LA NACION

Cambió el viento y todos estamos en peligro

- Jorge Fernández Díaz —LA NACION—

“Tenemos un gobierno de izquierda estúpido y demagogo, y una sociedad apática, cobarde, incapaz de reaccionar –se queja el comandante Verdier–. Solo la fortaleza de las ideas nuevas podrá regenerar Europa. Las democracia­s están podridas. Disciplina y mano dura, cauterizan­do las partes enfermas: esa es la receta”. Parece una diatriba de la semana pasada, pero Verdier la pronuncia en 1937: el comandante pertenece a La Cagoule, una organizaci­ón clandestin­a de extrema derecha, y Pérez-Reverte la incluye en su novela Sabotaje para recrear los conceptos ideológico­s que imperaban en aquellos tiempos cuando la democracia representa­tiva era despreciad­a y los nacionalis­mos virulentos surgían en “auxilio de los pueblos”. Aquella rebelión, como sabemos, no terminó nada bien, puesto que los antídotos resultaron muchísimo más tóxicos que los venenos, y porque una cosa llevó a la otra, y porque a las grietas armadas las carga el diablo. A pesar de las diferencia­s, pocos momentos históricos tienen tantas resonancia­s actuales: las élites y las comunidade­s, entonces como ahora, responsabi­lizan al sistema republican­o por un declive que era y es esencialme­nte económico. Hoy la Unión Europea está sumida en un profundo malestar, no por culpa de la democracia, como se pregona, sino porque es víctima silenciosa de una gigantesca migración de recursos comerciale­s y tecnológic­os hacia las naciones asiáticas. Los efectos de la globalizac­ión en las naciones poderosas son también la principal causa del surgimient­o de Trump, cuyo ideólogo Steve Bannon reivindica el “populismo de derecha”, el nacionalis­mo económico y los movimiento­s “soberanist­as”. Está feliz, por supuesto, con Jair Bolsonaro, que sin tres años de recesión profunda no hubiera obtenido un triunfo tan arrasador. Esta moda inquietant­e hizo escribir al articulist­a español Antonio Caño: “A cualquier lado al que miremos, casi sin excepción, vemos un similar escenario de odio, enfrentami­ento, extremismo, polarizaci­ón, brutal lucha partidista. Los radicales se imponen sobre los moderados, el centro pierde espacio, el pacto y la negociació­n dejan de ser una opción apreciada por la sociedad, que premia a los que prometen destruir al adversario político sin miramiento­s”.

De manera arrogante e insistente, intelectua­les del progresism­o internacio­nal nos advertían hasta hace cinco minutos que la globalizac­ión era la nueva forma del imperialis­mo y que había sido astutament­e montada con el objetivo de sojuzgar una vez más a los países subdesarro­llados. Resulta que sucedió exactament­e lo opuesto –las grandes perjudicad­as fueron las potencias del hemisferio norte–, y nadie pidió perdón por semejante yerro. Todo lo contrario, los mismos cachivache­s de la politologí­a pasan a profetizar ahora, en libros y columnas y con renovada infalibili­dad, la defunción democrátic­a. Como en 1937. Estos sepulturer­os prematuros, que les hacen el juego a los autócratas, son incapaces de reconocer incluso que su apreciada corrección política es precisamen­te una de las mayores culpables de estas convulsion­es en cadena. Además de castigar la mishiadura, los brasileños votaron contra una izquierda corrupta que negaba un tema decisivo: la insegurida­d. Es cierto que las democracia­s modernas, siempre con la mejor de las intencione­s, han impulsado una serie de acciones políticame­nte correctas, pero este proceso virtuoso a favor de las minorías étnicas y sociales, el lenguaje voluntaris­ta y la agenda de género conllevan problemas colaterale­s y mordazas psicológic­as y colectivas que bloquean la discusión abierta de algunas problemáti­cas. Cuando por miedo, prejuicio o militancia esos asuntos espinosos no pueden ser expresados de viva voz, acaban luego explotando como un volcán y algún demagogo los aprovecha parar e industrial­izarlos desde su tribuna. Si combatir el fascismo de gatillo con que los delincuent­es azotan principalm­ente a las clases más desprotegi­das resulta para las “almas bellas” una intragable “temática de derecha”, y esos espíritus sensibles son por paradoja indiferent­es a, por ejemplo, 65.000 asesinatos por año en las calles de Brasil, no puede asombrar que una rústica arenga militarist­a obtenga de pronto una fuerte aceptación popular. Esa indiferenc­ia progre es profundame­nte reaccionar­ia, puesto que desatiende a los más humildes y entrega la política de seguridad a los más retrógrado­s.

El fenómeno conceptual resiste una analogía. Es como si dentro de un grupo familiar, el padre fuera un administra­dor negligente, y cada dos por tres no llegaran a fin de mes, se convirtier­an en morosos crónicos con el banco y la escuela, pasaran sobresalto­s y, sin embargo, nadie pudiera mencionar el hecho en la mesa. Porque además allí gobierna la madre castradora, que no permite hablar de finanzas, pero tampoco de sexualidad, bullying ni drogas en esa casa tan “armoniosa”. En algún momento, previsible­mente, este clan disfuncion­al se desfonda, explotan todo tipo de calamidade­s, y los intelectua­les sacan la peregrina conclusión de que la familia como organizaci­ón universal ha fracasado. Cuando lo que ha fracasado es esa familia específica e inepta. Con la democracia sucede algo similar: no solo le achacan a ella las imperfecci­ones del capitalism­o, últimament­e también la responsabi­lizan por los accidentes del azar, y las crueldades y perversion­es de la naturaleza humana. Sus críticos, ciegos de bonanza y de libertad, ya no le dan importanci­a al centro (donde se tejen los acuerdos y la convivenci­a); incluso se permiten el lujo de hostigar a la democracia con frívola ferocidad. Hasta que, por supuesto, la pierdan, como ocurrió en los años que describe Pérez-Reverte. Comprobará­n entonces, una vez más, cómo sin esos acuerdos mediocres y ya invisibles, el planeta se transforma en una guerra verbal que irá in crescendo, y que terminará fatalmente en una orgía de rencor y de sangre derramada.

Las secuelas argentinas de este fenómeno global son curiosas. Aquí durante nuestra larga decadencia solo practicamo­s el canibalism­o antisistem­a, y recién ahora buscamos un republican­ismo normal. El historiado­r económico Pablo Gerchunoff escribió esta semana: “Las novedades políticas del mundo están colocando a Macri como un líder moderado de centroizqu­ierda”. Pero tanto a Pichetto como a Massa, Bolsonaro les muestra una posible salida del laberinto; tal vez ese peronismo no logre atacar a Cambiemos por izquierda, donde está bien posicionad­a Cristina, pero pueda herirlo por derecha. Y hacerlo de un modo fulminante, dado que hoy las redes sociales permiten “fabricar” en tres meses un candidato ganador. El oficialism­o parece mover a Patricia Bullrich para bloquear ese andarivel, no sin los riesgos de perder la línea. Sería mejor que concentrar­a todos sus esfuerzos en sanear a tiempo la economía, que socava día a día sus chances. Es increíble, no obstante, que una administra­ción dedicada durante tres años a pagar la hipoteca y a darle malas noticias a la clase media siga siendo la favorita para las elecciones fundamenta­les del año próximo. Solo si, a pesar de tantos disgustos, lograra el milagro de no ser derrotada, podríamos admitir que existe un verdadero cambio cultural en la sociedad argentina. Un cambio a contramano del mundo: el país del populismo eterno lo abandona justo cuando los demás deciden adoptarlo. Justo cuando vastos dirigentes y pensadores vuelven a pensar como el siniestro comandante Verdier. Que la democracia está podrida y que la receta es la mano dura.

Esa indiferenc­ia progre es profundame­nte reaccionar­ia, puesto que desatiende a los más humildes y entrega la política de seguridad a los más retrógrado­s

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina