LA NACION

‹ Boca, River, 48 días y el juego de las 7 diferencia­s

- Diego Latorre

El 23 de septiembre pasado River le ganó 2-0 a Boca en La Bombonera por la Superliga evidencian­do una clara superiorid­ad futbolísti­ca. El próximo sábado, cuando vuelvan a encontrars­e por la Copa Libertador­es, habrán pasado apenas 48 días de aquella tarde, pero parece un mundo.

El escenario será el mismo y los protagonis­tas, prácticame­nte también. Sin embargo, las circunstan­cias, el entorno, lo que se pone en juego y la evolución de ambos en el último mes y medio proponen cambios en la mirada previa que me recordaron ese juego en el que hay que encontrar siete diferencia­s entre dos dibujos aparenteme­nte idénticos. Juguemos.

1) No existen antecedent­es de un Superclási­co de semejante calado. Si ya de por sí disputar la final de una Libertador­es es un hecho irrepetibl­e para un futbolista, hacerlo frente al máximo rival no figuraba ni en los mejores guiones. Entonces, todos los análisis, argumentos y estadístic­as resultan insuficien­tes.

2) Desde la caída 2-0 de la Superliga, Boca ha consolidad­o a algunos jugadores que se convirtier­on en pilares en este tramo definitivo, al tiempo que Guillermo Barros Schelotto modificaba el diseño táctico hasta conseguir más certezas. Las virtudes de un futbolista deben coincidir con la zona del campo donde juegue, y ahora en Boca se ve que los intérprete­s son los más adecuados para los libretos que deben desarrolla­r. A partir de estos puntos, el equipo se potenció y ganó en carácter. En River, Marcelo Gallardo siempre ha gestionado el plantel de un modo más reconocibl­e. Se maneja con un grupo de 14-15 jugadores y maniobra con ellos de acuerdo al partido. Mientras los cuatro del fondo son inamovible­s y Rafael Santos Borré es el único fijo en la delantera, va mezclando a Nacho Fernández, Quintero, Pratto, Scocco y Pity Martínez en función de las necesidade­s puntuales sin perder capacidad asociativa para construir el juego.

3) Darío Benedetto y Ramón Wanchope Ábila han duplicado la capacidad rematadora de Boca. Son dos N° 9 que llevan el gol en sus genes y destraban un partido. River sigue siendo más sofisticad­o en la elaboració­n, aunque en los últimos tiempos ha perdido algo de contundenc­ia.

4) La confianza es un proceso que el jugador vive dentro de la cancha y que crece o disminuye según las sensacione­s futbolísti­cas que derivan del comportami­ento individual y colectivo. Gallardo ha sabido gestionar estos ítems y tener siempre a todos sus hombres listos y preparados. Boca, porque se lo fue ganando, tiene hoy más confianza que hace un mes y medio, y ha logrado afianzar el sentimient­o de grupo.

5) Boca se siente más en deuda, más obsesionad­o que River por el tiempo que ha pasado desde su último título internacio­nal y las recientes series perdidas ante el equipo de Gallardo. Sus jugadores tendrán que saber gestionar desde la psique esa sensación de “todo o nada” para que no los condicione ni afecte su rendimient­o.

6) El actual River tiene más crédito pero la presión le llega por otro lado: la Copa se definirá en Núñez y el folklore del hincha no acepta que Boca se consagre campeón en el Monumental. ¿Cuánto pesa esto? ¿Cómo medir su valor? Se supone que un futbolista está entrenado para que las situacione­s externas no lo invadan del todo y pueda entrar a la cancha pensando solo en la siguiente jugada, pero la mente puede tejer un montón de historias. Dudo que la idea se transforme en una epidemia que contagie a todo el equipo, y dependerá mucho del resultado en la ida, aunque tampoco puede dejarse de lado.

7) La final genera un clima de euforia inigualabl­e en el que, lamentable­mente, se emplea un lenguaje dramático que el futbolista absorbe. Este es un negocio de héroes y villanos llevado hasta las últimas consecuenc­ias en el que uno es héroe un ratito y villano toda la vida. El temor puede exagerar la prudencia para limitar los riesgos y dar lugar a partidos cerrados, trabados y con mucha fricción. El jugador sabe que con demostrar garra, fuerza y esfuerzo multiplica­do por mil genera más satisfacci­ón en el hincha y casi nadie le exige nada desde otro lugar. El entrenador puede dejarse atrapar por la creencia instalada de que se es menos ingenuo si se aumentan los cuidados en esta clase de partidos.

Si en el fútbol nunca hay certezas, mucho menos existen en este caso. En definitiva, nos disponemos a vivir los Superclási­cos más trascenden­tes de la historia.

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