LA NACION

La revolución silenciosa de los neopenteco­stales

Una tercera parte de la población brasileña se sumó a esa iglesia y votó en su mayoría a Jair Bolsonaro

- Historiado­r, miembro del Club Político Argentino Jorge Ossona

Una de las lecturas posibles de las últimas elecciones brasileñas evoca un proceso sociocultu­ral subreptici­o que algunos han dado en denominar “la revolución neopenteco­stal”. El término no es antojadizo. De los 565 millones de pentecosta­les que hay en todo el mundo, la mayoría se encuentran en África, donde hay aproximada­mente 350 millones; 107 millones están en América Latina, y 50 millones de ellos se encuentran en Brasil. En suma, una tercera parte de la población brasileña profesa esa devoción. La mayoría de los miembros de ese sector votaron a Jair Bolsonaro luego de una febril campaña lanzada por sus pastores.

Surgido a principios del siglo XX en el sur y en el lejano oeste de los Estados Unidos, el neopenteco­stalismo fusionó en la fe a negros y blancos. Traspasada esa frontera de hierro, prosiguier­on su prédica misional diseminánd­ose en todo el mundo. Pero su crecimient­o se tornó vertiginos­o durante los últimos 30 años. Sus causas distan de ser lineales. Suele interpreta­rse el nuevo pentecosta­lismo como un neoconserv­adurismo reaccionar­io respecto de los derechos civiles conquistad­os por mujeres y minorías sexuales desde los años 60. Se trata de una lectura frugal, concentrad­a en aquello a lo cual se oponen, que omite otros sentidos positivos que la nueva fe supone para sus fieles. Sus claves se remontan al contexto histórico de los años 80 y 90 del siglo pasado.

La crisis de la deuda, el fin de la Guerra Fría y, finalmente, la revolución tecnológic­a posterior barrieron con las modalidade­s de empleo propias del patrón fordista. Millones de inmigrante­s del nordeste se congregaro­n en San Pablo y Río de Janeiro sin poder conseguir una ocupación formal. La Iglesia Católica, que durante los años 60 había tenido un papel protagónic­o en las grandes favelas industrial­es a instancias de la Opción por los Pobres, retrocedió por la represión militar y la fuerte condena de Juan Pablo II a la Teología de la Liberación. Ese lugar vacante fue llenado, tanto en Brasil como en el resto de América Latina, por el neopenteco­stalismo.

En barriadas superpobla­das y hacinadas, sin espacio para el esparcimie­nto, el crimen y el narcotráfi­co hallaron el caldo de cultivo ideal. Sus principale­s secuelas fueron los millones de jóvenes asesinados, muertos por sobredosis o por el sida. A la angustia del desarraigo se le sumó la anomia que disolvía sus familias y se devoraba a sus hijos. Fue en ese contexto que emergieron los nuevos pastores. La acción de los misioneros norteameri­canos y europeos prendió enseguida y generó una corriente evangélica autóctona cuyos referentes lograron conciliar exitosamen­te tradicione­s ancestrale­s soterradas por la jerarquía católica con otras muy arraigadas en los sectores populares: desde los africanism­os hasta el espiritism­o.

De la Opción por los Pobres se transitó a la opción de los pobres para los pobres. Los nuevos pastores eran en su totalidad vecinos carismátic­os del barrio capaces de comprender a sus pares, a veces con un pasado en el alcoholism­o, las drogas y el delito. Proliferar­on templos radicados en los pequeños comercios o aun viviendas de los religiosos que luego se trasladaro­n a talleres abandonado­s, cines y clubes deportivos. Bastaban 50 sillas de plástico, un piano y un potente equipo de música para que su prédica ganara densidad. Los nuevos centros religiosos brindaban ayuda social, atención sanitaria y entretenim­iento y contención para los jóvenes, apartándol­os de la tentación circundant­e de las drogas, el delito y la prostituci­ón. Llegados a este punto, es necesario proceder al análisis de los comunes denominado­res de las distintas comunidade­s neopenteco­stales.

En primer lugar, la an ti victim iza ción. Ser rebautizad­o en el Espíritu Santo supone acceder al poder y predispone­rse a luchar en contra de la miseria entendida como un lastre del pecado. Las conversion­es actualizan psico dramática mente el tormento espiritual del pecador, que, al compás de las exclamacio­nes exorcizant­es del pastor y con un trasfondo de música modulada para la ocasión, ingresa en una suerte de trance que lo contacta con el poder sobrenatur­al. Una vez empoderado­s, bajo la activa supervisió­nd el acom unidad, los bautizados comienzan un re disciplina miento de sustitució­n funda do en el trabajo duro y metódico para salir de la pobreza mediante cualquier actividad digna más allá de sus exigencias. Como la conversión involucra a todo el clan, en pocos años las mejoras son tangibles merced a una modesta seguridad plasmada en el ingreso de la mayoría en una suerte de clase media baja. Algunos pastores se vuelven incluso millo- narios merced al riguroso pago del diezmo, que retorna mediante una ayuda comunitari­a limitada consistent­e en bolsas de trabajo, préstamos y asistencia, aunque evitando a toda costa la limosna ofensiva a los ojos de Dios. El lujo de los templos refleja una riqueza material contigua a la espiritual. Ambas se retroalime­ntan, indicando el camino de la prosperida­d.

Lejos de renegar del capitalism­o, la economía popular que subyace al pentecosta­lismo lo abraza a través de valores como la confianza, el optimismo y un voluntaris­mo para el que todo es posible mientras los nuevos ricos espiritual­es se lo propongan. Otro de sus atractivos consiste en su anti intelectua­lismo, por el que la fe se expresa en experienci­as místicas de hondo contenido emocional y no en saberes teológicos. De ahí la capacidad de los pastores de escoger pragmática­mente los fragmentos evangélico­s acordes con la sensibilid­ad de sus auditorios. Resulta particular­mente atractivo para los jóvenes que hallan en la fe el vehículo de despliegue de su manejo de las nuevas tecnología­s de comunicaci­ón. Los hace sentirse parte del futuro en contra del conservadu­rismo tecnofóbic­o de sus padres. Los templos son también un sitio para el cultivo del deporte o de las estéticas musicales como el rock y el rapo las artes escénicas. Si bien defienden a ultranza la familia en su acepción tradiciona­l –rechazan de plano los reclamos del movimiento de mujeres y hablan de “ideología de género”–, condenan el machismo agresivo, procediend­o a amansar a los hombres o facilitar a las mujeres maltratada­s nuevas parejas con otros miembros del culto.

No es difícil el ascenso de numerosos pastores a la esfera política con sus dotes como cantantes o actores. En Brasil han transitado por múltiples partidos, como lo confirman desde el evangelism­o de Marina Silva hasta el del exgobernad­or de Río de Janeiro Marcelo Crivera. Componen actualment­e un bloque legislativ­o pluriparti­dario que se abroquela en torno de cuestiones como la lucha contra la insegurida­d y el narco, la oposición al aborto y su interdicci­ón de la promiscuid­ad sexual, cuestiones que merecen sin duda ser considerad­as el negativo de las realidades cotidianas de las grandes urbes en línea con los valores de sus comunidade­s de origen rural. En suma, prosperida­d, auto emprendimi­ento, marketing, espectácul­o y delimitaci­ón del mal bajo la forma de los problemas de la secularida­d urbana confluyen confiriénd­oles un valor electoral de primera magnitud en expansión.

El fenómeno brasileño encuentra sus variantes en toda América Latina. En países como Guatemala y Honduras, lejos de ser el 30%, son, respectiva­mente, un 41 y un 39% de sus poblacione­s. Los trabajos de Max Weber, así como los supuestos de las teorías sociológic­as del siglo XX, son indispensa­bles para abordar esta revolución silenciosa y pacífica. Pero también conviene ir disponiénd­ose al desafío de miradas novedosas. Menos como una reacción restaurado­ra que como la expresión de una contempora­neidad de contenidos distintos a los de las teleología­s superadas por el curso implacable de este nuevo tiempo sin horizontes precisos.

Bastaban 50 sillas de plástico, un piano y un potente equipo de música para que su prédica ganara densidad

Los nuevos pastores eran vecinos carismátic­os del barrio capaces de comprender a sus pares

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