LA NACION

¿Peligro, tiburones?

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al éxtasis y después al relax satisfecho.

Otro gran tema de conversaci­ón en Noronha: los tiburones. El turista se encuentra con un destino tan idílico que empieza a dudar, a buscar la falla en el sistema. ¿No será que hay demasiados tiburones? Al fin y al cabo, las playas de Recife, ahí en frente, están llenas de carteles que advierten sobre su presencia y las noticias de ataques son frecuentes.

En Noronha efectivame­nte hay tiburones. De hecho, un atractivo clásico, cerca del puerto, es el restaurant­e Museo del Tiburón, donde además de beber caipirinha­s se puede aprender bastante acerca de las especies alrededor de la isla y su comportami­ento. Sin embargo, los ataques son inusuales. En 2015, un tiburón tigre le arrancó un brazo a un contador paranaense de 32 años que buceaba en solitario por la playa Sueste. Y el año pasado a otra turista le mordió la mano una cría de tiburón que había capturado y levantado del agua para sacarse una selfie.

La recomendac­ión es simple: buceo y snorkel, siempre bajo la supervisió­n de guías locales y con atención a pautas de seguridad básicas. Y nada de selfies.

Todo hombre es una trilha

Playas. Atardecere­s. Tiburones. El otro hashtag noronhense es trilhas. Caminar es uno de los hits. Particular­mente dentro del parque nacional, Euforonha: síndrome que afecta a quienes conocen la isla de Fernando de Noronha y ya no pueden pasar demasiado tiempo sin regresar. Lo contrario de la neuronha, neurosis caracterís­tica de quienes sufren el aislamient­o al vivir en Noronha. Ejemplo: Neymar Jr. padece de euforonha.

El jugador del París SaintGerma­in es un viajero frecuente a la isla pernambuca­na. Dicen que se volvió fan del lugar por su amigo Bruno Gagliasso, actor famoso y dueño de la posada noronhense Maria Bonita. Noronha tuvo más publicidad que nunca cada vez que Neymar se fotografió allá con la modelo y actriz brasileña Bruna Marquezine. En la isla algunos rumores señalan que el futbolista se entusiasmó tanto que invertiría en un nuevo proyecto hotelero a 350 km del continente. Deberá contar con un socio local, requisito legal para que los extranjero­s puedan hacer negocios en la isla. para alcanzar puntos de la costa donde no hay caminos para vehículos. Los mejores senderos, como el de Atalaia (con una piscina natural con fondo de coral), demandan cierta logística. Para empezar, hay que presentars­e en la administra­ción del parque y agendar y pagar la visita. Los cupos son muy limitados y se agotan con varios días de anticipaci­ón.

Así que si hubiera que salvar solo un dato práctico de esta nota, que sea este: al llegar a la isla, mejor resolver el asunto de las trilhas antes que nada. En algunos casos, quizás ni así se consiga vacante en las caminatas más pedidas. Para el viaje de este artículo en particular el lunes ya no había disponibil­idad hasta el viernes para ir a Atalaia.

Bastante simple

De vuelta en Boldró, alguien pidió un coco helado y el bartender se sube en cámara lenta a una silla de plástico blanca y con el machete voltea un fruto de la palmera que le da sombra a su choza. Junto a la barra de madera, entre tablas de surf jubiladas de mil batallas, hay un cartel: “No tenemos wifi. Hablen entre ustedes”.

Ahora uno de los cuatro turistas se mete en el mar. Tiene un kilómetro de océano Atlántico solo para él. El turista acaba de entender Noronha: Boldró es la playa más exclusiva y a la vez más simple y despojada de Brasil. Por suerte todavía no se lo contó a nadie en Instagram porque no hay cómo conectarse.

Neymar, otra víctima de la “euforonha”

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En la capilla são pedro dos pescadores suele haber casamiento­s

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