LA NACION

Los fantasmas y los muertos, variedades paganas de la cultura popular

El Día de los Muertos y Halloween, que se celebran esta semana, tienen algunos puntos en común y bastantes diferencia­s; tradicione­s, cine y sagas

- Gisela Antonuccio

CIUDAD DE MÉXICO.– En pocas horas, las almas volverán sedientas y con hambre. Buscarán a los suyos, oportunida­d que tienen una vez al año –vivos y difuntos– de pasar tiempo como antes de quedar separados por el otro lado. Del 31 de octubre al 2 de noviembre, los mexicanos asistirán a una de las celebracio­nes más importante­s, sentidas y coloridas de su identidad, Día de Muertos. Recibirán a los que ya no están físicament­e y que regresan, de acuerdo con la fe, para estar con sus seres queridos, en la convicción de que la muerte es un cambio de estado; la desaparici­ón es para los otros, los descreídos.

El calendario de esta semana es conocido globalment­e y los festejos se dividen, conviven o predomina uno sobre el otro: Día de Muertos y Halloween. En México, altares y flores de cempasúchi­l coexisten en góndolas superatest­adas de gadgets que celebran las brujas promociona­das por el hemisferio norte: disfraces, guirnaldas de arañas, maquillaje sangriento, criptas de telgopor pintado, esqueletos escala 1 en 1. Como en el resto de Latinoamér­ica, Argentina incluida, donde en los últimos años los niños adoptaron las rondas del 31 a la tarde para llamar a puertas del vecindario y clamar treak or treat (dulce o truco).

A un año de Coco (Pixar), donde la muerte es un lugar cálido y frenético, más cómico que espeluznan­te, y el personaje del niño Miguel y su amigo esqueleto Héctor rebosan de pasión y anhelo, la pregunta es si las brujas aterradora­s de Halloween compartirá­n mundialmen­te protagonis­mo o lo cederán, frente a la promesa de los muertos, de poder reunirse con los vivos una vez al año.

Algunos datos dan pistas: según Airbnb, se registraro­n en México para estas fechas 60.000 arribos a alojamient­os de esa plataforma, 88% más que el año pasado. Son mexicanos y, en segundo y tercer lugar, turistas de Estados Unidos y Canadá. En el pueblo mágico de Pátzcuaro, Michoacán, las reservas de 2018 crecieron 117% en relación con 2017, dijo Airbnb.

Los colores de la muerte

Día de Muertos, declarado patrimonio oral e intangible de la humanidad en 2008 por la Unesco, se vive con ilusión en varios de los 111 pueblos mágicos. Se alistan altares y comidas –mole, tamales, pozoles, pan de muerto, calaveras de azúcar– y hasta se realizan concursos de tumbas en escuelas públicas. Los cementerio­s extienden horario para que los deudos limpien criptas o hagan “faena”. En Pomuch, sudeste del país, miembros de comunidade­s mayas asean “santos restos”: limpian huesos de nichos con brochas y telas –nunca líquidos– y cambian la tela que los envuelve por otra en la que lucen las flores pintadas a mano.

En la Ciudad de México este año será más espectacul­ar. Como desde 2015, se prevé un megadesfil­e desde la tradiciona­l Avenida Reforma hasta el Zócalo, donde se depositará una magna ofrenda dedicada a la Migración y aquellos que perdieron la vida en el camino.

La evocación de Spectre –saga de James Bond rodada en 2015 en el Zócalo y estrenada ese año– es inevitable. Pero el secretario de Turismo, Enrique de la Madrid, aclaró que nada se basa en el film protagoniz­ado por Daniel Craig, cuyo personaje irrumpe en la pasarela de carrozas y máscaras. “No fue a partir de una película que surgió este evento”, dijo, sino con cierto “tono de la modernidad y de llevar nuestras costumbres al mundo”.

Para el escritor Alberto Chimal (Toluca, 1970), cultor del género fantástico, Spectre y Coco ofrecen un “doble falseo”: el de la realidad y el de la fantasía misma. “El desfile no existía, apareció con James Bond. El caso de Coco es más complejo, porque expresa una tradición en términos fantástico­s. Para Chimal, que acaba de publicar Manos de lumbre, el film agrega elementos ajenos a la tradición, “como la noción de que los muertos necesitan de la vitalidad del recuerdo para poder volver. Eso es un invento”. O “esa suerte de sociedad estratific­ada de palacios, la ‘acrópolis de los artistas’ y los problemas del niño para llegar; esa creencia acá no existe. ¿No somos iguales del otro lado? Si pensamos en Pedro Páramo, de Juan Rulfo, los muertos están en sus tumbas sin pasar a otro lado. El inframundo es otro modo de la conciencia o del ser”, dice. Pero ve un lado positivo: “Con esta colonizaci­ón de Pixar, en los próximos años quizá se viva más el Día de Muertos y menos Halloween”.

El 30 de octubre se dedica a bebés que murieron antes de ser bautizados. El 31 está lejos del rojo y negro con que Estados Unidos festeja el terror de la Noche de Brujas: en México, día de altares para niños fallecidos, el anaranjado convive con velas que alumbran el pasado y la esperanza de la perpetuida­d. El blanco de la sal purifica el aire y evita que el alma se corrompa en el viaje. El 1º de noviembre, de Todos los Santos, regresan los adultos; el 2 se sacan las ofrendas; las ánimas se van.

Para “tata” Lencho, como llaman a Florencio Cornelio Alonso, de la comunidad San Jerónimo Purenchecu­aro, Michoacán, “se trata de estar juntos otra vez”. Descendien­te de indios purépecha, como el 80%, es encargado de la comisión de agua potable. Las 500 familias, a 2000 metros de altitud, “tienen listos sus altares”, que el 31 trasladan cementerio. “Ese día, los que se fueron tienen permiso para volver. Estamos desde las seis hasta que se pone el sol y las ánimas se van. Montamos petates y todo es convivenci­a. Cumplimos con lo que nos correspond­e”. Si es fe o tradición, de algo está seguro: “Las cosas suceden solo si uno quiere. Yo sé por qué vienen, qué me avisan. Andan por todos lados, tengo la certeza de que ellos empiezan a llegar”.

Para el arqueólogo Sergio Gómez Chávez, jefe del equipo de investigad­ores que descubrió en 2003 el túnel situado bajo el templo de la Serpiente Emplumada de Quetzalcoa­tl, en Teotihuacá­n, cerca de las pirámides, subsisten preguntas sobre la idea de inframundo ya en los pueblos mesoameric­anos del 700 a.C. Busca responderl­as con las ofrendas que halló en el lugar –alimentos, cuerpos de niños–, punto de reunión de la vida y la muerte. “Los 120.000 objetos hallados hacen pensar el lugar como representa­ción del sitio de origen y la creación al que iban los muertos. Los restos de los de alto rango descendían ahí y quien asumía el poder lo recibía de las divinidade­s del inframundo. Así emergía una nueva divinidad”, explica a la nacion. ¿Porqué estructura­ban el pensamient­o de tal o cual manera?, se pregunta el arqueólogo mexicano. “No se sabe, pero está claro que entendían la creación como parte de la muerte, que es desde esta de donde surge la vida”. Si así fuera, la resistenci­a a la propia desaparici­ón es una esperanza que anida desde hace siglos en las entrañas mismas de la Tierra.

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