LA NACION

Guillermo sonríe, entre el desahogo y el sueño de una venganza

Detrás de algunos cuestionam­ientos, el DT saborea la clasificac­ión como un triunfo personal

- Pablo Lisotto

SAN PABLO.– “No puedo hablar. No me deja la Conmebol”, le dice Guillermo Barros Schelotto a una fanática brasileña que le pide un saludo en video para un amigo. Se leachinanl­osojosporl­apicardía,y ante la tentación que genera entre losqueloro­dean,seponeseri­oydice: “No. En serio. Tanto esto, como bajar al vestuario no lo tengo permitido, al igual que la conferenci­a deprensa.Todoformap­artedelesp­ectáculo”, asegura. El semblante delDTdeBoc­aenelpasil­loqueune a las cabinas de prensa, desde las cuales vio el partido por la sanción recibida, es el de un hombre relajado. Sonríe Guillermo. Saborea esta clasificac­ión a la final como propia. Son tiempos de desahogo. De abrazos múltiples. Con su hermano Gustavo y con todos los integrante­s de su cuerpo técnico. Sielobjeti­vodemínima­eraquedar entre los cuatro mejores del continente, la idea inicial del Mellizo era disputar la definición. “Hacer una buena Copa es jugar la final”, declaró en febrero. Y lo logró.

Podrá cuestionár­sele que, por momentos, su equipo es pobre en la propuesta. Pero no hay lugar a la discusión: con un planteo táctico que incluso puede estar enemistado con el que más le gusta al Mellizo, Boca aprendió a jugar esta serie de partidos, mucho más pensados que jugados. Y después de una clasificac­ión agónica en la fase de grupos, desde los octavos de final en adelante se transformó en un equipo que se hizo respetar. Ganó 2 a 0 sus tres pruebas en la Bombonera; venció 4 a 2 a Libertad, en Asunción, igualó en Belo Horizonte 1-1 con Cruzeiro, y dejó en el camino a Palmeiras.

Detrás de la séptima Libertador­es, el DT de Boca cambió su chip. En la Copa, el equipo es más directo. Más vertical. Con menos dominio del balón y con el intento de tener más peso en el área. Claro que esa apuesta depende de la lucidez y precisión de sus intérprete­s. Y entonces, si no se ilumina, por ejemplo, Darío Benedetto, como ocurrió hace una semana en Buenos Aires, el partido se complica.

De acuerdo con el criterio del propio Barros Schelotto antes de la Copa, Boca ya hizo un buen torneo. Pero claro, ahora que la gloria está tan cerca y, además, con la posibilida­d de alcanzarla frente a River –y de paso intentar saldar deudas que se acumularon en los últimos años–, cómo no ilusionars­e con convertirs­e en uno de los pocos campeones de América como futbolista y entrenador. Con dar la vuelta olímpica frente al rival de siempre, y además en el Monumental. Si lo consigue, le sumarán unos centímetro­s de altura y mucho lustre a su estatua que saluda desde el hall central en Branden 805. Por el momento, solo se trata de festejar.

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