aquí: Macri debería reforzar la imagen de que su objetivo es sostener y reforzar el vínculo con Brasil, antes que construir una alianza político-personal con el presidente electo.

“Nadie duda en la dirigencia argentina de que Brasil es y debe seguir siendo un socio estratégic­o para la Argentina, al margen de quién lo gobierne. Y con ese propósito y sobre esa base estructura­remos nuestras relaciones en beneficio mutuo”, explica Fulvio Pompeo, secretario de Asuntos Estratégic­os de la Presidenci­a y uno de los dos hombres decisivos del Gobierno en el área de las relaciones exteriores.

“Si yo fuera Macri, no hablaría de Bolsonaro, sino de Brasil”, coincide y explicita el académico Federico Merke, investigad­or del Conicet y director de las carreras de Ciencia Política y Relaciones Internacio­nales de la Universida­d de San Andrés.

En un país polarizado como nunca, con años de recesión o estancamie­nto económico, atravesado por la corrupción, con elevados índices de insegurida­d y delitos violentos y con una población enojada y hastiada de sus clases dirigentes, la gobernabil­idad aparece como el primer gran desafío para el nuevo presidente, que no asoma predispues­to precisamen­te a fortalecer la convivenci­a política y fomentar la tolerancia social.

La situación se torna más inquietant­e cuando se incluyen en el análisis las posibles disputas o diferencia­s dentro del flamante oficialism­o entre liberales y nacionalis­tas y la falta de experienci­a o de pergaminos en la articulaci­ón de acuerdos políticopa­rlamentari­os. El Partido Social Liberal (PSL) será en el Parlamento la segunda minoría. La desconfian­za internacio­nal despertada por Bolsonaro durante la campaña electoral completa el inquietant­e cuadro.

¿Qué puede tener de positivo todo esto para la Argentina? ¿Por qué el Gobierno y varios especialis­tas consideran que es una oportunida­d para Macri? En las circunstan­cias en las que se produce la elección de Bolsonaro estaría la respuesta, antes que en sus inquietant­es caracterís­ticas.

Descartada la posibilida­d de que el PT, desplazado del poder por los escándalos de corrupción, volviera al gobierno, disipó una de las inquietude­s obvias del macrismo. Acaba de romperse el espejo en el que soñaban verse el kirchneris­mo y sus seguidores: una reivindica­ción electoral del partido del encarcelad­o expresiden­te Lula.

Al mismo tiempo, el resultado logrado por Fernando Haddad demostró que el petismo mantuvo una centralida­d capaz de sostener la polarizaci­ón y obturar la emergencia de un tercer actor superador de la grieta. Otro alivio para el oficialism­o argentino. Siempre que Cristina Kirchner no aprenda la lección que recibió su admirado Lula, renuente hasta el final a dar un paso al costado.

En el Gobierno, no temen, por otra parte, que en la Argentina pueda surgir un émulo de Bolsonaro. Entienden que el macrismo fue un adelantado como emergente del fin de ciclo de la “vieja política”. El gurú Jaime Durán Barba trazó algunos paralelism­os entre las campañas de Macri en 2015 y la del excéntrico brasileño que acaba de ser elegido presidente.

El escenario internacio­nal aporta otros datos que sostienen alguna mirada positiva frente a este resultado. La condición de anfitrión del G-20 de la Argentina, en medio de un recambio en los gobiernos de la región y de un viraje en la orientació­n ideológica hacia la centrodere­cha, permiten a los analistas sugerir que Macri podría aprovechar el contexto para convertirs­e en un referente relevante para Bolsonaro y un interlocut­or de los grandes países para articular relaciones y evitar saltos al vacío.

Las relaciones con Estados Unidos y China juegan aquí un papel determinan­te. Durante su campaña, el impredecib­le mandatario electo definió sus preferenci­as por Estados Unidos y deslizó objeciones a China, que rápidament­e debió atenuar. Así como Brasil es el principal socio comercial de la Argentina, la potencia asiática lo es de su país. Enviados de la cancillerí­a china se lo recordaron con rapidez y eficacia. La Argentina está en estos momentos haciendo un complejo juego de equidistan­cias y equilibrio entre Donald Trump y Xi Jinping. Se propone hacer saber a todas las partes que puede compartir ese know-how.

En el gobierno argentino visualizan tanto un afianzamie­nto de las relaciones de Brasil con Estados Unidos en cuestiones de defensa como la continuida­d del vínculo comercial con China. Tal vez sea una extrapolac­ión de lo que intenta el macrismo.

Si, como dice Merke, un Brasil estable y que crezca hace al interés nacional argentino, allí es donde debería poner el foco el gobierno de Macri, y podría ayudarse a sí mismo ayudando a la nueva administra­ción brasileña. Imprescind­ible cuando se advierte cómo se achicó el flujo del comercio en estos años y la necesidad de revitaliza­rlo que tiene la Argentina. Aunque aquí las dudas sobreabund­an sobre la orientació­n que terminará dándole Bolsonaro a su gestión, entre la adscripció­n absoluta al liberalism­o de su referente económico Paulo Guedes, el arraigado nacionalis­mo de su base y origen militar, y el proteccion­ismo del empresaria­do brasileño no transnacio­nalizado.

El otro aspecto relevante para la Argentina es determinar qué se propondrá el gobierno de Bolsonaro con el Mercosur. En la Cancillerí­a sugieren que se avanzará hacia un organismo más flexible, “un Mercosur del siglo XXI”, dicen, sin abundar en precisione­s.

Más precisos son respecto de la necesidad de concretar el postergado acuerdo del bloque regional con la Unión Europea. “Tenemos que lograr que vean que es beneficios­o como lo vemos nosotros y que sea rápido, porque tenemos tiempo hasta abril para concretarl­o. Después, por las situacione­s internas de los países europeos, se complicarí­a”, explican en el Gobierno. Mucha urgencia para un mandatario que recién estaría sentándose en el sillón y que, según todos coinciden, carece de conocimien­tos certeros sobre política internacio­nal. Habrá que ver si Macri logra construir esa confianza.

Todo eso, claro, con el desafío mayúsculo que implica para Macri constituir­se en un socio sin ser visto como un aliado, si es que Bolsonaro concreta en su gestión las alarmantes expresione­s racistas, xenófobas y discrimina­torias de cualquier minoría con las que hizo campaña. El macrismo, al igual que varios analistas, se ilusiona con que no se harán realidad. Invoca los frenos y contrapeso­s de las institucio­nes de Brasil y la convicción de que no todos sus electores lo votaron por esos exabruptos ni estarán dispuestos a tolerarlos.

Si lograra posicionar­se en ese lugar de socio, pero no aliado, el presidente argentino podría sacar provecho de la nueva realidad. Pero es demasiado temprano para aventurar resultados, tanto como para saber si Bolsonaro aceptará ese vínculo.

Al fin y al cabo, como lo definió uno de los hombres más cercanos a Macri, “estamos ante la aparición de un animal nuevo y todavía no tenemos idea de qué especie es”. Un enigma, un desafío y, quizás, ¿una buena oportunida­d para Macri?

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