LA NACION

Los secretos de “Madame Canapé”

- Hugo Beccacece —para La NaCIoN—

Ella sabía que una parte del ambiente cultural y periodísti­co porteño la había apodado con afecto e ironía “Madame Canapé”. pero nadie piense en el retrato de Madame récamier, por David, donde se ve a esa dama recostada en un lánguido lit de repos, sino en las pequeñas porciones de pan cortadas en forma de figuras geométrica­s que sostienen algún bocado apetitoso, tan populares en los cócteles.

El verdadero nombre de Mme. Canapé era Olga Costa Viva, uno de los personajes más complejos, ricos y contradict­orios del mundo intelectua­l porteño. Casi en secreto, la palabra clave de estas líneas, Olga murió el pasado 2 de abril en su departamen­to de pueyrredón y Santa Fe. Le faltaba un mes para cumplir 90 años. Había trabajado en la editorial Losada y en periodismo. En su período de fulgor, frecuentab­a cócteles, presentaci­ones de libros, premières de ópera en el Colón, estrenos de cine… Se multiplica­ba para estar en todos lados. Era delgada, alta y elegante, pero no hermosa en un sentido clásico. Llegaba a ser irresistib­le, con tiempo. La mayoría de sus colegas ignoraban que se había doctorado en Alemania en Filosofía con una tesis sobre el poeta pedro Salinas. pero había un secreto mucho más sorprenden­te: Martin Heidegger, quizás el filósofo más importante del siglo XX, se había enamorado de Olga en 1961 en la Selva Negra. Heidegger estaba casado con Elfriede petri desde 1917. Olga, por su parte, se había separado de su primer marido y acababa de conocer en Madrid, en una librería, vestido con hábito talar porque era sacerdote, al que sería su compañero definitivo, su gran amor, el apuesto y culto mexicano Ignacio Soriano Domínguez: fue una pasión a primera vista. Él ni siquiera hizo una renuncia formal a su estado eclesiásti­co; simplement­e se escapó del convento con su amada.

El primer encuentro de Heidegger y Olga se produjo porque ella trabajaba como intérprete y, en esa calidad, acompañó al escritor Félix Della paolera a una entrevista con el filósofo. Hay una foto de ese hecho. Heidegger tenía 71 años; Olga, 43. La imagen muestra la mirada pícara y penetrante que el vivaz “anciano” le dirige a ella.

El miércoles 15 de diciembre de 2004, en Sotheby’s de parís, Olga puso en venta las cartas que Martin le había dirigido. Solo se revelaron algunas frases del filósofo. Un ejemplo de junio de 1961: “Desde la hora solemne de ayer, desde que usted me confió su alma para guardarla secretamen­te, desde que descubrí plenamente su belleza disimulada y que un amor hasta la muerte se despertó, un amor que no puede ni debe encontrar respuesta, desde entonces no sé cómo llamarla”. Más adelante: “Mi entero espacio rebosa de tu presencia”. En otra misiva, hay un poema dedicado a ella: Neigung (Inclinació­n). Baste una línea: “El terciopelo oscuro de tu mirada me arrastra a los abismos de tu dulce ardor”.

Él, admirador de la poesía de García Lorca, en uno de los encuentros con la argentina, quiso que ella le explicara la palabra “duende”. Terminaron hablando del flamenco. Ella había estudiado flamenco en Madrid y Martin le pidió que le describier­a esa danza. “por respuesta –cuenta Olga en sus memorias–, le bailé por seguiriyas, que él obser vó asombrado y absorto”. Uno se imagina cómo…

Afortunada­mente, ella, antes de morir, dejó sus memorias, inéditos y fotografía­s a la Biblioteca Nacional. Fue el novelista Leopoldo Brizuela, encargado por Alberto Manguel, el exdirector de la institució­n, de rastrear archivos y manuscrito­s de escritores quien, por medio de la apoderada de Costa Viva, la eficaz Ángeles Cibiriain, logró que se realizara la donación.

Olga e Ignacio habían vivido veranos felices en Mar del plata. Se bañaban en la playa del Yacht Club. El otoño pasado, Ángeles esparció las cenizas de Olga en esas aguas donde, años antes, había esparcido las de Ignacio.

El primer encuentro de Heidegger y Olga se produjo porque ella trabajaba como intérprete

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