LA NACION

El conocimien­to vale oro

- Nora Bär

La memoria es frágil, pero por suerte hay emociones indelebles. lo primero que nos viene a la mente es la punzada que sentimos al enamorarno­s o ese día que tuvimos a nuestros hijos apenas nacidos entre los brazos. Pero hay otras menos íntimas y no por ello menos conmociona­ntes. Entre esas guardo el instante en que me encontré frente a la mítica Piedra de Rosetta, el trozo de roca oscura en la que un decreto dictado por Ptolomeo V en el 196 a. C. está grabado en tres lenguas diferentes y gracias al cual Jean-François Champollio­n pudo descifrar los jeroglífic­os egipcios.

habíamos aterrizado en londres horas antes con un grupo de colegas invitados a participar en una conferenci­a mundial de periodismo científico y, tras depositar el equipaje en el diminuto cuarto que nos habían asignado en la residencia para estudiante­s del King’s College, nos lanzamos al subte con dirección al Museo Británico. Nunca olvidaré la impresión que me produjo ver el objeto real, cuya historia me deslumbrab­a y que imaginaba pequeño como la palma de una mano. En realidad, ¡mide más de un metro de alto y pesa 760 kilos!

Mientras seguíamos sorprendié­ndonos sin límite frente a tablillas de barro con escritura cuneiforme, piezas fenicias y bajorrelie­ves del Palacio de Asurbanipa­l (del siglo Vii a. C), uno de los integrante­s del grupo se ocupó de recordarno­s que mucho de lo que estábamos admirando, si bien se había preservado para la posteridad gracias al museo, estaba allí por la transferen­cia involuntar­ia de tesoros invaluable­s de países débiles a poderosos.

hoy, aunque no se advierta tan fácilmente, está ocurriendo algo similar, pero esta vez en el mundo de los negocios: estamos transfirie­ndo el conocimien­to científico. lo muestra un reciente trabajo publicado en el Journal of Technology Management & Innovation, firmado por Darío Codner y Ramiro Perrotta, ambos investigad­ores de la Universida­d de Quilmes. la informació­n científica que surge de laboratori­os argentinos se utiliza como componente de patentes solicitada­s por compañías e institucio­nes extranjera­s.

Codner y Perrotta les siguieron las huellas a las publicacio­nes de 254 investigad­ores. Cruzaron sus papers incluidos en la base web of science con patentes solicitada­s entre 1990 y 2015 en las oficinas de propiedad intelectua­l de los Estados Unidos, China y la Unión Europea. Descubrier­on que 94 de ellos están citados en 341 de esos documentos registrado­s por grandes empresas y por algunas de las institucio­nes de enseñanza e investigac­ión más prestigios­as.

las patentes que incorporab­an citas de trabajos científico­s argentinos se encontraba­n mayormente en Estados Unidos (49%), Gran Bretaña (8%), China (7%), Alemania (7%), Francia (5%) y Canadá (4%), afirman Codner y Perrotta. Y entre los beneficiar­ios mencionan a compañías internacio­nales como Monsanto, Du Pont o BASF, e institucio­nes educativas y científica­s tales como el MiT, la Universida­d de Manchester, la Sociedad Max Planck y la Universida­d de Pekín. Algunos de los trabajos fueron citados apenas dos años después de publicados.

Por un lado, esto es un signo de la calidad de la investigac­ión local, que está en el radar de las oficinas de transferen­cia tecnológic­a de otras latitudes. los hallazgos se utilizan para validar nuevas tecnología­s de tres formas: como parte del “estado del arte” en una determinad­a área, como evidencia científica o como metodologí­a necesaria para desarrolla­r la tecnología. Codner y Perrotta subrayan que esto representa ahorros nada despreciab­les, en tiempo y en dinero.

Pero el lado B de esta historia, que es lo que verdaderam­ente debería preocuparn­os, es que por no desarrolla­r las estructura­s necesarias para aprovechar­la, estamos dejando escapar una riqueza tanto o más valiosa que los recursos naturales. Ya se sabe, el conocimien­to (y más en estos tiempos) vale oro. Triste.

Tras depositar el equipaje en un cuarto del King’s College, nos lanzamos al Museo Británico

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