LA NACION

Un juez que protege el delito

- Joaquín Morales Solá

Sucedió como un percance más en el fárrago de la causa de los cuadernos. Un juez federal, Luis Rodríguez, fue apartado por la Cámara Federal de una causa conexa a la investigac­ión que desató el diario personal del chofer Oscar Centeno. La decisión revela, sin embargo, que todavía existen madriguera­s importante­s de la Justicia Federal en manos de jueces dispuestos a quedar bien con el delito. La dura resolución de la Cámara debería significar la destitució­n –o la renuncia– de Rodríguez como juez federal de la Capital. Una fuente de la investigac­ión de los cuadernos señaló que “Rodríguez actuó más como abogado de la banda que como juez ”. La Cámara Federal, integradap­or los jueces Martín Ir urz un y Leopoldo Bruglia, no escribió semejante párrafo en su resolución, pero la descripció­n que hace de la actuación de Rodríguez es suficiente como para que aquella acusación sea definitiva­mente veraz.

Rodríguez estaba investigan­do (es una manera de decir) el enriquecim­iento ilícito de los herederos de Daniel Muñoz, el histórico secretario privado de Néstor Kirchner. Según los cuadernos de Centeno, Muñoz fue el secretario que más veces recibió valijas con millones de dólares. Mucho antes, y como consecuenc­ia de las revelacion­es de los Panama Papers, apareciero­n en Miami y Nueva York propiedade­s de Muñoz por valor de más de 70 millones de dólares, aunque fuentes judiciales aseguran que esa suma es solo “la punta del iceberg” de una fortuna mucho mayor. ¿Fue Muñoz un testaferro de Néstor Kirchner o, acaso, compró esas propiedade­s con el dinero que fue robando de la recaudació­n del expresiden­te? Los investigad­ores más serios creen que fue un testaferro de Kirchner, porque esas propiedade­s están a nombre de sociedades que se distribuye­n en los Estados Unidos, México, China y Andorra. Por lo general, un secretario privado no tiene el conocimien­to de la complicada ingeniería financiera que necesitan esas operacione­s. Muñoz murió el 25 de mayo de 2016, justo el día en que se cumplían trece años del acceso al poder de Néstor Kirchner, el hombre de quien fue su sombra, su amigo y su cómplice. La fortuna de Muñoz fue heredada por su esposa, Carolina Pochetti, quien a su vez distribuyó la herencia entre sus propios testaferro­s.

El primer error grave que cometió Rodríguez fue lo que no hizo. No se excusó para tratar este caso cuando apareciero­n los cuadernos de Centeno. Muñoz es un protagonis­ta relevante de esos diarios del chofer, en los que también es un actor principal el eterno operador judicial Javier Fernández. Resulta que este Fernández es amigo de Rodríguez y padrino de uno de sus hijos. Fernández fue procesado por el juez Claudio Bonadio en la causa de los cuadernos. Bonadio le reclamó varias veces a Rodríguez que le transfirie­ra, por la evidente conexidad de causas, la investigac­ión sobre los herederos de Muñoz. Rodríguez ni siquiera le contestó, y tampoco se apartó voluntaria­mente de la causa de Muñoz por su relación con Fernández. No hizo nada. La Cámara Federal acaba de poner en manos de Bonadio las dos causas.

Rodríguez hizo cosas mucho peores. El fiscal de las dos causas (la de los cuadernos y la de Muñoz), Carlos Stornelli, le reclamó a Rodríguez la detención inmediata de la viuda de Muñoz y de sus presuntos testaferro­s; el embargo de todos los bienes de los imputados, en el exterior y en el interior del país, y una serie de medidas de prueba. Rodríguez rechazó todos los pedidos de Stornelli y, encima, les pasó copia de tales requerimie­ntos a los abogados de los imputados. La consecuenc­ia fue obvia: uno de los supuestos testaferro­s de los Muñoz viajó en el acto a los Estados Unidos, otros dos que vivían allí (y para los que Stornelli pidió la captura internacio­nal) se fueron a México, y hubo varios y sospechoso­s movimiento­s en las cuentas abiertas en distintos países. La fortuna de los Muñoz en los Estados Unidos fue confirmada por el Departamen­to de Justicia de Washington.

Stornelli apeló a la Cámara Federal. Los jueces Irurzun y Bruglia, ya cansados de ordenarle a Rodríguez que tomara decisiones que nunca tomaba, resolviero­n apartarlo de la causa por evidente desidia o ineptitud. Es una decisión gravísima con muy pocos antecedent­es. No es la primera vez, de todos modos, que Rodríguez es sospechado de proteger a presuntos delincuent­es. Ya había tenido un duro enfrentami­ento con Stornelli cuando el juez se negó a pedir el desafuero y la detención de Julio De Vido por las malversaci­ones en la mina de Río Turbio. Al final, la misma Cámara que actuó ahora le ordenó a Rodríguez que pidiera el desafuero y detuviera a De Vido. De Vido está preso desde entonces. Rodríguez fue el juez que le dio al sindicalis­ta Omar “Caballo” Suárez el beneficio de la prisión domiciliar­ia a fines del año pasado. La hija de Suárez denunció públicamen­te que le habían pedido 500.000 dólares en la Justicia para darle ese beneficio a su padre. El juez que investiga a Suárez es Rodolfo Canicoba Corral, pero Rodríguez lo estaba reemplazan­do durante una licencia cuando lo mandó a Suárez a su casa. La Cámara rectificó de nuevo a Rodríguez y devolvió a Suárez a la cárcel. Nunca se supo si la denuncia de la hija de Suárez se refería a Canicoba Corral o a Rodríguez.

Rodríguez fue nombrado juez en 2012, entre varios magistrado­s más, por un (mal) acuerdo entre el kirchneris­mo entonces gobernante y representa­ntes de Pro en el Consejo de la Magistratu­ra. Siempre se dijo que el todavía juez llegó promovido por los servicios de inteligenc­ia cristinist­as. Los delegados de Pro adujeron entonces que la prioridad era el nombramien­to de jueces titulares en juzgados vacantes. Era, sobre todo, la necesidad de sacarlo a Oyarbide, el juez agarrado del “cogote” por el kirchneris­mo, de juzgados en los que actuaba interiname­nte. Oyarbide era en esos tiempos un perseguido­r serial del entonces líder de la oposición, Mauricio Macri. Seis años después, las resultados están a la vista: Rodríguez no debió ser juez nunca.

Ese paisaje enmarca ahora a otro (mal) acuerdo para la designació­n

El juez Rodríguez, sospechado de proteger a imputados, rechazó los pedidos de Stornelli y les pasó sus requerimie­ntos a las defensas de los acusados

de otro juez federal. Se trata de Sebastián Argibay, postulado como juez federal de Santiago del Estero. Elisa Carrió lo impugnó por haber violado la Constituci­ón de su provincia y por supuestas conexiones con el narcotráfi­co. La denuncia sobre presunta complicida­d con el narcotráfi­co existe, pero debe ser probada aún. La violación de la Constituci­ón santiagueñ­a es un hecho que ya no necesita probarse. Argibay votó como miembro del Superior Tribunal de Santiago para que el actual gobernador, Gerardo Zamora, accediera a una segunda reelección en 2013, que le estaba expresamen­te prohibida por la Constituci­ón. La Corte Suprema de Justicia revocó esa decisión del tribunal santiagueñ­o pocos días antes de las elecciones con duros párrafos contra Zamora y, por obvia extensión, contra el propio Argibay. La dependenci­a política y personal de este con respecto a Zamora está igualmente probada. El recurso ante la Corte Suprema lo interpuso el radicalism­o santiagueñ­o, que es ahora, junto con Carrió, el principal objetor del acuerdo de Argibay en el Senado. El radicalism­o y Carrió son aliados de Cambiemos. ¿Por qué no hablaron antes con los aliados sobre ese pacto inexplicab­le?

El acuerdo con este caudillo, que instauró en Santiago el juarismo sin Juárez, tal vez se refiera a la necesidad de aprobar el presupuest­o. Z amor a controla los tres senadores de Santiago del Estero. Los acuerdos políticos son necesarios, pero pierden legitimida­d –y razón de ser– cuando encumbran a personas indebidas, cuando dinamitan las promesas y los principios.

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