LA NACION

“Cantar las cuarenta” y otras frases que dejó el tute cabrero

- Silvia Long-ohni

El tute cabrero, juego de barajas españolas de larga data y origen italiano (tutti, quiere decir “todos” porque gana quien reúne todos los reyes o caballos), habría llegado a España de la mano de soldados de los tantos que, a partir del siglo XV, fueron a hacer la guerra en Italia, se popularizó rápidament­e en la península hispánica y recaló en el Río de la Plata, algo más tardíament­e que otros juegos de naipes (se puede documentar su data alrededor del 1800, pero no antes) y solo en estas orillas cobró la forma de “cabrero”.

Cabe advertir que lo de “solo” no es dato para pasar por alto porque el juego en sí, el “tute”, llegó a casi todos los países latinoamer­icanos pero con denominaci­ones y reglas bastante diferentes: el “cabrero”, en cambio, fue únicamente conocido y jugado en Buenos Aires y en Montevideo, lo mismo en las áreas urbanas que en las campañas, aficionánd­ose a él tanto las clases cultas como el gauchaje y el paisanaje, con algunas diferencia­s obvias en lo que podría llamarse el trato entre los jugadores, sin duda distinto en los salones que en ranchos o almacenes.

Hay otros tutes, el “subastado”, de México, en el que se apuestan sumas fuertes; el “habanero”, de Cuba, que se juega solo entre las tres y media y las cinco de la tarde, cada jugador con su café, su copa de ron y su puro; el “gana-pierde”, de la antigua Nueva Granada, también con acompañami­ento alcohólico pero bien intenso, al punto que gana el que consigue mantenerse en pie; en fin, el “cabrón”, del Perú, en el que el ganador tiene derecho a insultar a los perdedores.

Es de notar que, mientras el truco persistió y está muy saludable, el tute cabrero casi se ha perdido, al punto que, en la actualidad resultaría ciertament­e difícil encontrar compañeros para armar una partida. ¿Y cuáles podrían ser las razones de esta suerte de olvido? En tren de dar respuestas se ha alegado que es un juego difícil, que tiene reglas demasiado complejas, que en él pierden tanto el que ha hecho demasiados puntos como el hizo muy pocos, que para aprenderlo y jugarlo hay que pensar mucho y, sobre todo, que no hay otro como el truco, aparte de que el tute propiciaba feas imprecacio­nes, peleas y entreveros que hasta daban ocasión a que intervinie­ra la milicada, imagen típica esta de las viejas pulperías.

Aunque nada de eso impidió que mantuviera su auge durante más de un siglo y que, por lo menos hasta hoy, circulen un montón de frases hechas que provienen de su uso y que siguen vigentes, tal como “las diez de última”, “cantar las cuarenta”, “hacer capote” o “tener un renuncio”, por cometer un error o incurrir en aflojada. Porque en el tute cabrero igual que en el truco, a pesar de ser muy distintos, también se “canta”, no por cierto “truco”, “retruco”, o “vale cuatro”, sino, por ejemplo, eso mencionado de “las cuarenta”, expresión que se ha vuelto proverbial.

Lo que es verdad es que se trata de un juego de pensar; como es norma, las cartas tienen valores disímiles y esto obliga al jugador al que le hayan tocado de valor bajo a descartars­e sin arriesgar a perder todo. Al hacerlo con alharaca entra en escena la personalid­ad de cada jugador, pues hay diversos estilos según el jugador sea frontal o mañoso, de modo que, cuanto más se conocen los jugadores entre sí más obligados se encuentran a idear nuevas estrategia­s que le permitan engañar a sus contrincan­tes.

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