Los desafíos son gigantes
el “tsunami” Jair Bolsonaro arrasó Brasil, pero cuando las olas de festejos se retraigan dejarán al descubierto enormes desafíos económicos, políticos y sociales para el próximo presidente del mayor país de América Latina. Montado en una agenda neoliberal en lo económico y conservadora en lo político y social, el exmilitar deberá actuar rápido.
No será fácil para Bolsonaro para cumplir sus promesas de crecimiento y generación de empleos, combate contra la corrupción y la criminalidad, y su compromiso de rescatar los valores tradicionales. Con su voto, la mayoría de los brasileños expresó su hartazgo con la “vieja clase política” manchada por los escándalos de sobornos que reveló estos últimos cuatro años la operación Lava Jato y que se mostró ineficiente para recuperar el país después de la peor recesión de su historia. Quieren un cambio urgente y están dispuestos a afrontar los riesgos que representan Bolsonaro y su equipo, pero el nuevo gobierno no disfrutará de una larga “luna de miel”. La sociedad pretende resultados rápidos, si no, como ya lo hizo con Fernando Collor de Mello en 1992 y con Dilma Rousseff en 2016, le exigirá la salida.
“El primer reto que tendrá Bolsonaro para poner la casa en orden será llevar adelante un ajuste fiscal; la situación de las cuentas públicas es grave y para garantizar un crecimiento económico sostenido tendrá que hacer una reforma previsional, ya que las jubilaciones y pensiones se llevan una creciente parte de los gastos”, señaló a la nacion el analista Jairo Pimentel, profesor de la Fundación Getulio Vargas en San Pablo.
Para el académico, si esta reforma, acompañada también por una modificación del sistema tributario, es eficiente, los inversores internacionales volverán a confiar en Brasil, se crearán más puestos de trabajo y la economía se expandirá. En cambio, si la reforma es tímida, los mercados externos darán la espalda al país y la economía continuará patinando como hasta ahora; eso llevaría a una caída en la aprobación del nuevo presidente, con riesgosas consecuencias.
“Bolsonaro podrá intentar desviar la atención con una cortina de humo de cuestiones morales, de triunfos en el área de los valores familiares conservadores, pero dilatará un poco una crisis”, advirtió Pimentel.
Las decisiones en el área económica estarán a cargo del reconocido neoliberal Paulo Guedes, un economista formado en la Universidad de Chicago que trabajó en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet. Sus ideas pueden entrar en conflicto rápidamente con el grupo de militares de reserva que también asesoran a Bolsonaro y tienen una visión mucho más nacionalista, estatista e intervencionista.
En el ámbito político, el presidente electo se encuentra hoy –después de importantes avances en el Congreso en la votación de la primera vuelta y las victorias de aliados en las gobernaciones de los estados– en una posición mucho más sólida de la que se esperaba. La expectativa es que consiga fácilmente una mayoría parlamentaria y un fuerte respaldo en los estados. Aun así, la fragmentación en el Congreso –hay ahora 30 partidos representados– y la incorporación de nuevas figuras lo obligarán a negociar y ejercer un liderazgo político abarcador, o enfrentará tensiones que dificultarán la implementación de su agenda.
“Si en el Palacio del Planalto Bolsonaro continúa con su discurso de campaña de rechazo a las fuerzas políticas tradicionales y no actúa con capacidad de estadista, el país danzará al borde del abismo, con la sombra de una crisis institucional constante. Habrá conflictos con el Legislativo y con el Poder Ejecutivo, y hasta se corre el riesgo extremo de una ruptura democrática, con base en sus posturas del pasado en defensa de la dictadura y los autogolpes”, resaltó el profesor de Ciencias Políticas Paulo Calmon, de la Universidad de Brasilia.
Ya en el plano social, el gran desafío que tiene por delante el próximo presidente será superar la alta polarización en la que Brasil está sumergido desde la anterior elección presidencial, en 2014, e incrementada desde el impeachment a Dilma Rousseff. Durante la campaña, Bolsonaro alimentó todo el tiempo la polarización con la izquierda en general y el Partido de los Trabajadores (PT) en particular, llegó a decir que o se van del país o los pondrá en la cárcel, y tuvo posturas de tono amenazante también hacia los activistas defensores de los derechos humanos, del medio ambiente, de los negros y de los indígenas, además de sus promesas de mano dura contra la criminalidad y la liberalización de armas para la defensa propia.
“Son posiciones preocupantes, que pueden llevar a una política de seguridad represiva, a un ambiente más violento, donde también se dañe la libertad de expresión y se recorten los derechos de quienes piensan distinto. El riesgo es que haya una pérdida de la calidad democrática en el país”, subrayó Pimentel.
En este sentido, será clave la actitud que tome la izquierda, que fue dividida a estas elecciones luego de la insistencia del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva en presentar su candidatura presidencial por el PT, finalmente impugnada. El delfín de Lula, el derrotado Fernando Haddad, se perfila como una figura prominente dentro del partido, que mantiene una expresiva fuerza en el Congreso y en los estados, pero su liderazgo en esta nueva izquierda pos-Lula será disputado también por Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT), quien quedó tercero en la primera vuelta electoral y se negó a dar su respaldo explícito a Haddad para el ballottage.
“Con Lula en la cárcel, la izquierda brasileña tiene ahora una ventana de oportunidad para renovarse. Si entre Haddad y Gomes hubiera un entendimiento, se podría realinear, así como lo hizo la izquierda chilena con la Concertación”, señaló Calmon.
Fuente: O Globo / LA NACION