LA NACION

Quimilí, bajo sospecha

El crimen de Mario Salto, de 11 años, provocó que se hicieran 3000 pruebas de ADN en Quimilí, en Santiago del Estero; el sacrificio humano en un rito religioso es una de las hipótesis

- Evangelina Himitian

Siete detenidos y 3000 pruebas de ADN por la muerte de un chico con un ritual satánico.

Hay siete detenidos, entre ellos un brujo de San La Muerte

Una de las piezas claves de la causa es una serie de papeles que dan cuenta de un ritual

QUIMILÍ, Santiago del Estero.– Marito Salto tiene 11 años y sale con su bicicleta, durante la siesta. Llega a la entrada de la represa y baja andando. Rodea la laguna. Elige la parte baja porque le da miedo el agua y él no sabe nadar. Deja la bicicleta, prepara la latita y la caña y ahí se encuentra con dos chicos que juegan en la orilla. Tira el anzuelo lo más fuerte que puede para llegar al pozo donde nadan las mojarras. A lo lejos, un hombre, Ramón “El Burra” Rodríguez, vigila el horno de los ladrillos. Los perros son los únicos que se animan a quebrar el mandamient­o de la siesta. Pero la calma es un hilo débil que a esa hora recorre el pueblo y dentro de unos segundos se va a cortar. Quimilí va a dejar de ser esa localidad donde nunca pasa nada. Se acerca una camioneta. Un hombre baja y camina hacia la represa. Levanta la mano y hace señas a Marito. Él mira para atrás. Los otros chicos se escondiero­n en los pastizales. Los perros ladran, El Burra sigue con sus ladrillos. Marito confía, deja la caña y va. El hilo se tensa. Se está por cortar.

El 31 de mayo de 2016, Mario Agustín Salto fue a pescar y no volvió. Por la noche, su familia denunció la desaparici­ón. Todos los habitantes del pueblo lo buscaron en la represa. Su cuerpo apareció dos días después, descuartiz­ado. Lo habían violado y torturado. Lo abandonaro­n en un basural en las afueras de esta localidad.

Son las 22 y la luz del despacho de la jueza Rosa Falco, en los Tribunales, está encendida. Ella revisa el expediente, que, por su contenido, parece el de un libro de magia: los perros, las cartas, el brujo, el payador, un pacto satánico. Hay una imagen que siempre le da escalofrío­s: un manuscrito encontrado en la mesa de luz del brujo, su principal sospechoso. Allí, figura el nombre de Marito marcado con un círculo y a continuaci­ón la leyenda: “Ya tengo su virilidad, su juventud, su fortaleza”. Y en otro papel, se lee: “Dame lo que te pido”.

La causa tiene siete detenidos, entre ellos a un brujo de San La Muerte y su esposa. Tiene cartas que documentan el ritual. Una hipótesis: un pacto de sangre, un sacrificio humano. Marito como la ofrenda. Además tiene dos patrones genéticos encontrado­s en la ropa interior del chico y bajo las uñas. Dos ADN que pertenecen a una misma patrilínea. Los violadores son hermanos o familiares. Pero ninguno de esos patrones coincide con los de los detenidos.

“¿Y si hacemos un ADN masivo?”, le propuso Falco al presidente del Superior Tribunal de Justicia, Sebastián Argibay. “Se hizo en Estados Unidos y en el Reino Unido. Seríamos los terceros en el mundo”, dijo. El argumento parecía el de una serie de Netflix. “Convertimo­s a todos en sospechoso­s. Hacemos un ADN por familia. Son solo unos 3000 ADN y encontramo­s al culpable”, remató. Parecía una idea faraónica. Argibay le dio la bendición. Los reactivos costaban una fortuna. Cada examen, 3000 pesos. Multiplica­do por 3200 familias, la investigac­ión tenía un presupuest­o que rozaba los 10 millones de pesos.

Miguel Ángel Jiménez, el brujo para sus vecinos, tiene 58 años y 11 hijos por toda la provincia. El día que lo detuvieron, nada quedaba en él del hombre que sin ser gobernante, movía los hilos de este pueblo a su antojo. Lo llamaban “Miguel, El Terrible”. “Era capaz de denunciart­e, meterte preso y pagar él mismo tu fianza”, cuentan por lo bajo. Un productor de algodón, peronista, con llegada al poder, que extendió su influencia durante la última década, el mismo tiempo en el que la droga se convirtió en un problema serio para esta localidad.

En los últimos años, los aviones narcos que sobrevuela­n los campos del sureste de la provincia y bombardean cargamento­s se volvieron un dolor de cabeza aquí. Vienen de Paraguay y Santiago del Estero es la puerta de entrada a la ruta de la droga de Los Monos, en Rosario. Pero la droga no solo está de paso.

Señales

“Aquí fue encontrado asesinado Marito Salto”. El cartel duele como una puñalada en el acceso al pueblo. Allí suele estar sentado Mario, su padre, que es un hombre de pocas palabras. Tiene 36 años y trabaja como obrero. Le construyó una suerte de templete a su hijo a la vera de la ruta. Cuando desapareci­ó, él estaba en Córdoba, donde vivía desde hacía dos años. Llegó al final del primer día de búsqueda. En la jornada siguiente se enteró de la peor noticia. Mientras el pueblo buscaba en la laguna, al baquiano Raúl Maldonado le llamó la atención que uno de sus perros tiraba de una bolsa. Paró el motor de su camioneta y el horror lo recorrió entero. Una mano y un brazo asomaban de la bolsa. Así encontraro­n a Marito.

Durante el primer año y medio, la causa casi no tuvo avances. Hasta que Santiago Luna, un payador de La Pampa, pasó por aquí y subió un video a YouTube. Lo vio Marcos Herrero, el entrenador de perros de la Brigada Canina de Río Negro. Él se puso en contacto con la familia de Marito para que pidieran una búsqueda con perros. La huella odorífica, dijo, permite a los animales identifica­r lugares y objetos hasta cinco años más tarde. Así, hace casi un año, Alcón y Duke, llegaron al pueblo y tras oler la ropa de Marito, empezaron un raid que les marcó a los investigad­ores pruebas claves: cuchillos, manchas de sangre, atados de brujería, huesos y otras pistas escalofria­ntes. La llave fue una serie de manuscrito­s que aportaron datos sobre el ritual.

Los perros llegaron hasta la casa de Jiménez. Alcón marcó un placard, en el comedor. Los policías lo abrieron. Apareciero­n figuras de San La Muerte. También había artículos periodísti­cos del caso. En la mesa de luz había un manuscrito en el que se leía: “Ya tengo su virilidad, su juventud, su fortaleza”. Y había otro papel, en el que se reclamaba: “Dame lo que te pido”. Llevaba las firmas de Jiménez, de Rody Sequeira (el hombre que se sospecha lo secuestró en la laguna) y de Rodríguez.

La policía allanó la casa. En el quincho se encontró una habitación con un altar a San La Muerte. Había un gancho de carnicero y en el piso, una gran mancha. Jiménez argumentó que era el lugar donde colgaba los salamines. Pero la Policía no le creyó. ¿Era el asesino? En palabras de la jueza, “el autor intelectua­l”.

“Mi defendido también se pregunta de dónde salió ese papel. Está claro que esto es una causa armada. Porque ni siquiera le dicen de qué se lo acusa”, protesta el abogado Hugo Frola.

También fue detenida la mujer de Jiménez, Arminda Díaz, directora del colegio al que había asistido Marito y su hijo Miguelito, que después fue liberado. David “Chicho” Sosa, el tío de los chicos con los que jugó Marito al borde de la represa, que se sospecha fue el entregador, junto con Rody Sequeira, el hombre que lo llamó desde la laguna. Rodríguez sería el encargado de avisar de la llegada. También se detuvo a Daniel Albarracín, un chico con retraso madurativo, cuya casa fue una de las marcadas por los perros, al igual que la de Pablo Ramírez, que resultó ser es el autor de todos los manuscrito­s.

La gran pregunta

“¿Quién puede creer esa historia diabólica? Mi cliente no es un brujo, jamás sacrificó un animal, menos a una persona”, argumenta Frola, que pidió que se impugnara el procedimie­nto de los perros. “Este es claramente un crimen narco, vinculado al poder”, dice.

Cuando el primer juez de la causa, Miguel Ángel Moreno fue destituido, viajó a Buenos Aires y presentó un escrito ante el juez federal Claudio Bonadio para denunciar que el caso se vinculaba con el narcotráfi­co y para pedir protección. La hipótesis del crimen narco señala que este pudo haber sido un mensaje para el tío del chico, Marcelo Salto, que participó en un operativo antidrogas. Un día que estaba de franco, encontró estupefaci­entes en un vehículo ya inspeccion­ado y lo denunció. Unos meses después ocurrió el crimen de Marito.

“¿Qué pidieron a cambio? Y eso es lo que se tiene que preguntar la Justicia. Esto ha sido un cóctel de connivenci­a, droga, trata, política y brujería”. Quien habla es la hermana Marta Pelloni, que hace 30 años con el caso María Soledad Morales, se convirtió en la insignia de la lucha contra la impunidad en los feudos provincial­es. “No es casual el lugar en el que se instala el culto al demoníaco San La Muerte, ni tampoco la persona elegida para la ofrenda. La droga está siempre presente en ese culto, y no puede entrar en una ciudad si no tiene el aval y la connivenci­a de quienes comparten el enriquecim­iento. Yo pregunto: ¿qué pidieron por la muerte de este niño?”, dice. Desde el otro lado del teléfono, en Goya, Corrientes, Pelloni repite el mismo interrogan­te, como si fuera una oración con el poder para resolver el misterio: “‘Dame lo que te pido’, decía la carta. Y eso es lo que se tiene que preguntar la Justicia. ¿Qué pidieron a cambio de la muerte de Marito?”.

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RicaRdo PRistuPluk/enviado esPecial Mario Salto, en el “santuario” de su hijo, Marito, en la vera de la ruta

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