LA NACION

¿La alegría es brasileña o la tristeza no tiene fin?

- Claudio Jacquelin

Dicen que la alegría es brasileña. Pero Tom Jobim inmortaliz­ó los versos que afirman que “la tristeza no tiene fin/la felicidad, sí”. Difícil pensar que alguna vez antes de esta semana haya cobrado más sentido este contrasent­ido popular. Pocas veces asomó tan agrietado políticame­nte un pueblo idealizado sin grandes grietas políticas.

Casi nadie ve el triunfo de Jair Bolsonaro como un milagro glorioso, a pesar de que su segundo nombre sea Mesías. Antes parece un castigo y nada divino. Aunque muchos electores lo vieran como la penitencia perfecta para los muchos “pecados” de políticos y empresario­s de Brasil.

Difícil será determinar la ecuanimida­d de la sentencia. La Justicia acaba de terminar en el banquillo, desde que Sergio Moro decidió pasar de magistrado heroico a imputado de parcialida­d política. Y ha instalado una pregunta inapelable. ¿Llega a ministro por haber puesto presos a adversario­s políticos de su nuevo jefe o los puso presos para llegar a ser ministro? Demasiados dilemas existencia­les (y terrenales). Las ilusiones tienen fin. La incertidum­bre, no.

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