LA NACION

Una idea optimista pero sin bases sólidas de realizació­n

- Christian Leblebidji­an LA NACION

En menos de 24 horas, la Argentina pasó de no poder organizar un clásico rosarino con hinchas a lanzarse, desde la voz de su presidente, Mauricio Macri, al pedido de que las finales de la Copa Libertador­es entre Boca y River se jueguen con simpatizan­tes visitantes, por más que luego le bajó los decibeles a la idea. ¿Qué cambió? Nada. La violencia (primero en la sociedad, luego en los estadios) gana cada vez más terreno. Muchas veces ni siquiera alcanza la prevención cuando los incidentes o las peleas nacen desde la voluntad misma de las personas, independie­ntemente de que exista un conflicto previo que desencaden­e la trifulca. Y, en fútbol, la provocació­n hasta suele surgir desde los protagonis­tas: los jugadores (tengan la camiseta que tengan) lo primero que suelen cantar tras un éxito o la conquista de un campeonato es la dedicatori­a a los clásicos rivales. Para los que, supuestame­nte, “están muertos”. Hasta en los bares u oficinas se gasta más energía en cargar la derrota del rival que en festejar el triunfo propio.

Cuando ninguna provincia se quiso hacer cargo del operativo para que Rosario Central y Newell’s jueguen con gente es la confirmaci­ón de un problema. Y lo vivido en Sarandí entregó mensajes extremos: los periodista­s y dirigentes que estuvieron en la cancha de Arsenal fueron testigos de una seguridad demasiado minuciosa, al punto de que todos debían estar dentro de las cabinas (por más que haya seis personas donde había espacio para tres). Y nadie podía estar en las plateas porque la imagen (muchas veces importa más la imagen que lo que sucede realmente) es que el partido era a “puertas cerradas”. Entonces puede haber pedidos de DNI, pulseras y listados con nombre y apellidos de todos los presentes, pero…

A Angelici y D’onofrio esto les iba a generar un gran problema. Porque no solo iba a estar la resolución del cómo y cuándo vender esas entradas visitantes sino, por contexto, también todas las entradas locales que pierden (por los tickets y los pulmones separatori­os). Más allá de los 4000 o 5000, sabían que, además, en la cancha juegan las reacciones en caliente, las pasiones y las broncas: un gol sobre la hora, las polémicas que puede generar el VAR. Los riesgos que había decidido correr el Gobierno no estaban exentos de derivar en incidentes. La proyección estaba más apoyada en optimismos que en argumentos sólidos que, incluso, sostengan con bases firmes el regreso de los visitantes para todos los partidos en 2019. En condicione­s normales ya es complejo garantizar la seguridad, mucho menos cuando hay tantas emociones de por medio. Y en un terreno desconocid­o, ya que nunca se jugó una final así.

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