LA NACION

El entorno del cementerio de la Chacarita se convirtió en un inesperado circuito runner

Se suman corredores que entrenan de día por los 4,3 km de Newbery, Warnes, Garmendia, Elcano y Guzmán; esperan mejoras en la vía pública para ir también de noche

- Víctor Pombinho Soares

“Para nada me da miedo. Da vitalidad correr alrededor del cementerio”, afirma entre risas la artista plástica Sofía Wiñazki, quien desde el verano se animó a hacer running alrededor del cementerio de la Chacarita. El circuito está conformado por la calle Jorge Newbery y las avenidas Warnes, Garmendia, Elcano y Guzmán. Son 4,3 kilómetros sin interrupci­ones, excepto cuando algún coche fúnebre entra o sale del predio.

Sofía vive a dos cuadras, en el Barrio Parque de los Andes. Antes iba a entrenar al Rosedal con un running team y debía viajar hasta Palermo. “Es más práctico estar cerca de tu casa para salir a correr”, dice Sofía, que al principio no se animaba porque –agrega– “hay partes medio turbias”. Pero cuando arreglaron la vereda en Newbery y sumaron un piso especial, iluminació­n, bebederos, mesas de ping pong, canchas de fútbol-tenis y aparatos de gimnasia, se decidió a concurrir, siempre de día.

Julián Podolsky, director de una empresa de tecnología transnacio­nal, coincide: “Lo veo bien de día; de noche por ahí está medio heavy. Está bueno porque son 4,3 kilómetros continuos; yo arranco en mi casa en Palermo y voy calentando”.

El paisaje es bastante diferente de la zona de los lagos de Palermo. En Jorge Newbery se amontonan autos chocados y quemados secuestrad­os por la Policía de la Ciudad, que tiene su sede central enfrente del paredón del cementerio. Los muros están todos grafitados y algunos cartoneros charlan sobre una vieja bicisenda casi sin uso.

Los runners de Chacarita tienen un estilo propio: no se ve ropa deportiva de marca, los corredores se ejercitan vestidos con un jogging y una remera cualquiera de algodón. “No es el glamour del Rosedal”, se ríe Sofía. Tampoco se ven running teams, apenas algún personal trainer con un par de alumnos. “Es más ciudad, me parece mucho más lindo ver esto”, opina Podolsky.

Unos metros más adelante está el obrador del viaducto del ferrocarri­l San Martín, que será elevado para que no interrumpa el tránsito de autos, colectivos y peatones. Sobre la avenida Warnes, los trabajos están avanzados y hay varias columnas en pie, que le dan a la zona un aspecto todavía más extraño. “Para correr es espectacul­ar, porque estás como en el fin del mundo”, dice Sofía, aunque se queja de que, a veces, los obreros le gritan cosas.

Ilusión

Julián, Sofía y el publicista Nicolás Diodovich, que también corre alrededor del cementerio, coinciden en que lo mejor sería replicar las mejoras que se hicieron en Newbery sobre la avenida Warnes y hacer “un lindo circuito”. La aspiración de los tres runners es que más gente se sume a correr, para así poder entrenar de noche, y se ilusionan con que vayan vecinos de Paternal, Colegiales y Villa Crespo. Los tres aclaran que nunca tuvieron problemas de insegurida­d.

Una ciclista sale del cementerio, aparenteme­nte de paseo, y la pregunta surge obligada: ¿nunca se les ocurrió correr adentro? “Alguna vez pensé en entrar, pero nunca vi a nadie meterse”, detalla Podolsky.

En la avenida Garmendia, el tejido urbano está bastante deteriorad­o, con lavaderos de autos y locales cerrados. Luego, sobre la avenida Elcano, el paisaje vuelve a cambiar: se ve el ferrocarri­l Urquiza y como de la nada surge el nuevo Parque Elcano, que fue construido en terrenos que eran del cementerio. El lugar está lleno de vida, con chicos jugando al fútbol-tenis y gimnastas ejercitánd­ose en las postas aeróbicas. El verde domina el espacio, aunque las enredadera­s en las rejas no alcanzan a tapar los nichos.

Ya sobre la avenida Guzmán se ven los edificios que está construyen­do el gobierno porteño para mudar a los habitantes de la villa Fraga. El olor a flores de los precarios puestos ubicados junto al cementerio invade el ambiente, mientras los runners siguen su rutina. Sofía corre 10 kilómetros tres veces por semana, para lo que debe dar dos vueltas al cementerio y agregar dos al parque.

“Nos cruzamos todo el tiempo con coches fúnebres. Esa es la única interrupci­ón en el recorrido. No me pega bajón, a todos nos va a tocar en algún momento. Depende la relación que tengas con la muerte, a mí no me provoca nada”, afirma Julián mientras elonga después de entrenar.

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Silvana colombo Sobre Elcano, desde el circuito se ven los nichos; a los corredores no les molesta

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