LA NACION

El periodismo ante los retos de la revolución digital

Cambios y permanenci­as en el oficio de informar, según Fernando J. Ruiz

- Fernando J. Ruiz

Los hábitos informativ­os de los lectores son cada vez más cambiantes, hasta el punto de que dudo que se los pueda seguir llamando así. Un hábito es algo que se hace en forma repetida durante mucho tiempo y eso cada vez ocurre menos en el periodismo.

además, lo que llamamos “audiencia” tiene una amplia diversidad de niveles de conocimien­to informativ­o. la radio y la televisión siempre llegaron a todos los sectores sociales y culturales pero, para lo que antes se llamaba diario y hoy no se sabe cómo llamarlo, llegar a una audiencia tan diversa es una novedad.

para aumentar el dinamismo de la situación, los fabricante­s no paran de producir nuevos dispositiv­os, y los propios medios no cesan de ofrecer permanente­s cambios en la oferta de informació­n periodísti­ca, pues saben que, si no innovan, pueden desaparece­r. Esa movilidad de oferta también genera movilidad en la demanda.

Desde hace más de un año, en los medios, apareciero­n desarrolla­dores o editores de audiencia, una suerte de canillitas que vocean en las redes los contenidos de los medios y ayudan un poco a los periodista­s a hacer visibles sus notas. por supuesto, cada dispositiv­o es una experienci­a de consumo periodísti­co diferente aunque reciba la misma informació­n. las redes no son espacios de distribuci­ón automática; requieren camionetas, patrullas y aviones virtuales que recorran las distintas comunidade­s entrelazad­as. la mayoría de nuestros lectores llega a los contenidos que ponemos a través de las redes, por lo que hasta nuestra Web es ahora un medio tradiciona­l en declive. por eso, necesitamo­s que nuestras noticias se distribuya­n allí de la misma forma que antes lo hacían en las calles.

Resultado incidental

pablo Boczkowski, un estudioso del periodismo que ha observado redaccione­s de nueva York y Buenos aires, lo describe así: “la mayoría de las personas se informan, en mayor medida, como parte de su uso de medios sociales. Es decir, la gente se informa sobre la actualidad no como una actividad en el centro de su atención, sino como un resultado incidental de consumir Facebook, Twitter o Snapchat en las pantallas pequeñas de sus dispositiv­os móviles. la mayoría de las veces la gente se concentra solo en el título y la bajada, con menor frecuencia hacen clic en una historia y, cuando lo hacen, muy rara vez la leen en su totalidad”.

como en todo medio, contamos con usuarios fieles, regulares y golondrina. Ya quedan pocos entrañable­s lectores “abuelito” que leen la edición de papel casi completa. la redacción está llena de pantallas con las métricas de páginas vistas, de visitantes únicos y suscriptor­es obtenidos. cuando les hablamos de BuzzFeed –un sitio famoso por tener gran capacidad para producir noticias virales– los periodista­s tradiciona­les piensan en gatitos y que les estamos arruinando la profesión.

Ya hay más gente que se informa a través de los medios digitales que con la televisión: un día de un usua- rio promedio arranca chequeando brevemente redes sociales en el desayuno, apenas llega al trabajo se informa en forma más intensa, luego amaina y vuelve a aumentar después del almuerzo y bajar otra vez hasta que se va a su casa. Más que lectores son monitores de agenda.

Facebook es el principal medio de comunicaci­ón y Snapchat e instagram para los subfaceboo­k. Esto me da un poco de escalofrío­s, pues la inmensa mayoría de nuestra audiencia está en plataforma­s de terceros, no en nuestro medio. la gente ya no entra a nuestros “locales”: nos hemos convertido en vendedores ambulantes. Sin embargo, mucha gente que trabaja con una computador­a de escritorio todavía tiene una pestaña abierta durante todo el día con su medio de referencia o con varios. cuando llegan a la casa, si no hay grandes casos periodísti­cos que los atraigan, lo más probable es que la ficción invada sus consumos, como ocurre durante el fin de semana: el ocio breve se dedica al periodismo; el ocio extenso, a la ficción.

Si hay acontecimi­entos trepidante­s en desarrollo, las redes sociales se subordinan a los canales de noticias, que son la banda sonora y marcan el ritmo de las noticias, como ocurre desde que la cnn impactó al mundo con su nuevo formato desde 1991 en la primera Guerra del Golfo. como le dijo un amigo español al gran chileno Eduardo arriagada, cuando la tele transmite en vivo alguno de esos acontecimi­entos conmociona­ntes que nos arrancan de nuestras burbujas, ya no es periodismo: es electricid­ad.

pero Facebook live reemplaza esa cobertura y además amplía la variedad de las noticias porque cualquie[...] ra puede transmitir. Una vez que lo que ocurre capta la atención de las personas, y se espera que lo siga haciendo, los móviles de los canales salen a toda velocidad y asumen el liderazgo de la transmisió­n masiva. Sabemos que el público estable de los canales de noticias tiene una edad promedio alta. lo mismo pasa en Estados Unidos: la cnn tiene una audiencia promedio de 59 años; Fox, de 68; si hablamos del referido como el mejor medio del mundo, The New York Times, la edad promedio de un suscriptor digital es de 54, y si contamos solo los que están suscriptos a la edición en papel, la edad sube a 60. los más jóvenes se estacionan en las redes y solo pasan a la televisión con sucesos específico­s y, por supuesto, sin por eso abandonar las redes, a no ser que se sumerjan en la ficción. por eso si los editores se concentran solo en la fidelizaci­ón de los actuales suscriptor­es –que tienen un promedio alto de edad– pueden cortar lazos con los futuros suscriptor­es.

Palabras e imágenes

a muchos nos desorienta que esta revolución digital sea también una revolución audiovisua­l, pues nos exige incorporar capacidade­s audiovisua­les. la imprenta también fue una revolución audiovisua­l hace seis siglos, pues entonces no solo comenzaron a imprimirse de golpe miles de textos, sino también de imágenes. por eso, para sobrevivir, los periodista­s tendrán que pensar en palabras y en imágenes. la nacion eligió hace unos años a un líder de redacción que había sido su director de arte, quien, durante su gestión, creó un canal de televisión. Es la primera vez en la historia que pasa eso.

¿Cambio de ADN?

Una colega de un medio dirigido a adolescent­es que hace material para colocar en las redes sube una nota cada diez minutos y observa cómo mide. Si la curva es ascendente, espera otros diez. Si no, a los cinco minutos sube otra. cuando nos vimos, me preguntó: “¿Estoy haciendo periodismo? ¿Yo estudié para esto?”. Me dijo que al principio no subían nada de sexo, pero después eso se había empezado a relajar. Sus jefes les pusieron una comisión grupal y les pagaban más según la cantidad de visitas que hubiera en el turno. Estaba algo angustiada por los comentario­s, que leía en el colectivo mientras volvía a su casa, porque eran todos críticos y los acusaban de mentirosos. Una madre, por ejemplo, ponía un post en cada nota diciendo que lo que habían subido no les aportaba nada a las chicas y que no era bueno para los adolescent­es. cuando lo habló con su grupo, le dijeron que no tenía que leer los comentario­s porque hacía mal y eran siempre así.

Es la misma presión que el minuto a minuto de la tele. Una productora me dijo que no había que mirarlo: “Te equivocás si lo mirás y estás pendiente. Me concentro en el aire, en que esté saliendo bien y en que a mí me entretenga lo que se está diciendo”.

las noticias livianas que consumimos alegrement­e en los medios que apreciamos devalúan la estima que sentimos por ellos: las consumimos a costa de degradar la imagen que tenemos de esas publicacio­nes. así, como audiencia, podemos empujar fuera del periodismo a medios que queremos que sean un ejemplo a seguir. como en tantas cosas de la vida, somos semicómpli­ces y semivíctim­as.

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La grandes redaccione­s hoy tienen pantallas con las métricas; aquí, la del Washington Post

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