LA NACION

Gran China. Los productore­s denuncian que la cosecha se muere por el riego contaminad­o

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Nadie sabe por qué el pueblo se llama así, Gran China, pero la leyenda cuenta que es en honor a una mujer (china, como se les dice en el campo) muy linda. Lo cierto es que consiste en un grupo de ranchos de adobe que se desparrama­n por la calle principal.

Allí viven 848 personas, en su gran mayoría campesinos, que dependen de la cría de animales y de la agricultur­a. Se estima que son 120 familias. En los últimos cuatro años, denuncian que disminuyó notablemen­te la cantidad y la calidad de la cosecha, producto de la contaminac­ión del agua.

“Siembro sandía y melón y este año se me han secado las plantas antes de cosecharla­s. Se empiezan a poner amarillas por fuera, pero por dentro están secas. Para mí, es el agua, que se echó a perder con la minería”, explica José Carlos Cepeda en la puerta de su casa. A modo de prueba, trae un melón pequeño y lo parte al medio. ¿Ves? Tiene olor a zapallo”, agrega.

Esto mismo les sucede con la lechuga, la cebolla, el membrillo y el tomate. Los vecinos coinciden en que la producción está en decadencia.

Antes, el problema del agua era la falta. “Cada dos por tres se corta, o por la bomba o por un tablero electrónic­o, nos quedamos sin agua. Los gobiernos hacen mal las conexiones, la última es más o menos como tendría que ser”, cuenta Cepeda. Pero ahora, están preocupado­s por la calidad y las consecuenc­ias que eso puede tener en la producción.

Con la agricultur­a en su mínima expresión de subsistenc­ia, las familias de Gran China no tienen fuentes de trabajo alternativ­as. Además, dependen de las inclemenci­as del clima. “La cebolla de Jáchal era la mejor de la Argentina. El productor chico ha perdido toda su riqueza en plantar cebolla porque no la puede vender. Los pequeños productore­s fueron fundiendo su capital. Y ya no pueden ni arrancar con la producción”, dice Cepeda.

Entonces las personas viven de los planes sociales, o se van a ciudades más grandes. “Acá el problema es que no hay trabajo. Y las mineras tampoco emplean mucha gente”, explica Faustino Esquivel, integrante de la Asamblea Jáchal No se Toca.

En el pueblo se escuchan muchos cuentos de personas que se murieron de cáncer, especialme­nte de estómago, a causa de la minería. Y la duda queda instalada en el aire y en cada conversaci­ón. Cepeda dice que conoce algunos casos, pero no puede dar nombres concretos. “Nosotros tomamos el agua que hay. A nuestra edad ya estamos curados de espanto. El problema son los chicos”, dice.

Emigrar, la única salida

Además del agua, Gran China tiene otros inconvenie­ntes que limitan la calidad de vida de su gente. Las calles son de barro y esperan el asfalto que les prometió el intendente, el pueblo se inunda cuando llueve, usan gas en garrafa, y todavía hay muchas viviendas con letrinas. Igualmente, lo que más los angustia es no poder llegar a fin de mes.

En este punto, Cepeda se muestra muy preocupado por el futuro de sus hijos. Tienen 13 y 11 años, y van a la escuela del pueblo. El más grande aspira a ser gendarme o policía. “Esa es la salida más accesible con un secundario. Todo lo demás es muy difícil. Nosotros ya estamos hechos, tenemos un sueldo, pero ellos cuando terminen la escuela no sé si van a tener la oportunida­d de tener un trabajo”, dice Cepeda.

A lado viven sus suegros, Juana Tejada (75) y Augusto Mallea (80). A ella se le nubla la mirada cuando habla de sus hijos (quedó una sola), los extraña. “Me hubiera gustado que pudieran quedarse todos más cerca, eso me pone triste. Pero yo los saqué de acá para que fueran a estudiar. Acá no iban a poder hacer nada y yo no los iba a poder ayudar para que ellos fueran alguien”, concluye Tejada.

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Juana Tejada es la encargada de cuidar a los animales

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